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Sinopsis: André y Oscar son apenas unos adolescentes, y viven sus primeros despertares. La confusión sobre la identidad sexual forma parte de sus vidas.
Autor: Camilla del Prado (no soy la autora)
Fuente: Rosas Blancas
Comentario:No le di formato, es demasiado largo. Pero rescaté en caso de que pierda más de lo que está perdido.
Me gustan los FF de Lady Oscar, son dignos de leerse. Recuerdo mucho mi años de juventud al leer este ♥
Fuente: Rosas Blancas
Comentario:No le di formato, es demasiado largo. Pero rescaté en caso de que pierda más de lo que está perdido.
Me gustan los FF de Lady Oscar, son dignos de leerse. Recuerdo mucho mi años de juventud al leer este ♥
Capítulo 1 y 2
-¡Mira André, ahí, a la vera del camino!
-Parece que es un hombre...
-¿Estará muerto?
-Óscar... ¿Qué... qué piensas hacer?
André detuvo su montura. Óscar descendió rápidamente de su caballo y corrió hacia un prado.
En esa tarde nublada, un joven hombre yacía tendido boca abajo. Óscar le dio vuelta, pudo ver que a despecho de la barba, era bastante joven. Escuchó su corazón y tocóle el cuello. Aún respiraba, aunque irregularmente. Procedió a revisar si estaba herido.
Entre tanto, André llevaba los caballos hacia una arboleda adyacente, cuidándose de que no hubiese hombres escondidos por ahí.
De pronto, el joven hombre empezó a parpadear, y al abrir los ojos, lo primero que vio fue la expresiva mirada de Óscar.
-¡Ah... tengo sed... Ojos azules... ¿puedes darme de beber...?
-Ah... ¡André! ¡Trae agua!
André volvió sobre sus pasos y tomó una cantimplora, yendo a su encuentro.
Óscar, arrodillada al lado del joven, colocó su cabeza sobre su regazo y le dio de beber. El joven echó la cabeza a un lado murmurando:
-Os lo agradezco... Ojos azules...
-Decidme, ¿estáis herido? ¿Qué os pasó?
El joven trató de alzar la mano izquierda hacia la mejilla de Oscar.
-No os inquietéis... me atacaron, pero... eran demasiados... y... me dieron un golpe... en la cabeza...
Al sentir su toque, Oscar se movió y hubiese dejado caer la cabeza al suelo de no ser por André quien la sujetó:
-¡Mira nada más! ¿Quieres matarlo?
El joven palideció por el dolor.
-No.. os inquietéis... Ojos azules no me hizo daño...- trató de sonreír, cayendo en la inconciencia. Oscar se sentía fastidiada. A sus casi 14 años de edad, nadie la había llamado por tal adjetivo. Y a pesar suyo, le sonaba bonito.
André buscaba entre las ropas alguna fractura, o algo con lo cual identificarlo. El ruido de unos cascos los inquietó, tomando la mano de Oscar dijo:
-¡Alguien viene, es mejor que nos escondamos!
-Pero, ¡no sabemos quienes son!
-¡Precisamente por eso, vámonos!
Se la llevó en vilo hacia donde había dejado las monturas, entrando a la arboleda. Vieron que un coche se detenía, del que descendió un señor, una muchacha y un mayordomo, que se encaminaron hacia el herido. Por los trajes y el equipaje que llevaban, dedujeron que iban de viaje, quizá hacia Versalles, dada la ruta que seguían.
Repentinamente, por el lado contrario emergieron unos jinetes que empezaron a atacar a los buenos samaritanos. Sin pensarlo dos veces, Óscar montó en su caballo:
-¡Miserables!
André intentó detenerla.
-¡No Oscar, son demasiados!
-¡Soy un caballero, no puedo evadirme ante la injusticia!
André hizo un gesto de fastidio y montó a su vez. Detestaba cuando Oscar se acordaba de los sagrados preceptos de la caballería que su padre le había inculcado, contribuyendo así a su natural testarudez.
Como los bandidos no se esperaban refuerzos del bando contrario, al inicio quedaron atónitos. Pero al constatar que eran solamente dos muchachos, se repusieron rápidamente.
Óscar había tomado ventaja del factor sorpresa, pero cuando le cortaron un estribo, cayó desprevenida.
-¡Maldito, me las pagarás!
-¡Tú pagarás con tu vida esta intromisión!
Por detrás, una joven lo golpeó con una piedra en la cabeza.
-¿Estáis bien?
Oscar se puso en pie.
-Sí, sí, os lo agradezco.
Y volvió a la lucha, viendo a André a punto de caer de la grupa del caballo, fue en su recate, atravesando con su espada al enemigo.
-¡Y bien, de seguro no me esperabas!
-¡Ah no, ciertamente... ¡cuidado, atrás de ti!
André se arrojó del caballo y rodó con Óscar a través del pasto, escapando de las cuchilladas de su contrincante.
Uno de los viajeros aprovechó la confusión para tomar las armas que traían en el coche y con disparos al aire, y luego a los bandidos, pudieron tomar control de la situación.
Uno que auscultaba al misterioso desmayado fue herido, cayendo sobre él.
André protegió con su cuerpo el de su amiga. Detenidos los disparos, ella trataba desenfrenadamente de liberarse.
-¡No veo nada... no escucho nada... André, creo que es suficiente, salte!
-Ah... ay, no patees... ¡Malagradecida!
Respondió él tratando de sentarse. Oscar veía a través de la oscuridad que descendía sobre ellos, cómo la joven atendía al desmayado, mientras el cochero prendía las linternas del coche, y otros dos hombres revisaban los cadáveres.
Sus caballos fueron hacia ellos. Oscar se puso en pie, tomando las bridas de su corcel.
-¿No piensas ir a verlos a preguntar cómo están?
-Desde aquí veo que todos están muy bien.
Repuso ella indiferente; montó por el lado contrario, donde el estribo estaba incólume. André fue a sus pies, tomando su propio caballo.
-Pero... ¿y el herido que atendimos? ¿No deseas saber quién era?
Óscar arqueó peligrosamente las cejas
-Eso tampoco me interesa. Me limité a hacer lo que creí correcto.
André sonrió maliciosamente.
-A lo mejor, podría haberte recompensado...
Óscar bajó la mirada.
-¿Y cómo crees tú que lo haría? ¿No viste que no tenía ni un duro?
-Sus ropas son buenas, observé que en el tahalí tenía unas iniciales... Además, parece que le recordabas a alguien muy querido, ih, ih, ih...
Óscar se sintió tentada a darle una patada, pero se limitó a espolear el caballo, puesto que su víctima había previsto el golpe.
-Parece que volverá a llover, recuerda que tu abuela se enfada mucho cuando regresamos empapados.
-Sí, sí, di lo que quieras- repuso montando a su vez –pero lo vi bien. Es muy joven, a fuerza tendrá unos cinco años más que nosotros... Te llamó Ojos azules... ¡Oye, espérame! ***
-¿Qué en vuestro camino a Chevreaux fuisteis atacados por unos bandoleros? ¿Pero por qué?
-Nos detuvimos cuando mi hija vio un herido a la vera del camino. No vimos nada sospechoso, así que descendimos. Cuando nos atacaron, supusimos que fuese una treta, pero el desmayado era real.
-¿Cómo salisteis del percance?
-Mi cochero logró sacar las armas de fuego, veréis, nuestros atacantes portaban armas blancas... Oscurecía, ignoro si alguien logró escapar. Mi hija asegura que unos jinetes nos ayudaron, recuerdo haber visto en la oscuridad a un joven rubio, como de su edad; pero desaparecieron en el alboroto.
-Si el herido era real, ¿de quien se trata?
-Etienne de Beauvillier, descendiente del ministro de Luis XIV...
-Hmmm, ya veo, el heredero del ducado de Beauvillier, ¿no es así?
-En efecto, si consigue sustentar su genealogía...
-¿Y por qué le albergáis en vuestra casa?
-No tiene familia, querido René...
Oscar escuchaba la conversación desde detrás de las puertas del salón de su casa. Alguien comentó detrás de ella.
-¿Qué escuchamos con tanta atención y no queremos ser vistos?- Poniéndole una mano encima. Sorprendida, Oscar se volvió en actitud defensiva.
-¡Shuzzz! Es el hombre que vimos el otro día en el camino...
André le dio un empujón.
-¡A ver, yo también quiero verlo!
Oscar lo empujó a su vez.
-Dame turno, ¡tonto!
En eso las puertas se abrieron de par en par y el señor de Jarjayes pudo ver la rubia cabecita de su heredero.
-¡Oscar, ya llegasteis! ¡Venid!, quiero presentaros a mi viejo amigo, el señor barón de Lemercier.
Óscar fue a su lado, sintiendo a sus espaldas la carcajada contenida de André. Saludó ceremoniosamente.
-Es un honor conocer a un buen amigo de mi padre.
-Estoy complacido de conoceros, joven Oscar.
Mirando a Jarjayes continuó.
-Tenéis un hijo muy apuesto, René. Se parece mucho a vuestra difunta madre... Estaría encantado que conocieseis a mi hija Clémentine, quien tiene más o menos vuestra misma edad.
Picada en su amor propio, Oscar temía que la susodicha quisiese invitarla a jugar a las muñecas o a tomar el té.
-Lo siento señor, hace tiempo que yo no...
Su padre sonrió.
-No, no, Alexis... Mi hijo todavía no piensa en compromisos. Su atención se concentra en los asuntos militares...
-Ah... pero tarde o temprano tendrá que pensar en formar una familia, como vos mismo, René... Sería maravilloso si pudiésemos unir vuestra casa y la mía, dado que tengo solamente una hija...
***
En su antecámara, Oscar observaba cómo André rodaba por el piso. Tal era la gracia que le había ocasionado su relato, que había perdido el equilibrio y rodaba alegremente, dando potentes carcajadas y amenazando continuar. Oscar lo sujetó por el cuello.
-¡Dime! Dime ¿qué te parece tan hilarante?
-Y... mhhhh... Imaginaba tu cara cuando ese señor dijo que quería casarte con su hija... ¡Ja, ja, ja, ja, ja!!!!!!!!!! ¡Hubiese dado diez años de mi vida para verte! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!!!!!!! Sí, sí, así debía haberte visto cuando le dijiste que nunca te casarías, ¡ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!!!!!!!!!!!!!!
Oscar lo soltó de golpe.
-¡Miserable! ¡Yo no le encuentro lo gracioso!
-Vamos Oscar... je, je, je... no te lo tomes tan en serio. Debe ser miope, para no haberse dado cuenta que eres demasiado bonita como para ser hombre...
Dijo, tratando de ponerse en pie. Oscar lo miró de reojo.
-¿Tratas de enfadarme aun más, verdad? Por si no lo sabes, también hay muchachos de mi edad lampiños y de piel lozana, así que...
-Sólo que a esos se les llama "afeminados" o "castratti". Creo que tú no cubres ni uno ni otro rubro, ¿no? Je, sería muy curioso que te presentaran a esa Mlle. Clémentine y se enamorase locamente de ti, y para su desgracia, tú no le pudieses corresponder...
-¡Basta ya, no quiero seguirte escuchando!
-Al menos conócela, quien sabe, a lo mejor puedas mostrarle tu espada...
Dijo él, moviendo las cejas con malicia. Óscar se le abalanzó encima.
-¡Eso es lo que quieres! ¡En nuestro próximo encuentro, no tendré piedad y te haré picadillo! ¡Voy a desembarazar a Madame Mont Baran de su nieto! ¡Los días de André Grandier están contados en esta casa!
-O... Oscar, me asustáis... ah, ¡te engañé! ¡Mmmmmmmmm!!!!!!!!
Repuso zafándose de sus manos y sacándole la lengua, corriendo en pos de las escaleras, donde su perseguidora le dio alcance.
-¡Miserable!
Ante el alboroto, los sirvientes vieron cómo Óscar alcanzaba a André al borde de las escaleras, se golpeaban un poco y descendían rodando hasta la mitad. Curiosamente, André la había protegido con su cuerpo, recibiendo la mayor cantidad de golpes. En sus ojos estaba pintado el miedo, cuando pudo revisar el pulso de su amiga. Los sirvientes fueron a atenderlos.
-¡Estáis bien joven Oscar!
-¡Joven Oscar!
-Oh... André... te voy a...
-Uf, ¡qué susto me diste! Esta vez nos sobrepasamos un poquito...
-Ah... la cabeza me da vueltas...
-Es que estás de cabeza...
-Te voy a matar...
Desde abajo, el señor de Jarjayes los contemplaba.
-Oscar, quiero hablar con vos.
***
-Estáis creciendo. No es bueno que sigáis jugando como si fueseis niños. Sería mejor que olvidaseis algunos de vuestros juegos...
-No estaba jugando padre. André es un tonto, quería darle su merecido. Y nunca antes os había molestado, no veo por qué...
-Ese es otro punto a tratar. Precisáis aprender a controlar vuestro carácter. Sois el candidato a asumir un importante puesto en la guardia de su majestad. Si no podéis controlaros, ¿cómo podréis controlar a vuestros hombres? Si no sois capaz de imponerle el respeto a André, ¿cómo os ganareis el de vuestros soldados? Sé que será difícil, visto que pueden sospechar que... pero, si sois lo bastante diestro, podéis conseguir además del respeto, la admiración, la fidelidad de vuestros hombres... El morir por Dios, el Rey y... por vos.
Oscar bajó la mirada.
-Habláis de admiración. ¿Hacia mí como soldado, o hacia mi persona? Es decir, ¿creéis que los hombres se harían matar si se enamoraran de mí? ¿Es eso lo que esperáis? ¿Qué se enamoren de mí?
De Jarjayes le dio una bofetada.
-¡Sois mi hijo! ¡Fuisteis educado para continuar con una tradición militar! ¡Y sabréis imponeros como hombre aunque seáis mujer! ¡Actuad como hombre!
Oscar sostuvo la mirada de su padre todo lo que pudo, clavando las uñas en las manos para evitar llorar.
***
-Disculpad... Mademoiselle...
-Oh... os habéis despertado, ¿cómo estáis?
-Bien... bien... eh... - miró en rededor. Reconoció la pieza. Era la misma de los otros días. Estaba siendo cuidado por aquella familia. Les había confesado su identidad, pero no estaba del todo repuesto como para retomar sus asuntos. Se decidió a iniciar una conversación.
-Os he visto cuidar de mí todo el tiempo y os lo agradezco infinito, pero no es bien visto que una señorita se encuentre en la habitación de un hombre, sobre todo a solas...
La joven sonrió mirando la puerta entreabierta.
-Afuera se encuentra mi gobernanta. Mi familia confía en mí, y en cuanto a vos... bien sabemos que estáis indispuesto como para ser de temer...
-Sin embargo, no me conocéis. ¿Cómo podéis creer lo que os he dicho? Carezco de fundamentos...
-Lo fuese o no, lo cierto es que estabais herido y necesitabais atención. Y si no es mucha indiscreción de mi parte... ¿podría preguntaros, quién es "Ojos azules"?
El joven trató de incorporarse.
-Supuse que la conoceríais, o que viviese con vosotros...
-Oh, pero no os comprendo. Si es un sobrenombre... Ninguno lo porta en esta casa. Y si es un adjetivo, ninguno aquí tiene los ojos de ese color.
-¡Ah!
Exclamó el joven desilusionado, recostándose de nuevo.
-Debí haberla confundido con un ángel... ¡Un hermoso ángel rubio!
-Pero, ¿a quién os referís con Ojos azules? ¿A un hombre o a una mujer?
El joven fijó la mirada en un punto lejano. Trataba de recordar en detalle lo sucedido hasta entonces. Había regresado sin avisar, y encontrado a su familia asesinada. Al intentar encontrar alguno con vida lo habían rodeado unos encapuchados. Con auxilio de su tutor había podido escapar a caballo. Cansado, herido, había perdido su cabalgadura y caído exhausto en medio de la nada. Hasta que vio unos hermosos ojos azules, claros y nítidos, de una tonalidad rarísima. No sabía decir si era una joven, o un joven.
Su mirada se posó en la muchacha. Sus ojos eran verdosos, quizá celestes, transparentes, en contraste con sus cabellos castaños.
Cuando desperté en esta pieza, creí que erais vos y que había confundido vuestro rostro, pero ahora estoy seguro: Ella tenía los ojos de un azul profundo, hermosos... muy expresivos, muy decididos. Había una seguridad en su mirada, me infundió valor para seguir con vida. Jamás la podré olvidar, "Ojos azules"...
-¿Será que no sabéis si era hombre o mujer?
-Sólo le vi el rostro, y era muy hermoso: Alargado, blanco... y las mejillas muy sonrosadas. Su cabello era rubio, los ricitos descansaban sueltos sobre los hombros. Su voz era autoritaria, pero melodiosa. La boca roja y preciosa, como una cereza; la nariz recta y finísima. Nada escapaba a su mirada, estaba atenta a todo... Creí que era un sueño, que había muerto y un ángel me recibía en Paraíso. Me dio de beber... dijo un nombre, "André"... luego perdí el conocimiento, y no la volví a ver...
La muchacha jugueteó con su bordado.
-Debe haber sido el muchacho que nos salvó.
-¿El muchacho?
-Dos jóvenes jinetes salieron de la nada a ayudarnos, eso nos dio tiempo para que Pierre cargase y disparase contra nuestros atacantes... Yo vi a uno, de cabellos oscuros y al otro, un rubio doncel; aguerridos caballeros con gran habilidad en la espada.
Etienne acomodó sus cobijas.
-Y... ¿estáis segura de que se trataba de un doncel?
-¡Por supuesto! ¿Acaso habéis visto a mujer alguna manejar la espada hábilmente?
No desde Juana de Arco o... quizá, la Gran Mademoiselle –pensó para sí Etienne, volviéndose a dormir. ***
André buscaba por la cocina algún remedio que menguase el dolor que sentía en las piernas. En eso, su abuela lo vio y tomándole de las orejas...
-¡Al fin te veo! ¡Ya es hora de que tengamos una seria conversación tú y yo, jovencito!
-¡A... Abuela!
Llevóselo a rastras hasta un almacén adyacente a la cocina, segura que allí ninguno los podría escuchar.
-Y ahora, ¿qué fue lo que hice, Abuela?
-¡Y todavía lo preguntas! ¡Ya estás bastante grandecito para darte cuenta de las cosas! ¡Debes mostrarle más respeto a la niña Oscar!
-Abuela, yo...
-¡Te callas! ¿Qué es eso de caer abrazados por las escaleras? Me entristece decir esto, pero... Debes darte cuenta que a despecho de lo que diga el amo, Oscar es una mujer y tú debes tratarla como tal.
-¡Pero cuando me pega no se comporta como una mujer! ¡Sus patadas son muy fuertes! Siempre anda enfurruñada y se deshoga dándome coscorrones, ¿por qué no he de defenderme? Y no le agrada que la trate como mujer, no tengo por qué...
La abuela lo miró amenazadoramente.
-¿Y a qué le llamas tratarla como mujer? ¿Crees que no me doy cuenta que le dices cosas para enfadarla? Le recuerdas que es mujer con el propósito de molestarla, de incomodarla, para hacerla sentir en desventaja. Apréndetelo bien: Puede que antes no hubiese malicia en vuestros juegos de manos, pero ahora es diferente. Mademoiselle Oscar se está haciendo mujer, y debes tratarla como a una dama; los sirvientes podrían malinterpretar vuestras inocentes escaramuzas, el tiempo que pasáis juntos y a solas. Puede que el amo no tenga cuidado en esos detalles, y en su lugar los tendremos nosotros. ¿No querrás perjudicar la reputación de mademoiselle Óscar, verdad?
André agrandó los ojos. En la punta de la lengua tenía la frase ¿Y crees que yo le faltaría el respeto a Oscar? Antes que ese día llegase me mataría...
Pero en lugar de eso dijo:
-Oscar es nada atractiva, dudo mucho que hombre alguno se sintiese atraído hacia ella...
Una cachetada fue lo que recibió en respuesta.
-¡Mide lo que dices! ¡La niña Óscar es muy joven aún para darse cuenta de esas cosas! ¿Por qué crees que el señor de Jarjayes te tiene en su casa y te ha permitido recibir la misma educación que Mademoiselle Oscar?
-Por que quería un lacayo para su hija...
-Por que te necesitaba como modelo masculino para su hija... Lamentablemente, por mucho que la vista y la trate como a un varón, es una niña.
-Eso ya me lo dijiste...
-Su cuerpo es el de una mujer, y es la más bella de todas las hijas del amo. ¿No crees que sería difícil alejar a los pretendientes? El amo te necesita para protegerla de cualquiera que quiera hacerle daño. Por eso, tú debes ser el primero en respetarla, ¿lo has entendido?
André masajeaba sus orejas adoloridas.
-Sí abuela, me has convencido. Seré más cuidadoso con mademoiselle Oscar...
***
¿Qué he de hacer finalmente? El amo quiere que trate a Oscar como varón, la abuela quiere que la trate como mujer pero Oscar se molesta cuando lo hago. Lo mejor es que haga lo que yo quiera... no es que sea ingrato. Sé perfectamente que es por su causa que he tenido una vida sencilla, pero... también me molesta cuando se las toma conmigo. Siempre que la regañan se desquita conmigo. ¡Estoy harto de ser su juguete! ¡Y me tengo que aguantar! ¡Sólo por que es la hija del amo! ¡Sólo por que es una mujer! ¡Si fuera verdaderamente un varón, no tendría remordimientos en darle unos buenos puñetazos! ¡Entonces vería quien es el que manda, sí señor!
Pero la realidad es que es una niña. ¿Cómo he de tratarla? ¿Callándome lo que pienso? No, no podría... Quisiera poderme ir, vivir como me plazca... ¿En qué podría trabajar? ¿Me podría acostumbrar a las privaciones luego de haber probado la vida aristocrática? Hay veces en las que estoy harto de verte, Oscar...
Habiendo terminado de desvestirse, André se tiró a las aguas cristalinas del río. Sintiendo las frescas aguas sobre su piel, tenía la sensación que podrían refrescar sus turbulentos pensamientos, y atenuar los golpes recibidos. Seguía nadando, hasta que una sirena emergió de la nada.
-Debí haber imaginado que también vendrías tú.
-¡Oscar!
Capítulo 3
-¿Qué os sucede? Estáis muy pensativa.
-He visto a... Fuimos a hacerle una visita a los Jarjayes.
-¿Y qué pasó? ¿No os trataron bien?
-Al contrario, nos recibieron muy bien. Pero no hay caso en hablar de eso. ¿Vos, cómo os sentís? Mi madre nos dijo que vino la policía a tomaros las declaraciones. Están buscando a los responsables de la desaparición de vuestra familia.
Mientras hablaba, Clémentine se aproximó a la ventana, dispuesta a seguir el bullicio de las aves en su afán por prepararse al sueño reparador. Étienne acomodaba sus pertenencias en una valija de viaje. Retomó la palabra.
-Nada de lo que hagan me devolverá a mis padres ni a mis hermanas. Necesito volver a mi casa.
-Pero vuestros victimarios siguen libres, no descansarán hasta dar con vos. Mientras estéis aquí, estaréis a salvo.
Reaccionó ella.
-¡No! Ya habéis hecho bastante a por mí, y os lo agradezco. El médico ya me dio de alta, mañana mismo me marcharé.
-Pero si no tenéis adónde ir, ¿bajo qué techo podréis resguardaros?
-Aha, no os inquietéis. Viviré en una posada hasta que abran la Academia Militar.
-Vos... ¿estudiáis en la Academia Militar?
-Voy a hacerlo aquí. Dado mi rango y abolengo puedo permitirme aspirar a un importante puesto en la Guardia Real, o en la Marina.
-Pensaba que os haríais cargo de vuestras tierras en...
-Mi estancia en Inglaterra duró demasiado tiempo. Debo retomar las riendas de mi vida ahora, o no podré hacerlo más adelante. Estoy en deuda con vos y con vuestra familia, sin vuestros amorosos cuidados podría haberme dejado morir. Si en algún momento puedo ofreceros mi modesta ayuda, contad conmigo para lo que sea.
-¿Lo decís en serio?
-Sí, siempre he hablado con la verdad.
-Entonces... ¿me podría atrever a revelaros lo que guardo en el corazón?
***
-¡¡¡¡Ashú!!!!!!!!!!!!!!!!!! ¡¡¡¡¡Ashú!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡Ashú!!!!!!!!!
-Sin necesidad de ser médico, me atrevería a diagnosticarte un resfriado.
-¡No estoy enferma! Es el polen, has estado trabajando en el jardín, recuerda.
-Recuerda tú que hace horas que me fui del jardín, y otro tanto que te bañaste en agua fría, ¡ja, ja, ja, ja, ja!!!!!! ¿Te das cuenta? ¡¡¡¡¡¡Te bañaste sin querer, ah, ah, ah, ah, ah!!!!!
-Ríe todo lo que quieras, a mi padre no le causó gracia ni la oferta matrimonial, ni la dote, ni mi caída.
-¿Le contaste todo?
-¿Estás loco? ¡No! Pero parece que sospechó algo cuando vio entrar a Clémentine sin sombrilla ni guantes y la falda mojada. Mi padre no es tonto, es inmune a pretextos idiotas...
-¡¡¡Así que si hubiese ofrecido una buena dote, Clémentine sería ya tu prometida, vaya esposa, ja, ja, ja, ja, ja!!! ¿Te imaginas en la noche de bodas? ¡¡¡¡Ja, ja, ja, ja!!!! ¡¡¡¡Y qué expectativas para perpetuar el apellido Jarjayes!!!!! ¡Tendrías que buscarle un amante para que te diese un heredero!
-¿Y tú estarías feliz de tomar mi puesto?
-¿Yo?
-¡¡¡¡¡Ashú!!!!! ¡¡¡¡¡Ashú!!!!!!!!
-Debes tener fiebre y deliras. Ya es hora de salir de la tina, te estás enfriando.
-¿Llamas a tu abuela, por favor?
-Está hablando con tu padre. ¡Pero yo te puedo ayudar, si deseas!
Oscar no había reparado que en este punto la voz de André se había tornado algo insegura, atribuyéndola al hecho que estaba cambiando el timbre de voz hacia una mucho más grave. Esto, le hizo recordar que con la adolescencia sus cuerpos estaban cambiando. Pero estaba demasiado habituada a estar desnuda delante de él, sobre todo en esa tina en forma de bota que se solía usar para recibir visitas, como para negarse a aceptar su ayuda.
-Dame mi toalla, está allá. ¡¡¡Ashú!!!
Dijo, preparándose a ponerse en pie apenas él extendiese la toalla delante de ella. Obedientemente, André extendió la toalla para que ella pudiese envolverse al salir. Tenía la nariz colorada y los ojos llorosos. ¡Definitivamente, no era su mejor día!
-¡¡¡Ashú!!! ¡¡¡Ashú, ashú, ashú, ashú, ashú!!!
Volvió a estornudar sin control, con tan mala suerte que la mano de André resbaló por su pecho, en su intento de sujetarla y evitar que perdiese el equilibrio sobre la húmeda tina.
-¡Disculpa!
Dijo ella pensando en toda la saliva que le había salpicado en pleno rostro. Pero cuando reparó en dónde tenía puesta la mano, lo empujó con fuerza, haciéndolo caer.
-¡Oye, suelta!
-¡Qué tienes! ¡Perdóname por no dejarte caer!
-¡Qué tienes tú! ¡No me mires así, tonto!
Dijo ella arrojándole la toalla mojada, escondiéndose tras la mampara del vestidor.
-Llama a los sirvientes y que se lleven la tina, ¿sí?
-Me simpatizas más cuando eres gentil, ¿sabes?
-¡Ya vete, que tengo que acostarme!
Exclamó ella saliendo con un largo camisón de dormir, de corte masculino, y limpiándose el fluido nasal.
-Entonces no podré contarte lo que escuché decir en las cocinas...
-¿De qué, sobre quién?
-Lo siento mademoiselle Oscar, pero debo desaguar vuestra tina, con su permiso.
Dijo, llenando un balde con el agua.
-Como quieras... Yo que pensaba compartir contigo el vino que me dieron...
-¿Vino?
-¡Claro! El vino atemperado ayuda.
-A estas alturas ya debe estar frío...
-Me lo han dejado en la cafetera, tonto, para que se mantenga tibio...
-Bue-no... Si me invitas...
Decía él humedeciéndose los labios.
El amo consentía que sus hijas tomasen vino de mesa, y además de eso, Oscar tenía el privilegio de catar vinos más generosos. Pero para descongestionar pulmones, se usaba un vino muy dulce al que tenían acceso en contadas ocasiones, mediando enfermedad, claro está. De niña Oscar había tenido neumonía, así que la cuidaban mucho por que una enfermedad relacionada con el aparato respiratorio podría resultar fatal para ella.
André sostuvo su taza. No era la forma ideal de catar, pero el sabor era distinto de cuando lo degustaba frío. Atropelladamente empezó a soltar su valiosa información.
-El amo ha decidido que la abuela sea el ama de llaves de su casa y dejará de ser tu Nana. Y ya no te ayudará a bañarte, ni te traerá el desayuno. El amo dice que debes atenderte por ti misma.
-¿Y ese era el secreto? Mi padre ya me lo había dicho.
-¿También que iremos a Arras?
-¡En serio! ¡Hace tiempo que no vamos a nuestras tierras en la provincia!
-Iremos mi abuela y yo. Tú te quedarás.
-¿Así? ¿Y eso por qué?
-Por que este año se cumplen diez años de la muerte de mi madre.
-Oh, pero, pero siempre íbamos todos juntos...
-Tu padre no quiere que te distraigas. ¡Pero te escribiré muchas cartas!
-Para cuando regreses, ya me habré ido a la Academia.
-Ah. Nadie ha dicho que partiremos mañana, será dentro de una o dos semanas.
-No gracias, voy a estar muy ocupada como para leer tus cartas. Además, no sabes escribir.
Concluyó Oscar dejando su taza en la bandeja.
-¡Sabes que no es cierto!
-Entonces, ¿por qué nuestro preceptor siempre te corrige?
-¡Es el estilo, que no es lo mismo que no saber escribir!
-¡Es lo mismo! Se sabe, o no se sabe.
-¡Mira quién habla! ¡Ya quisiera verte ensillando un caballo tú sola! Además, eres la hija del amo, nadie muerde la mano que le da de comer.
-Como sea, me gusta más el mar, tal vez decida ir a Normandía en las próximas vacaciones... Pero sin ti. Últimamente, me está cansando tu compañía...
-Es mutuo, quiero volver a ver a mis amigos y hacer cosas divertidas que contigo no se puede.
-¿Te aburres en casa? No me habías dicho que te aburría...
Dijo ella ocultando cierta desazón. Por alguna extraña razón, siempre había pensado que André le seguía en todas las actividades que proponía por que a él también le gustaban. André se puso en pie.
-Me aburre la rutina.
-¡Albricias! Le pediré a mi padre que no regreses nunca, ¿contento?
-¡Estoy alborozado! ¡Doy a gracias al cielo! ¡Por fin dejaré de ver tu horrible cara!
-¡Lo mismo digo! Mañana mismo hablaré con mi padre... ¡¡¡¡¡¡Ashú!!!!!!
-¡Magnífico! ¡Me voy!
Dijo el muchacho saliendo de la recamara.
-¡André! ¡Se te olvidó desaguar la tina!
-Dile tú a los sirvientes que lo hagan...
-Tonto...
Masculló con la vista fija en la puerta.
***
Durante la práctica de esgrima, el maestro había percibido cierta tensión de parte de Oscar, y falta de concentración de parte de André. A parte de eso, los chicos se hablaban como siempre. André se agitaba mucho al atacarla, mientras ella en pocos movimientos detenía sus golpes. Pero cuando él apoyó su fuerza, le fue duro repelerlo. Debía acudir a la astucia.
-André... no lo hagas...
-¿Qué?
-Usar toda tu fuerza... te vas a arrepentir.
-Cada quién hace lo que puede.
-Es verdad.
Dijo ella retrocediendo y dejándolo caer.
-Te lo dije: Si apoyas toda tu fuerza, pierdes el equilibrio. El arte de la esgrima es astucia, destreza, ¡filosofía! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!!!
André se le quedó mirando. El maestro le indicó que debía levantarse.
-André, observa cómo se mueve e intenta precederla, piensa en lo que podrá hacer, prueba a defenderte antes de atacar.
-Sí, señor.
-Sí André, mírame, mírame... Observa cómo ataco tu corazón... y luego me dirijo a tu rostro.
-¡Eso es trampa, en florete está prohibido atacar el rostro!
-Uy, qué pena, descuidaste tu defensa, ¡touché!
-Oscar, comprenderás que debo darte una sanción, ¿verdad?
-¡Pero no iba en serio, no pensaba herirlo, monsieur La Garde! ¡Apenas si le corté un mechón de cabellos!
-Sabéis que el blanco consentido son pecho, espalda y estómago. No estamos practicando ni espada ni sable.
-¡De acuerdo! ¿Cuál será pues mi sanción?
-Dejemos que tu compañero de armas idee una.
-¡Eso me parece un castigo justo!
Repuso André, entusiasmado pensando en cómo se desquitaría de Óscar. A través de la máscara de entrenamiento que llevaba Oscar, pudo adivinar el mar de sus ojos convertidos en una tempestad. La voz de Oscar, sin embargo, sonaba muy calmada.
-No estará hablando en serio... ¿cierto?
-¡Oh claro que sí! Si André quiere que peleéis sin máscara, con sable o espada; o con la zurda lo decidirá él.
-Estoy seguro que mi padre no aprobará su idea en castigos...
-¡Oscar!
-¡Ah, padre!
-¿Cómo va mi hijo? Inquirió de Jarjayes aproximándose hacia donde el pequeño grupo se encontraba.
-Justamente terminábamos el entrenamiento de hoy.
-¿Y quién ganó?
-Ah, hace algún tiempo me ofrecisteis mostrarme una espada y estilete del siglo XVI, me gustaría mucho aprovechar esta ocasión para verlos.
-Sí, desde luego, seguidme.
De Jarjayes estaba complacido, rápidamente el maestro de esgrima de su hijo había interpretado que deseaba hablarle a solas. Lo precedió en el camino hacia su estudio.
André se despojó de guantes y chaleco de entrenamiento, acercándose a su amiga.
-Perdóname, Oscar. Todo lo que dije, no fue en serio. Extraño mi hogar, y a mis amigos, por eso... por eso yo...
-No tengo nada qué perdonarte.
-Oscar...
-Es verdad que estás a mi servicio y puedes irte cuando quieras. No seré yo quien te lo impida.
-Pues, muchas gracias. Agradezco tu desprendimiento, pero también me gustaría recibir un poco de gratitud de tu parte.
-Yo no quiero que te quedes en mi casa por gratitud. Yo quiero que te quedes por que quieres.
-¡Y yo quiero! ¡Me gusta mucho vivir aquí!
-Entonces, ¿por qué te irás?
-Por que también quiero tener mis vacaciones.
-¡Pero ya estamos en vacaciones!
-Tú tienes vacaciones, yo no.
-Antes íbamos juntos, ¿tú sabes por qué mi padre no me dejará ir? ¿Por qué? ¡Habla!
-No, no sé nada.
-Tú sabes algo, André Grandier... Lo veo en tus ojos, te mueres por decirlo... si hay alguien en esta casa que sepa todo lo que sucede, ese alguien eres tú... André... Sé un buen chico... tengo preparada una tarta de manzana con miel en la cocina para ti si hablas...
Decía ella aproximándosele y obsequiándolo con su más convincente sonrisa. André iba retrocediendo. Si una Oscar furiosa era de temer, persuasiva era mucho peor... Tenía muchos malos recuerdos que lo demostraban.
***
-Oscar tiene mucho talento con la espada y la estrategia. Posee muchas dotes como oficial, sabe controlar situaciones de riesgo, reaccionar sin amilanarse, mantener la cabeza fría. Pero como todo ser humano, ese es también su punto débil. Un oficial no debe ser sólo espada, sino también corazón. Tengo la impresión que ha expulsado los sentimientos de su corazón.
-¿Y acaso eso os contraría mucho? Lo que interesa son sus dotes como estratega, sabéis bien que está candidateando por un puesto en la Guardia Real. Y quiero que sea el mejor.
Argumentó negligentemente de Jarjayes cerrando su cajita de rapé. La Garde era muy conocido como esgrimista, y como maestro, una opinión experta como la suya era difícil de ignorar. Conocía su profesión, y el corazón de las personas.
-Y Oscar está dispuesto a pagar el precio por cumplir ese sueño. El problema es lo que pueda perder en el camino. Es difícil dominar el espíritu, se necesita mucha paciencia y astucia para ganar su simpatía. ¿Me comprendéis?
-Hace tiempo que lo he notado, André tiene un gran ascendente sobre mi hijo. Le tiene gran confianza.
-No pueden estar juntos, pero tampoco pueden vivir separados.
-¿A qué viene eso?
-Justamente a eso. Oscar es muy cerebral, la razón domina su pensamiento, pero también es necesario tener corazón, y André lo posee. Aunque suene ilógico, es justamente él quien puede aquietar o enervar su ánimo. Si los separa, no podrán vivir mucho tiempo. Si los deja juntos, tampoco. ¿Me explico?
-Ah... No pensé que acoger en mi casa a un huerfanito me pudiese traer tantos problemas. Hasta ahora no han pasado mucho tiempo separados, pero ya he encontrado un medio para hacerlo sin dramas.
La mirada de Jarjayes se centró en un punto fijo. Había hablando largamente con su nueva ama de llaves al respecto. Esta plática confirmaba los temores de la abuela de André. La voz de su interlocutor lo sacó de su ensimismamiento.
-Vuestro hijo podría convertirse en el más despiadado de los hombres, y es imposible controlar a alguien así. Le recomiendo que lo piense bien.
-Ya lo he decidido. No, su abuela y yo lo hemos decidido.
***
-¡Te juro que no sé nada más! Se me acalambraron las piernas y corría el riesgo de caerme. ¿Qué es más importante? ¿Mi vida, o las conversaciones entre el amo y mi abuela?
-No me convences. Hay algo extraño en todo esto. Mi padre no me deja viajar ni a Normandía ni a Arras, y a ti sí, con el pretexto de que no me puedo distraer hasta terminar la Academia.
-Sospechas de todo, hasta del origen del arco iris en el cielo. ¿No puedes pensar que las cosas son así y nada más?
-Si se aceptase implícitamente lo que hay en el mundo, Newton no habría descubierto que el arco iris es una ilusión óptica producida por la humedad de la lluvia y el calor del sol.
-No veo que esa información tenga una utilidad práctica.
-¡Claro que sí! Demuestra que no existe una olla llena de monedas de oro al final del arco iris...
-Demuestra que careces de imaginación.
-Precisamente es necesaria la imaginación para descubrir cosas prácticas, como cuando viendo caer una manzana, Newton pensó en la teoría de la gravedad. No veo que tú por comer manzanas hayas creado alguna teoría científica.
El pobre André fue sorprendido en el justo momento de clavarle el diente al mencionado fruto prohibido. Después de cabalgar por cerca de una hora, tenía sed y había echado mano de las provisiones. Oscar estaba plácidamente tendida a su lado, ambos mirando las tentadoras aguas del río.
-Creo que existen suficientes teorías como para crear otra más. Y para tu información, fue gracias a Descartes que Newton descubrió el bendito origen del arco iris.
Concluyó arrojando el hueso lejos. Oscar retomó la palabra.
-¿Siempre partiréis el miércoles?
-Sí, iremos en diligencia.
-Pensé que mi padre os dejaría usar el coche.
-Hasta París, luego otro coche nos recogerá en el pueblo hasta las propiedades de tu padre.
-Me escribirás, ¿no? Quiero saber de Sugar, y de Allaste...
-¡Claro que te escribiré! Dos meses pasan rápido. Tú también me escribirás, y me contarás de cómo harás rabiar a tus "amigos" cuando les venzas en algo.
-Je, je, je, je... ¡De hecho! Veremos si lo que lleva Gèrodére en la cabeza es peluca natural o pelo artificial. Ya me aprovisioné de la receta del engrudo.
-¡Cierto! ¿Te apetece hacer un chapuzón? Será el último del verano.
-Pues... yo...
-Nos quedaremos en ropa blanca. Nadie vendrá a buscarnos, tendremos tiempo más que suficiente para que se seque sin que nos descubran.
-¡Entonces, qué esperamos!
Respondió ella echando al vuelo botas y calzón de montar. André estaba feliz, no podía pasar mucho tiempo disgustado con ella.
Al entrar, no pudo verla hasta que sintió que algo lo jalaba de los pies. Tenía ganas de jugar, sin dudas, y él estaba dispuesto a seguirla a dónde fuese.
Tan imbuidos en sus juegos estaban, que no se apercibieron del ruido de unos cascos. El jinete desmontó y tranquilamente se acomodó en el pasto, dejando libre su cabalgadura para que tomase agua. Al escuchar voces y chapoteos pensó que alguien necesitaba ayuda y movido por la curiosidad se acercó hacia el origen de las voces.
-¡André, André!!! ¡Te voy a pegar!!
-¡Alcánzame si puedes!
-¡André, no estoy jugando, dame mis ropas!
-¡Toma! ¡Je, je, je, je!!!!
-¡Oye, ahora dame mis botas!!! ¡André Grandier, eres insoportable!
-¡Prometiste que no mirarías allí!
-¡Pero aún no me has dicho por qué crece!
-¡No te importa!
-¡Dime, dime, sólo quiero saber!
-¡Busca información en los libros!
-¡Tú sabes que no hay nada sobre eso, y mi padre tiene bajo llave los libros de Anatomía! ¡André!!
La muchacha tenía las ropas húmedas sobre su cuerpo, y sin botas no podía alcanzar a su victimario. Se puso el calzón de montar, y se despojaba de la camisa cuando sintió moverse los arbustos. Asumió que se trataba de André, así que se dejó ver sin temor alguno.
-André... devuélveme mis botas... ¡oh!
-¡Ojos Azules, Ojos Azules!
Apenas tuvo tiempo de cubrirse con la chaqueta que tenía en mano. Como un rayo le cruzó la idea que carecía de armas, a diferencia de su oponente. Presa del pánico empezó a gritar:
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡André, André!!!!!!!!!!!!!!
-No tengas miedo, sólo quería hablar contigo, saber si eras real... O un hermoso sueño...
-¡Retiraos de mi presencia! ¡¡¡¡André, ven!!!!! ¡¡¡¡Oh, André, por favor, ven!!!!!!!!!
Capítulo 4
Atendiendo a los caballos, André hacía oídos sordos a los gritos de Oscar. Se había avergonzado muchísimo cuando aquello había vuelto a crecer, y los ojillos curiosos de Oscar lo miraba sin preguntar. ¿Por qué nadie se había tomado la molestia de explicarle el milagro de la vida? ¿Tendría que hacerlo él? Fastidiado de oír sus gritos, se decidió a reunírsele, pero evitando hacer ruido para poderla asustar.
-Ojos Azules, no me tengáis miedo. Soy un caballero, no osaría faltarle el respeto a una dama como vos.
-Mentís, mentís monsieur. Vuestra presencia os desmiente. Además, no soy mujer, soy un hombre.
-¿Qué decís? Pero si veo claramente que sois una dama, no, una princesa. ¿Acaso un hombre podría tener tan bellos ojos, una piel tan tersa y unas formas tan delicadas?
-¡Pervertido! ¡Soy un castrado, ¿o estáis ciego?!
-Si así fuese, no temeríais que os viese mientras os cambiáis de ropas.
-Soy muy celoso de mi privacidad. Si tuviese una espada al alcance de mi mano, os demostraría cuán masculino puedo llegar a ser.
-Sólo quería preguntaros algo, si cuando me encontrasteis, visteis a otra persona más.
-¿Yo?
André se interpuso entre ambos, extendiendo los brazos:
-¡Ni un paso más, caballero!
-¡André!
-Deseo tener unas palabras con vosotros, nada más.
-¡No señor! ¡No tenéis derecho a mirar a esta mujer! ¡No tenéis derecho a manchar su pureza con vuestros ojos!
-¡Lo sabía, estaba seguro de que erais mujer!
Oscar cerró los ojos y murmuró entre dientes:
-Oh... André...
El ambiente estaba tenso. Oculta por André, Oscar se cubrió con la chaqueta y se despojó de la camisa húmeda. Étienne, caballerosamente se retiró con el pretexto de recoger algunas ramas secas para encender una pequeña fogata y ayudarlos a secarse.
Ninguno dejaba escapar palabra, ni siquiera el sonido de sus respiraciones. Quedamente se podía oír el sonido de las pisadas de Étienne, el gorgojo de las aves, el fluir de las aguas, las hojas mecidas por el viento.
André no se atrevía a volver la vista, deseoso que el otro se cansase y decidiese retirarse. Pero Étienne no daba señales de querer marcharse, sino todo lo contrario.
Cuando sintió que había pasado el tiempo prudencial, regresó con su carga, la depositó en tierra y frotó con fuerza entre sus manos una ramita seca inserta en un tronquillo para hacer fuego.
André lo observaba impertérrito, pensando que para ser noble, parecía poseer conocimientos de burgués. Adivinando sus pensamientos, Étienne repuso.
-Que no os extrañe, muchas veces he salido de caza y aprendí muchas cosas.
-Las cacerías se hacen a caballo- repuso André, medio sorprendido de las habilidades de Étienne, pensando que los nobles se deleitan en matar animales acorralados, mientras los criados se encargan de todo el trabajo servil.
-No cuando sales a cazar lobos- dijo Étienne con sonora voz viril.
Oscar escogió ese momento para regresar, calzada con sus empolvadas botas, y portando las espadas de André y ella.
-No sabía que cazaseis lobos.
-No sabéis muchas cosas de mí, y tenéis derecho a enteraros. Por favor, ayudadme.
Ambos, André y Étienne armaron un trípode con algunas ramas y las espadas para poder colgar las ropas húmedas y apresurar su secado. La luz del sol se iba atenuando, conforme se acercaba el atardecer.
Oscar lo observaba ahora con mayor detenimiento. No había reconocido a Étienne sin la barba. Era bastante joven, como había estimado André. Dieciséis, diecisiete años quizá. Más alto que ellos dos, de agradable contextura, vestía ropas sencillas. Sus ojos cambiaban de color. Ora eran verdes, ora amarillos, dependiendo si las ramas de los árboles bajo el que se habían sentado hacían sombra sobre su rostro. Era extraño, nunca antes había reparado en los ojos de las personas. Étienne tomó aliento.
-Ojos azules, ¿qué estáis pensando?
-¡No me llaméis así!
-Perdonad, todavía no me he presentado, soy Étienne de...
-De Beauvillier, descendiente del ministro de Luis XIV...
-Ah, las noticias corren rápido...
-¿Cómo fue que os apalearon y abandonaron? –Étienne no se inmutó ante una pregunta tan directa.- Volví a Francia cuando dejé de recibir noticias de mi familia, en compañía de mi tutor. Poco antes de llegar, fuimos acorralados. Con su ayuda pude escapar, pero bajo la lluvia caí del caballo y perdí el sentido. Por eso, necesito saber qué fue lo que visteis, si percibisteis algo fuera de la común. Distraídamente, André arrancaba hojillas del pasto, normalmente, no podría participar en la conversación de su amo, pero siendo Oscar su amiga, se animó a intervenir. -¿Por qué querrían asesinaros? ¿En qué asunto está envuelta vuestra familia?
-Mi padre es el heredero del ducado de Saint-Aignan, pero no puede tomar posesión del título por que han desparecido los registros de su genealogía. Hay alguien más que reclama el título.
Oscar lo observaba, deseando saber si decía la verdad o no. -¿Sospecháis que el otro litigante estuviese interesado en desaparecer a vuestra familia?
Étienne clavó su clara mirada sobre ella. -Mi familia está a salvo.
-¡Cómo! -Exclamaron a coro Oscar y André.
-Sí, están vivos pero no puedo verlos. Mi tutor, monsieur Girard, está en contacto con ellos.
-Pero, monsieur de Lemercier dijo... –empezó a decir Oscar. -Que no tenía familia. En cierto sentido es cierto.
-¿Pero tenéis seguridad que siguen vivos? ¿No será que monsieur Girard es cómplice de... -André no pudo terminar, que Étienne ya respondía. -Durante mi ausencia, mi familia estuvo recibiendo diversas amenazas si no dejaba de pretender el derecho al ducado. Cartas, robo, incendio de la casa de los siervos...
-¿Había un traidor, no? –repuso Oscar. -Sí, por eso discretamente fingieron un saqueo de la casa y asesinato de sus habitantes.
-¿Y los sirvientes? ¿También estaban en el secreto?
-Hay que engañar a los amigos, para poder engañar a los enemigos. No hay otra forma. –Dijo Étienne esbozando una triste sonrisa. -¿Y vos? ¿Lo sabíais?
-Al comienzo no, pero ahora sí. Por eso no podía permanecer más tiempo en aquella casa.
-¿Cómo podéis pasearos sin temor a ser atacado de nuevo?
-Mis válidos se encuentran a discreta distancia de aquí.
-Entonces, ¡ellos también me vieron!
-No Ojos azules, no os vieron, no temáis.
-¡No me gusta que me llaméis así!
Étienne empezó a trazar dibujos en la tierra que rodeaba la fogata. -Aquella tarde la lluvia no me dejó continuar, así que me dejé caer. En mis sueños, recordaba un relato que mi madre solía contarme: Cuando estés en problemas, busca el arco iris y di "Ojos azules, ojos azules te necesito" y todo irá bien. Por eso cuando desperté y vi vuestros ojos, supe que me ayudaríais...
Terminó clavando su penetrante mirada sobre los ojos azules de Oscar, la cual se apresuró a exclamar:
-¡Esa es una gran tontería! ¿Acaso vuestra madre no os dijo quién era ese "ojos azules"? Ciertamente, no soy yo...
-Je, estáis hablando con alguien que tiene una explicación científica y moderna para todo... –Repuso André señalándola con el dedo. -¡André!
-¡Ay, eso duele!
-¡Tonto! ¡Ay!
-Hummm, vosotros os queréis mucho. -Dijo con cierta ironía Étienne viéndolos pellizcarse. Ambos le miraron boquiabiertos y exclamaron en coro: -¡No, no es verdad, lo detesto!
Oscar retomó la palabra. -Perdéis el tiempo si creéis que os podría ayudar. Vuestros enemigos parecen ser de alto vuelo, y están tras de vos. -Y diciendo, se puso en pie para tomar sus ropas y terminar de vestirse. Podía escuchar la voz de André. -No lo creo, Oscar, si así fuese, no lo hubiesen dejado ir. Malherido e indefenso, era más vulnerable.
-Precisamente por eso, deseo confirmar si no habéis visto a ninguno en los alrededores.- repitió Étienne.
-Definitivamente no, por eso nos acercamos, ¿verdad André? Estabais en un lugar alejado, tal vez si vuestros perseguidores tomaron el camino real, no os vieron.
-O tuvieron que huir al vernos. ¿Te das cuenta que nos dejaron examinarlo, pero aparecieron cuando llegó el carruaje?
-¡No André! Allí no había nadie... –respondía Oscar volviendo con ellos y lanzando a su dueño sus prendas ya secas. -Yo creo que pensaron que nos iríamos, pero cuando vieron el coche se dieron cuenta que lo recogerían, entonces trataron de impedirlo.
-Lo hubiesen secuestrado antes, ¿no, sabelotodo?
-O estuvieron escondidos en el lado contrario y no os vieron pero sí al carruaje. -Intervino Étienne. Oscar y André se miraron. Una idea común les cruzó por la mente, ¿por qué una familia se atrevería a cobijar a un desconocido, sobre todo si por su causa habían sufrido un atentado? ¿Y si los atacantes hubiesen intentado defender a Étienne de los Lemercier? El aludido se dio cuenta que algo no iba al verlos tan pensativos.
-¿Qué sucede? ¿Por qué de pronto os habéis quedado silenciosos?
-¿Nosotros?
-Es que se hace tarde y la abuela nos reprenderá si no llegamos para la cena, ¿cierto, Oscar?
-¡Me leíste la mente!
-Hmm, vuestra abuela es una mujer muy estricta, ¿eh?
Poniéndose en pie, Oscar echaba tierra a la pequeña fogata mientras André iba a por los caballos.
-De hecho, no es mi abuela, sino la abuela de André. Repuso distraídamente mientras recogía las espadas.
-¿No sois hermanos?
-¡Ja, ja, ja, ja!!! ¡Desde luego que no!! ¿Acaso nos visteis algún parecido? André es mi... es mi... Oye André, ¿cómo le llaman a eso que eres en casa?
-Nada, Oscar, todavía nada...
-Eso mismo, es nada...
Étienne los observó con mucha atención. Oscar era muy despabilada y suelta de huesos. André era más reflexivo y cauto. Y, sin embargo... ambos tenían una relación muy estrecha, por eso había pensado que eran hermanos. Pero viendo la actitud de André cuando ella le había preguntado su ocupación, había notado algo como... fastidio... A André no le agradaba la función que cumplía en su casa, ¿qué función podría desempeñar un muchacho de corta edad en una casa señorial si no era aprendiz?
Los chicos ya estaban sobre sus caballos.
-¡Esperad un momento, no me habéis dicho dónde vivís, ni vuestro nombre!
Oscar lo miró dudando un poco en responder. -Soy Oscar François, de la casa de los Jarjayes. André es mi palafrenero, y su nombre de familia es Grandier. Adiós, ¡eah!
A su señal, André partió detrás de ella.
Étienne estaba anonadado con aquella respuesta. Al principio Oscar no había querido decirle lo que era André, pero luego lo había dicho casi sin respirar... Allí había algo raro, pero era mejor no inmiscuirse, que ese no era su asunto...
-Un momento... ¡Oscar François de Jarjayes! ¡Es... es la persona de la que está enamorada Clémentine de Lemercier!
***
Oscar y André cabalgaban en dirección a casa. André estaba molesto por la forma descuidada en que ella lo había presentado: De la nada pasaba a ser el palafrenero. Él hubiera deseado que lo presentase como...
-Un amigo.
-¿Ah? ¿De qué hablas? ¿André?
-Un amigo, ¿por qué no le dijiste a Étienne que soy tu amigo?
-¿Eh? ¡Vaya pregunta! No nos preguntaba eso, él creía que éramos hermanos...
-¿No podías decirle que somos amigos?
-Sí, podía... Pero eso no hubiera explicado tu presencia en mi casa.
-Nuestra casa, hasta que me vaya.
-¡¡¡Oye, oye, oye!!!! ¿Por qué te haces tanto lío con un detalle tan insignificante? André... Tú... -Repuso ella deteniendo su cabalgadura en seco. André se vio obligado a detenerse.
-¿Yo, qué? ¿Yo qué? ¡Me molesta ser nada importante en tu vida! ¡Exactamente nada! No tienes idea de cuál es mi trabajo en tu casa, por que ¿sabes? ¡Yo trabajo! ¡Yo les hago un servicio a todos los Jarjayes! ¡Especialmente a ti! ¡Yo tengo que trabajar a cambio de techo, comida y educación! ¡Yo no tengo nada gratis!
-André... -Balbuceó ella completamente desconcertada ante esa explosión de rabia.
-¡Es verdad que no tengo una casa mía! ¡Vivo en tu casa! ¡Y no significo algo en tu vida! ¡Nada! ¡Soy nada para ti! ¡Mientras que tú... que tú... tú eres... eres... tan bonita!... -Concluyó él en un suspiro. Oscar se encontraba terriblemente confundida. Y su confusión alcanzó los puntos más altos cuando vio que él se aproximaba hacia ella tanto que podía sentir su respiración en su propio rostro. ¡André la estaba besando! ¡Estaba besándola en los labios! Al retroceder, se le olvidó que estaba sobre la grupa de su caballo y cayó estruendosamente.
-¡Oh por todos los dioses, esto no me está pasando!
André seguía firmemente sujeto a su caballo, la sangre le bullía en el cerebro. No se suponía que algo así le pasaría, su idea de declaración amorosa tenía qué ver con un bello ramo de rosas, un hermoso discurso, inclinarse a tomar su mano y cosas así, no con hacerla caer de su caballo. ¡Ay, debía desmontar para socorrerla!
-¡Oscar, Oscar! Dime, ¿te sientes bien?
-No me puedo sentar, ¡tonto! ¡Mi pierna se quedó atorada en el estribo! ¡¡¡¡Ay, ay, ay, ay, ay!!!!
***
Con su primer beso, André le había fracturado una pierna a su querida Oscar. Al menos, eso creía él, aunque el doctor había dicho que Oscar se había luxado el tobillo al haber descendido de mala manera del caballo, cosa inverosímil dado que aquella niña se había subido a la grupa de un caballo desde que dejó los pañales, y montaba en una silla desde que sus piernitas alcanzaron los estribos.
La abuela iba de acá para allá, llevando hielo y vendajes para bajarle la hinchazón a la niña. Juzgaba que ahora sí su presencia era imprescindible para atenderla, por lo menos aquel mes. Seguro que el amo tendría que retrazarle el viaje.
Oscar descansaba en su lecho, apoyando el pie lastimado sobre unos cojines. Su padre la había llevado a cuestas cuando André la había traído sobre la grupa de su propio caballo. No se mostraba muy convencido del relato que le había hecho su hija explicando el incidente, pero ya encontraría el modo de hacerle hablar a André. ¡Ese sí que era pasta blanda entre sus manos!
-¿Estás seguro que no hicieron nada más, André? Tu abuela dice que las ropas interiores de mi hijo estaban arrugadas, y olían a agua fresca... ¿Sabes que las lavanderas le echan a las ropas un aroma especial?
¡Diantre! ¿Cómo no pensé en eso? Es verdad que ése era el motivo por el cual nos bañábamos desnudos...
-Pero señor, si llevaba las ropas puestas es lógico que estas se arruguen, y con el sudor, que cambien de aroma. Os aseguro que pasó tal y como lo contó el joven Oscar: Iba a descender cuando su bota se enredó en el estribo y se calló.
-Las botas están enteras, lo que se enredó fue el pantalón. ¿Qué estaba haciendo cuando se cayó?
André se puso muy pálido. ¿De cuándo para acá el amo era tan puntilloso sobre la vida de su hijo? René se acomodó mejor en su sillón. André respiró hondo. -Estábamos discutiendo, señor. Nos empezamos a pelear y la empujé. No me había dado cuenta que había sacado los pies del estribo para patearme, cuando se cayó. Es mi culpa, señor. Merezco el castigo que queráis darme.
El aludido disimuló una sonrisa que afloraba a sus labios. Ahora comprendía el misterio: Sus pequeños cachorros siempre tan indisciplinados y tan cómplices el uno del otro... Él jamás podría penetrar en ese pequeño mundo infantil que ambos se habían creado, y que él mismo había alentado. Pero aquella versión era creíble, por las frases de su hijo:
André es un completo idiota, toda fue culpa suya.
***
Ahora André podía respirar tranquilo. Se decía a sí mismo que no había mentido, sólo alterado un poquito la verdad... Pasó por la habitación de Oscar. Debía ponerla alerta sobre la versión que había dado. Pero, ¿ella estaría dispuesta a seguirla? Después de todo, por segunda vez le habían dado un beso, y por segunda vez se había caído... Miró hacia derecha, miró hacia izquierda. Nadie vendría, podría visitarla.
El recibidor estaba a oscuras, pero había luz en el dormitorio. Era mejor tocar para no llevarse una sorpresa. No hubo respuesta, insistió de nuevo. Sintió una suave voz: Pase.
-Te esperaba... tonto.
-Oscar... yo venía a decirte... Yo... que... que el amo habló conmigo... y... yo... yo le dije... que...
-Eres un completo idiota, ¡pero qué tenías en mente!
-Oscar...
-¿Qué obsesión tienen en besarme? ¡Los besos son horribles!
-Reconozco que no ayuda mucho caerse para hacerte cambiar de idea, pero yo... –André estaba cabizbajo, temía marearse si la miraba de frente. Empezaba a sudar frío, nunca antes se había sentido tan nervioso en su presencia.-¿Qué pretendías? ¿Dejarme inválida por el resto de las vacaciones?
-Oscar, yo... venía a hablarte de tu padre.
-...
-¿Oscar? No me mires así... Por favor, perdóname. Yo... yo quería... pues.. yo... tú...
-André, te estoy escuchando... André, ¿qué tienes? ¡Oye! ¡André, André!!! ¡¡Nana!!!!! ¡Auxilio, André está vomitando sobre mi cama!!!!! ¡¡¡Ayúdenme!!!!
***
-Tiene fiebre, y su tez luce amarilla. André, ¿no habrás comido algo descompuesto?
-No, abuela, te juro que no.
-¡Muchachito glotón! Si no dices la verdad, llamaré al doctor y te hará unas lavativas que...
-Una manzana, sólo comí una manzana.
-¡Más te vale no haberle dado ninguna a la niña Oscar, o entonces sí que querrás estar enfermo!
-¡Ay, abuelita! Me gira la cabeza y siento que me muero... ay... ay...
-¡No vayas a despacharte en la alfombra! Mira la bacinilla, escupe, allí... Sí, muy bien, verás cómo ahora se te pasa todo y te pondrás mejor.
-¡Tengo frío!
-Arrópate, Lavinie, por favor, alcánzame unas mantas. ¡Muy bien! Ahora ya recuperas el color, ¡bonito susto nos has dado!
-Y también trabajo, la niña Oscar no podrá dormir en su habitación por esta noche.- Repuso Lavinie, trayendo un par de mantas. La Nana la fulminó con la mirada. André inquirió tímidamente.
-Abuelita... ¿Oscar... Oscar está muy molesta por que ensucié su cama?
-Bueno, hijo, no sólo su cama. Le ensuciaste los vendajes, así que el doctor tuvo que volver para cambiárselas. –Dijo acomodando un paño húmedo sobre su frente. -Oh, ahora sí que no querrá hablarme hasta que nos marchemos...
-De hecho nuestra partida se retrazará un poco.
-¿Eh?
-Alguien debe cuidar a la niña, y no podré acompañarte.
-Pero, Oscar...
-Sé que ansiabas ir de viaje, pero espera un poco: La niña se recuperará y se irá a la Academia. Tendrás mucha diversión entonces. Descansa, hijo. -Le dio un beso sobre la frente, lo arropó y lo dejó dormir.
Pero, André no podía dormir. Había tenido un miedo visceral de confesarle a Oscar que le gustaba, de decirle que la quería mucho y que si trabajaba para ella no era por fidelidad o agradecimiento a su padre, sino por ella. Deseaba decirle que le dolía mucho su indiferencia, su maltrato, la forma en que lo trataba si estaban con extraños, que le daba rabia cuando veía a Étienne halagarla y verse imposibilitado a hacer lo mismo por temor a que ella se burlase de sus sentimientos. Pero ahora había sucedido algo peor que todos sus malos augurios: La había besado, sin pensarlo dos veces, la había tomado desprevenida y esto la había hecho lastimarse el pie, y ahora acababa de vomitarle encima.
Empezó a llorar, acurrucado en su cama, viendo como el viento entre los árboles proyectaban sombras dinámicas sobre la pared que tenía delante.
Para ser un sirviente, gozaba de muchos privilegios en esa casa. Para empezar, sus habitaciones se encontraban en la misma ala que las de su patrón inmediato, es decir, muy cerca de las habitaciones de Oscar. Su pieza era algo pequeña y menos lujosa en comparación, pero tenía chimenea y una cama muy confortable. Aquella pieza había pertenecido a una de las hermanas de Oscar.
Se sentía muy desdichado, él sabía perfectamente porqué el amo lo estaba separando de Oscar. Y lejos de acallar sus sentimientos al saberse descubierto, los había confesado. Es decir, casi...
Recordaba muy bien aquella conversación que había escuchado el día en que Oscar recibió su primer beso. Se había trepado por la parte exterior de la fachada de la mansión, y se había detenido muy cerca del balcón que se suspendía de la biblioteca del amo, costumbre que había aprendido junto con Oscar.
El amo sonaba muy divertido cuando había repetido aquellas palabras:
-¿Vuestro nieto enamorado? ¡Je, je, je, je!!! Esas cosas son muy naturales a su edad. Eso sí, indicadle que no voy a consentir hijos naturales bajo mi techo, así que... hacédmelo venir, mejor, corresponde que yo se lo diga, je, je, je,...
-Señor... deseabais conocer mis impresiones, y helas aquí.
André, enjugándose el sudor, había sentido cómo su abuela tomaba aire y tiempo, pensando en cómo continuar.
-Señor... he sido testigo de cómo las muchachas lo persiguen, y una fue verdaderamente impertinente con él, y a pesar de eso... André no se dio cuenta de nada.
-Me estabais alarmando, madame Montblanc. Así son los muchachos, sobre todo el vuestro; debe disimular si os tiene vigilándolo todo el día. Además, para todos los efectos mi Oscar es un muchacho, no podría poner sus ojos tan alto.
-¡Pero vos y yo sabemos muy bien que Oscar no es un muchacho!
-Si esa es la razón por la que protege a mi hija, sin duda es la persona indicada para seguirla en su misión.
-No me parece correcto aprovecharse de sus sentimientos. Aún estamos a tiempo de detener este chalado. Si siguen juntos, ese sentimiento podría calar hondo y los haría a ambos desdichados.
El corazón de André había empezado a latir con fuerza inusitada, las piernas le temblaban y tenía las manos heladas... ¡No era posible que su abuela se hubiese dado cuenta de sus sentimientos hacia Oscar! ¡Menos que los estuviese revelando al amo! ¡Ahora sí que la voz del amo daba señales de alarma!
-¿Sospecháis que Oscar... se haya aficionado a vuestro nieto?
-No, estoy segura que nada sabe. Si lo supiese, sería capaz de hacer cualquier cosa para desanimarlo. La niña Oscar es muy honesta...
-Mi hijo, madame, mi hijo...
-Señor, si me permite la confianza, a pesar del dolor que me embarga la sola idea de pensarlo, creo que debemos separarlos.
-Mi hijo es demasiado orgulloso como para bajar la cabeza, incluso ante sus sentimientos... ¿habéis pensado en una forma...?
André no había escuchado más. Con las piernas temblorosas, había temido perder el equilibrio y dejarse caer. Había necesitado de toda su sangre fría para tranquilizarse y volver al lado de Oscar, para desaguar su bañera.
Se sentía el muchacho más desgraciado del mundo. La chica que le gustaba sería de otro, el amo no le permitiría verla. Y había pasado una vergüenza atroz ante ella.
Oscar no querrá volverme a ver. Yo tampoco quiero verme. Estoy avergonzado, oh Tierra, trágame, que quiero morir, si ella no me quiere, me quiero morir...
Capítulo 5
Al día siguiente, André seguía vivo. Había dormido hasta muy avanzada la mañana. Tenía la boca pastosa, el vientre le crujía y sentía una inmensa sed. Al apoyarse sobre los codos, miró con atención la luz que se filtraba a través de las cortinas. La vida en el mundo continuaba, a pesar de que él se sintiese la persona más inútil del mundo. La idea que de haber muerto todos serían felices lo hizo entristecer. Lentamente salió de la cama. Ya no sentía mareos, y en general estaba bastante mejor.
El doctor le había recetado jugo de naranja y pan solo, además de alimentos livianos por ese día.
Ni bien concluyó su desayuno, se lavó, vistió y enrumbó hacia las habitaciones de Oscar.
Aparentemente, no había nadie, ni en la antecámara ni en su alcoba. La cama estaba deshecha, y olía mal. Tendrían que cambiarle el colchón, tal vez por eso todo estaba desarreglado.
-Oh, helo aquí. Dinos, André, ¿ya te sientes mejor?
-Lavinie, sí, ya estoy bien.
-Debes estar buscando a Oscar, ¿no? Está en el jardín, leyendo.
-Pero... cómo...
-Hérvert la llevó a cuestas. ¡¡¡Eh, eh, eh, eh!!! Cuando seas grande, tú también podrás cargar a las señoritas, ¿eh?- Dijo guiñándole el ojo. André se sonrojó. Ya no se sentía un niño, sino un hombrecito. Pero era cierto. Cuando intentó cargar a Oscar no había podido y se tuvo que limitar a ayudarla a trepar al caballo. Ahora nacía un nuevo sentimiento en él... Se haría fuerte, un hombre de verdad, tan poderoso que podría tener todo lo que quisiese de la vida, sin mendigar la compasión de ninguno.
***
He visto entre los árboles
tu pelo que jugaba con el viento.
De pronto un sentimiento
se apodera de mi mente, y eres tú.
El sol se ha levantando por menguante
Y el mar te está mirando desde el sol.
Te miro y de repente el horizonte
es tan distante como tú.
Django
Oscar se había adormilado, recostada en el sillón, bajo la sombra de unos árboles en la terraza. Sus piernas estaban cubiertas por una delicada manta de lino, y de sus manos se resbalaba suavemente un libro. André lo reconoció. Era La Nueva Eloísa, y por lo que veía, no había avanzado mucho en su lectura cuando se había quedado dormida.
Se aproximó lentamente para tomarlo sin despertarla. Rozó suavemente su mano. Estaba fría, y era suave. Era increíble que una mano tan suave al tacto pudiese tener la fuerza de abofetearlo. ¿Cómo sería recibir una caricia de aquella mano? Una tristeza infinita invadió su alma. Aquello era un imposible. Debió haberse conformado con la amistad que ella le prodigaba. Sólo ahora se daba cuenta que entonces había sido dichoso. Una voz lo sacó de su sueño a ojos abiertos.
-¿Qué quieres?- La bella durmiente había abierto los ojos... y la boca.
-Nada, es que se...
-Llévatelo si lo deseas. No necesito leerlo para saber que se trata de una desgraciada historia de amor.
-Sin embargo, la leías.
-Pero me aburrió. Las historias que carecen de sentido me aburren.
-¿Te parece que carece de sentido?
-Sí.
-No todas las cosas de este mundo tienen sentido. No se puede explicar la existencia de Dios, ni la naturaleza de los sentimientos...
-Descartes dice...
-¡Por favor, Oscar! ¡Quiero que me digas lo que piensas tú, no que repitas lo que otros dicen!
Oscar se le quedó mirando. Soltó el libro que él ya sujetaba. Le miró fijamente -Yo no cogí ese libro. Pedí L'Art des armes ou la manière la plus certaine de se servir utilement de l'épée (1) de Guillaume Danet, pero la tonta de Emilie me trajo La Nouvelle Héloïse de Rousseau. Quizá se confundió por que tienen la misma encuadernación.
-¡Tú tienes una explicación lógica para todo! En eso te pareces a tu padre, basta con decirles algo lógico para que lo crean. ¡Pero no todo es lógica! No hay lógica en que me sienta mal cuando estoy contigo.
-¿Eh? ¿Te sientes mal? ¿Por eso me vomitas encima? Mejor retrocede un paso, no quiero verme cubierta de tu aroma, ¡aj!- Dijo moviendo la mano derecha y cubriéndose la nariz con la izquierda. En un movimiento impulsivo André tomó su mano derecha y se la llevó a la mejilla. Luego de unos segundos, se la devolvió lentamente. -Sólo quería saber lo que sentiría en contacto tuyo, eres tú quien me hace sentir mal, demasiado mal... Todo lo que me dices se me queda clavado como una espina en el corazón. Verte me produce vértigo, hablarte me perturba, porque nunca puedo decirte lo que pienso. ¿Por qué, Oscar? ¿Por qué me siento así cuando estoy a tu lado? ¿Tú, que eres mi mejor amiga, lo sabes? ¿Lo sabes? ¡Dame por favor un remedio a mi mal! ¡Explícame por favor por qué cuando te veo en la mañana siento un vuelco en el estómago, y cuando me hablas y te burlas de mí estoy pendiente de tus palabras esperando alguna muestra de afecto! ¡Y sólo me puedo dormir tranquilo si durante el día te he visto sonreír, aunque sea a mi costa! Y si te veo llorar, quiero beber las lágrimas de tus ojos. Y cuando te enfadas y callas la razón, quiero conocerla para poderte ayudar. Dime ¿por qué, siento esta necesidad loca de estar cerca de ti, de ver tus hermosos ojos, de contar todas y cada una de las hebras de tus cabellos, de asegurarme que eres real y no un sueño? Pero de pronto hablas, te mueves, sonríes, gritas, me pegas y vuelves a ser real, vital, mi amiga de juegos; vuelves a ser mi amo, y entonces... me dejas turbado, completamente trastornado... ¿Oscar? ¿Dime algo, por favor, dime algo?
Oscar lo observaba sin inmutarse. Veía los ojos de André fluctuar del verde oscuro a un tono mucho más claro, como el fuego. Nunca antes había visto ese color en él, ni esa reacción. Le fascinaba ese nuevo aire de André, que lo hacía tan emocional. De pronto tuvo miedo, de ver a este nuevo André, capaz de desafiar al mundo. Sólo por escapar a esa extraña sensación, dijo lo primero que le vino en mente. -¿Sabes André? En la mañana vi un jilguero cantar, posado en los rosales. Yo creo que está a punto de anidar, porque su canto era muy bello. No creo que el canto del ruiseñor se iguale al del jilguero.
-¡Oscar!
-¡Tú también me haces daño! ¡Me lastimas cuando te burlas de mí! ¡Me irrita que no me tomes en serio! ¡Me duele ver que no tienes otros amigos! ¡Me hiere que no puedas hacer otra cosa que estar cerca de mí! ¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que le pida a mi padre que te vayas? ¿Quieres irte para siempre de casa? ¿Quieres que todos se den cuenta y te alejen?
-Os-car...- André repuso con voz apagada, tratando de precisar a qué respondía aquella voz firme y esos ojos llorosos.
-Yo no quiero que seas así. No quiero que me toques, ni que me mires, ni que me beses. No quiero ver tus ojos felices cuando te hablo, no quiero ver tu nerviosismo cuando estas cerca de mí. Me apabulla tu fervor, yo quiero que seas como antes. Antes todo estaba bien, así era mejor.
-¿Por qué? Dime, ¿por qué? ¡Oscar!
-André, ¿qué quieres tú de mí? Te estás, tu estás... piensas que... ¡Diablos! ¡Yo no soy así!
-Dime ¿qué sentiste cuando te besé? Al menos, dime que fue diferente que cuando aquella muchacha te besó.
-Sentí lo mismo.
-¿Qué?
-Un gran dolor que se extendía desde mi pecho y se iba deslizando hasta llegar a la punta del pie...
-¡Oscar! ¡No me refería a eso!
-¡Tú preguntaste y yo te respondí! Clémentine me pisó el pie y por eso me caí. Claro, entonces no me lastimé, pero cuando...
-¡Tú sabes a lo que me refiero! ¡Debes haber sentido lo mismo que yo! El corazón me latía con fuerza, las manos me sudaban, por eso no me atreví a tocarte... Oscar...
Esta vez no había escapatoria. Una vez más, se aproximó a sus labios, sujetó sus brazos, para impedirle apartarlo de sí, entreabrió los labios, sujetando el labio inferior de Oscar entre los suyos, besándola. Oscar retrocedió todo lo que pudo hasta que el sillón cayó bajo el balanceo de ambos. Un gran grito alertó a los sirvientes.
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Ay!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡Me duele!!!!!!!!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡Me duele!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
***
-Esta vez sí os la fracturasteis.
-Duele mucho.
-Y no se ve mejor. Voy a entablillar, y esta vez nada de juegos bruscos, u os quedaréis cojo por el resto de vuestra vida.
-¡No, no quiero quedarme cojo!
-Y no lo estaréis, pero necesitaréis mucha paciencia. Y para asegurarnos que no sucederán accidentes, no podréis salir de vuestras habitaciones.
-¡Pero me voy a aburrir!
-¿Qué preferís? ¿Aburriros, o quedaros cojo?
-Además, tendrás la compañía de André –agregó madame Montblanc-. -¡No! ¡Al tonto de André no lo quiero ver nunca!
-Niña Oscar, si os habéis peleado...
-¡No lo quiero ver nunca! ¡Por mí que se muera de...!- Se tuvo que interrumpir, cuando lo vio por sobre el hombro del doctor entrar a su habitación. Estaba muy pálido y se veía que había llorado. Pero su propio dolor fue más fuerte cuando el doctor acomodó los huesos.
-¡¡Ay, André esto es culpa tuya!!!!!!!!!! ¡¡¡¡Eres un tonto!!!
-Niña Oscar, ¡modere su lenguaje! ¡Esto es culpa del amo! ¡Es de él de quien aprende estas malas palabras!- Disculpaba la Nana mientras la sujetaba.
***
-Abuelita, ¿cómo está Oscar? –Preguntó tímidamente André al ver a su abuela cerrar la puerta de la alcoba detrás de sí. -Está dormida. El doctor le dio un poco de láudano, así que dormirá hasta mañana.
-Pero...
-No puedes entrar hijo, ya te he dicho que dormirá hasta mañana. Tuvo que soportar mucho dolor, y estaba muy nerviosa. ¿Qué le hiciste esta vez?
-¿Yo? ¿Por qué debía hacerle algo yo?
-Por que hay testigos que te vieron a su lado cuando se cayó.
-Precisamente, acudí a ayudarla.
-¿Debajo de la silla?
-Abuelita, yo...
-¡Mozalbete imprudente! –Exclamó la buena señora mientras incrustaba las uñas en el cartílago de las orejas de su nieto- ¡Ya te he advertido acerca de esos juegos de manos! ¡Ni te vuelvas a acercar a la niña o la dejarás inválida! ¡Oh Señor, no permitas que eso suceda! –Concluyó haciendo la señal de la cruz sin soltar la presa -¡¡¡¡Ay, ay, ay, ay!!!! ¡Abuelita!
***
Los males no saben venir solos;
está en mi advenir todo esto
y me ha sucedido.
¿Qué ha sido de mis amigos
Que tan cercanos me habían sido
Y había tanto amado?
Creo que son muy escasos
Ellos no fueron bien halagados,
Visto que han fallado.
Y tales amigos que se han mal entregado,
Que nunca, tanto como Dios me aflige.
De muchos al lado,
No queda ninguno en mi casa.
Creo que el viento los ha alejado,
El amor ha muerto:
Son amigos que el viento se lleva,
Los transporta,
Que de muchos ninguno me conforta
Ni del suyo nada me aporta.
Esto es lo que me han enseñado.
* Rutebeuf
Oscar declamaba lanzando al viento pétalos de rosas. Había pasado toda una semana en reclusión. Salvo madame Montblanc, quien le traía de comer, la ayudaba con su aseo personal, o le hacía compañía; o las sirvientas que limpiaban su habitación y le traían lo que pedía, sus jornadas trascurrían en soledad. Ni siquiera le quedaba el consuelo de los gritos de su padre, el cual había tenido que partir escoltando la delegación que pediría formalmente la mano de la futura Delfina, la archiduquesa María Antonieta.
El próximo año, el señor Delfín la haría su esposa. Sólo la muerte o un cambio de alianzas podría variar el curso de su destino.
Conforme los días trascurrían, seguía maldiciendo en secreto la actitud de André; sin comprender enteramente sus motivos para actuar así. Si hubiese podido caminar, se hubiera encaminado hacia su habitación a darle una buena tunda.
-¡Señorito Oscar! ¡Alejaos de la ventana! ¡Qué barbaridad! ¡Os estáis enfriando! ¡Y habéis deshojado todas las rosas!
-Me aburro mucho. ¿Por qué no le pedís a Hervert que me baje al jardín? ¡Sólo por unas cuantas horas!
-¡No señor! El doctor dijo que aquí estaríais seguro. ¿Deseáis que os envíe a André para que os haga compañía?
Oscar cogió la muleta y se dejó caer sobre un sillón cercano a la chimenea.
-¡Jesús! ¡Tened más cuidado!
-El verano está a punto de llegar a su fin. Pronto será otoño. ¿Podré ir así a la Academia?
-¡Oh! El doctor dijo que si seguís sus instrucciones será como si nada hubiera sucedido. ¡No perdáis el ánimo! Me llevo la bandeja, y os enviaré a André.- Y se retiró sin esperar respuesta.
-¿Podrá volver a ser como antes? -Oscar miró la puerta de su recibidor. Y presa de la rabia, arrojó un libro contra la puerta.
-¡André, eres un tonto!
-¿Este es el recibimiento que me das?- Preguntó el susodicho. Oscar se quedó impresionada al ver materializarse el objeto de sus cuitas. -Eres como el diablo: Basta mencionarte para que te aparezcas.
-Os-car... ¿para ti soy como el diablo?
-Yo no te llamé.
-Pero, Lavinie dijo...
-Creyó que necesitaba compañía, pero se olvida que es mejor estar solo que mal acompañado...- Diciendo, se puso en pie, tomó sus muletas y se dirigió hacia la cama, donde se acomodó. André la siguió hasta allí.
-Debo disculparme contigo. No quería abusar de la confianza que me tienes. Tampoco quería ocasionarte estos accidentes. ¡Pero si al menos me hablases con la verdad! ¡Oscar, estoy pendiente de tus palabras! ¡Necesito saber que mis besos fueron especiales para ti!
-¡Claro! Tengo una pierna fracturada y podría quedarme coja de por vida, ¡sí que eres especial!
-¡Oscar!
-¡No André! ¡Ni un paso más!- Exclamó alzando en vilo una de sus muletas.
-¡Tú me gustas, Oscar! ¡Eres como el aire que respiro! Si me faltas, será como una noche sin luna, como un día sin sol.
-De hecho, te recuerdo que sí hay noches sin luna, es cuando la Tierra en su movimiento de rotación...- Concentrada en su argumentación, no pudo impedir que André se abalanzase sobre ella, sujetase sus brazos y le diese un beso en la boca, cayendo junto con ella a lo largo del lecho. Ese beso era mucho más decidido que los otros dos. No había podido evitar cerrar los ojos y apoyar las manos en los hombros del muchacho, para no terminar deslizándose hacia el suelo. André era persistente, al empezar a faltarle el aire empezó a paladear el labio de ella que tenía sujeto entre los suyos. Oscar se sentía asfixiada. Apenas pudo sentirse libre, lo abofeteó. -¡Eres un tonto, André!
Pero este le devolvió la bofetada, haciéndola caer de espaldas sobre el lecho. Ambos se midieron incrédulos.
-¡Ah! ¡Me pegaste! ¡Tú...!
-Lo siento, Oscar. Pero ya venía tiempo que necesitabas algo así.
Oscar estaba furiosa. No entendía lo que le estaba sucediendo a André, ni a ella misma. Tampoco entendía a Clémentine. No podía entender qué fuerza o sentimiento impulsaba a las personas a besarla. Estaba habituada a las esporádicas muestras de afecto de su padre, cuando se preocupaba por su salud, o por su conducta. No obstante sus ocasionales golpes, la compensaba con valiosos regalos como armas o hebillas para sus zapatos; o con un semental. Su padre la mimaba con regalos apropiados para un hijo varón, y ella sabía que su puesto como heredero dependía de su habilidad para desempañar ese papel.
El afecto de su madre era más difícil de definir. Casi nunca la veía. Ora estaba descansando en las propiedades de la familia, ora visitando a las hijas casadas y asistiéndolas durante sus embarazos, ora hacía vida de sociedad dentro o fuera de su casa. No podía entender que en ella se cifraba el constante recuerdo del apellido de su padre, el hecho que se mantuviesen vigentes en la sociedad.
Con sus hermanas tenía la distancia que impone los años y la educación. Si ella era libre de hacer lo que quisiese -bajo los ojos vigilantes de su padre-, no sucedía lo mismo con las hermanas, a las cuales no se les había alentado a pensar, sino a agradar. Sus hermanas la trataban con cierta deferencia, como podía hacerse con un vecino. Salvo con Hortense, no se sentía cercana a ninguna de ellas, ni a sus maridos.
El afecto de su gobernanta era distinto. La mimaba constantemente con pequeños detalles como seleccionar sus ropas, darle golosinas si se portaba bien o con regañadas que parecían nunca terminar si se portaba mal. No se daba cuenta que era su manera de compensarla por lo que creía, era la rudeza de su padre.
Había visto bajo sus ojos las extrañas actitudes de André, pero no había podido ver otra razón que su deseo de enervar su ánimo. Estaba habituada al juego brusco con él, donde ninguno de los dos se salvó de tener un ojo ligeramente morado, ¡pero ay de André si era ella la que lo tenía! Por que entonces la abuela se encargaba de dejarle morados los dos ojos a su único descendiente. Pero esta, era la primera vez que la abofeteaba con toda su fuerza, y no era un juego. Debería enfrentarlo.
-Sí me... me gustan... tus besos...- Balbuceó mitigando el dolor de la mejilla golpeada.
-¡Oscar!
-Me… halaga, me gusta... nunca antes alguien me había tratado así... ¡Pero, no sé porqué!- terminó la frase con un sollozo. -¡Oscar!
-Quiero tu amistad... necesito tu amistad... para mí es muy valiosa. ¡Pero quiero que seas como antes!
André bajó la mirada. No podía resistir verla tratando de mantener la compostura. ¡Cómo hubiera deseado poderla acunar y limpiar sus lágrimas! No, habría deseado no ser el origen de esos sollozos. Tenía la impresión de haber roto el tranquilo mundo sobre el que se erigía su fortaleza. Buscó en sus bolsillos un pañuelo, sentándose a su lado. -Lo siento mucho. No puedo ser como antes. Tú me gustas, me gustas como no me ha gustado ninguna otra muchacha que haya conocido. Me gustas mucho, me gusta que seas diferente, tú misma... Me exasperas y me fascinas a la vez. Yo te quiero, por favor, no llores. Perdóname, no quise golpearte.– Lentamente se aproximó a ella y le secó las lágrimas con su pañuelo. Ella cerró los ojos. -¿Por qué... eres así conmigo? No me gusta que seas tierno, haces difícil... que siga molesta contigo- repuso hipando. André detuvo el movimiento de su mano para voltear el pañuelo y sonarle la nariz.
-No pareces enfadada. Pareces como si el mundo se te viniese encima.
-¡Y no es para menos! Te has convertido en alguien diferente.
-¡Eso no! Yo siempre he sido así, pero... antes... antes no tenía miedo de perderte.
-¿A mí? Sólo se pierde lo que se ha tenido- dijo ya repuesta y tratando de incorporarse del lecho.
-Tengo miedo que... que Étienne pueda enamorarte. Tú con él eres distinta.
-No es cierto.
-¡Sí lo es! En su presencia titubeas y cuando empiezas a hablar no tienes control. Es obvio que te perturba.
Oscar se volvió a verle. Estaba sopesando lo que debía decir –Étienne necesita nuestra ayuda. -Tú no eres la policía. Si te mezclas te meterás en problemas.
Oscar hizo un gesto de réplica rabiosa pero se contuvo -¡eres un tonto! Vete ya, déjame sola.
-¡Pero, yo te...!
-Si mi padre sospecha algo, te irá muy mal. ¿No te das cuenta? No se limitará a mandarte lejos, sino que podría embastillarte. ¿No piensas en tu abuela? ¿Qué será de ella si la separan de ti? Como tú, no le quedan otros parientes en el mundo, ¿por qué arriesgarte? ¡André! ¡Te lo suplico! ¡No vuelvas a hablarme así!
-¿Piensas que somos muy jóvenes? ¿Crees que mis sentimientos son transitorios?
-Tengo miedo. Cuando me besas, siento un dolor muy grande en el pecho, que no me permite respirar, siento ganas de llorar, me da mucha tristeza. ¡Entiéndeme, por favor! ¡Eres mi mejor amigo! Es difícil darme cuenta que nada será como antes, que te irás, que no te veré, que tendrás otros amigos, que te olvidarás de nosotros... Pase lo que pase, no quiero perder tu amistad.
-Te juro que no la perderás, pase lo que pase. Pero no me daré por vencido. Te demostraré la veracidad de mis sentimientos.
-André...
-Ya lo verás, no habrá tierra o infierno que me separen de ti.
Oscar se incorporó y lo miró con el rabillo de los ojos. -No te atrevas. Lo lamentarás por el resto de tu vida. Si insistes, mi padre podría llegar a matarte.
André iba a replicar. ¡Cuántas veces hubiera deseado tener la fuerza de detener al amo cuando golpeaba a su hija! ¡Cuántas veces hubiera deseado impedirle todo sufrimiento! Ahora mismo, querría hacer lo que fuere para proporcionarle felicidad. Pero para eso debía ser fuerte, tan fuerte que pudiese oponerse a la ira del amo. Si por él fuese, el mundo debería ser distinto. -No le temo a la muerte. Yo... no me rendiré.
Apesadumbrado, dejó su habitación tranquilamente. Apenas escuchó las puertas cerrarse, Oscar dio rienda suelta a las lágrimas. Seguía sin entenderlo, mucho menos por qué sus besos eran diferentes al de Clémentine.
Capítulo 6
-Bien Étienne, ¿ya lo decidiste?
-Para mí no representa problemas... Pero... ¿creéis que esto funcione? Tiene un carácter desconfiado, es difícil saber lo que pase por su cabeza.
-¿Tenéis acaso otra salida?
-Os aseguro que nada sabe de esto. ¡No deberíamos involucrarle!
-Mató a dos de nuestros hombres.
-Sólo vio lo que sus ojos le mostraban.
-Como sea, os tendremos vigilado.
-Jamás os apartáis de mí.
-O casi nunca... señor pescador. Mis respetos a su señora madre.
Haciendo una reverencia, el hombre tomó su tricornio y se marchó.
Étienne jugueteaba con su cajita de rapé. Tomó aliento. Su hermana Anne salió de detrás de unos cortinajes.
-¿Cómo te sientes?
-Esta noche partiréis junto con mamá a Inglaterra. Luego... quizá tengáis que marchar hacia América, en las colonias inglesas estaréis a salvo.
-No quiero, no me agrada la idea de partir dejándoos solo. ¡Somos una familia, debemos estar juntos!
-No, querida mía. Caí en sus manos, no hay nada que hacer. Partiréis y estaréis seguras.
-¿Y porqué quieren que os quedéis?... Responded... Étienne...
-Me gustan tus ojos verdes, ojos de esmeralda, con el verdor de las hojas de los árboles en primavera...
-No me respondes... hermano. Déjalo todo, vámonos juntos... mientras estemos juntos todo estará bien... No es necesario seguir su juego... Étienne...
-Seré como un rehén con cierta libertad. Tengo el privilegio de volver a la Academia Militar, echando tierra a la prohibición del Rey.
-¡Todo es a causa de nuestro padre! Nunca debió haber...
-¡Shuzz! ¡Silencio!- Intervino una voz de mujer.
-Lo siento madre, perdonad. ¡Pero es verdad! ¡Estamos pagando por culpas que nos son ajenas!
-Vuestro padre creía que hacía lo correcto, Étienne, hijo. Siento mucho que debas quedarte, ¡oh hijo, hijo, hijo mío! ¡Entraña de mis entrañas!
-Mamá... por favor, tranquilizaos. Alistad vuestro equipaje, por favor. No hay que llorar, sino que sonreír... A mi padre le fascinaba vuestra sonrisa.
La mujer trató de esbozar una sonrisa, tomó su pañuelo y se marchó llorosa. Sería la última vez que se verían en mucho tiempo.
-Vuestra suerte está echada, Óscar François de Jarjayes...
***
Oscar tomó su cuchillo y tenedor, procediendo a pelar su naranja. Ahora que había dejado de ser la "niña" para convertirse en el "señor" muchas cosas las debía hacer a mano.
La próxima semana debería partir hacia Arrás. La última hermana que le quedaba soltera había recibido una ventajosa propuesta matrimonial de parte de un conde, lo que había sido tomado como consecuencia directa a la elección de Oscar como capitán de la guardia de la Delfina de Francia. Cómo no, el viaje de su padre en la comisión que fue a pedir su mano había dado sus frutos, y de pronto los Jarjayes salían de su aparente oscuridad para ocupar un cargo de gran lucimiento.
Oscar iba masticando cada trozo de la jugosa fruta evaluando sus propias perspectivas matrimoniales. Su padre había casado a todas las hijas solteras, quedándole solamente ella. Pero, era la prenda más valiosa en la colección de los Jarjayes. Salvo el Rey y su ministro de la Guerra, en palacio se ignoraba su verdadero género, aunque circulasen rumores. Clémentine de Lemercier sin lugar a dudas habría soltado algo de preciosa información, pues ahora se decía que por un accidente de la naturaleza, era como el caballero d'Eon: del que se desconocía el género.
El último trozo tenía un sabor amargo. Hacía seis meses que André había partido junto con su abuela hacia Arrás. Hacía cinco meses que madame Montblanc había regresado a Versalles. Y Oscar no había recibido ninguna carta de André. Claro que no tenía planeado responderle, pero comenzaba a dudar de la veracidad de sus declaraciones. Aunque André era muy bromista, nunca hubiera jugado con algo así. Y, sin embargo...
Oscar terminó de engullir su fruta mañanera y observó la carta de su padre, abierta sobre la mesa. Debía ir a Arras para la boda de su hermana. Sería un viaje muy tedioso. Vería las caras de siempre, más las de la guardia de la que estaba a cargo, incluido Gèrodére. Con un mohín de fastidio, jaló del cordón para llamar a su camarera: Debían preparar su equipaje.
***
André ayudaba a mover los muebles. El amo había pedido preparar la mayor cantidad de habitaciones posibles para los invitados que vendrían a la boda de su hija menor, Hermione, con el conde de Mauriac. Sería una gran fiesta, donde servirían faisán como platillo principal, acompañado de otro tipo de carnes blancas y diversos dulces.
Recordaba que las bodas de las hijas del amo solían animarlo. Se escondía junto con Oscar debajo de las mesas de las viandas, y robaban los dulces que estaban prohibidos de robar de las cocinas. Otras veces, Oscar echaba mano de las tijeritas de oro del costurero de su madre para ir deshilachando los vestidos de las damas que estuviesen al alcance de su funesta mano. Cuando los descubrían, la abuela castigaba a André por no haber detenido a "la niña" Oscar, y entonces la diversión tocaba a su fin.
Ya recordaba lo desagradable que traían las bodas en el seno de la familia Jarjayes: El cambio de conducta en Oscar, quien se volvía especialmente trasgresora durante esos días y por lo tanto la cantidad de castigos aumentaba en manera proporcional. Tan sólo de recordarlo, André pudo cargar él solo un pesado sillón del siglo XVI hasta el tercer piso, lo que provocó murmullos aprobatorios de parte de las criadas de casa.
***
-Y bien, creo que eso es todo, señor. Vuestro uniforme de gala, el de diario... y ropa de viaje- la muchacha cerró el baúl de viaje y empezó a pasar el cepillo sobre el traje que el joven amo llevaría al día siguiente -Vuestros padres os deben estar esperando con ansia, es una pena que no os hayan dado más días libres.
-Debo regresar para reunirme con la guardia que escoltará a su alteza en Estrasburgo. Si la boda no se efectuaba en marzo, hubieran debido esperar hasta agosto. De pronto me he vuelto muy solicitado- repuso una voz desde detrás del biombo.
-No diga eso joven Oscar. Es natural que los niños sean traviesos, aunque vosotros lo fuisteis en demasía...
-Eso sonó a reproche- protestó saliendo a continuación con su larga camisa de dormir.
-No me negaréis que vos y André erais muy latosos, puede ser por eso que el amo lo haya enviado a trabajar a sus tierras de Arrás...
-Entonces... entonces... ¿André se quedará en Arrás? ¿Por cuánto tiempo?
-Pues... el tiempo que el amo disponga. ¿Es que madame Montblanc no os lo había dicho? ¡Si fue la comidilla de las muchachas por que...!
Oscar se iba impacientando, se aproximó hacia la mucama -¿Por qué? ¿Qué es lo que andan diciendo las muchachas?
La joven se dio cuenta de que se había ido de lengua. De memoria sabía que la niña Oscar era de temer cuando se enfadaba... quién sabe cómo reaccionaría el nuevo capitán de guardias -Pues... que el amo dispuso que André regresase a trabajar en Arrás... se dice que el amo quería evitar... evitar... pues que las muchachas... eso.
Conforme escuchaba, Oscar se confundía aún más. No entendía las señas que le hacía la muchacha. Para ella era muy natural tratar con muchachas y muchachos, sobre todo imponerse sobre ellos. -Mi padre no quería que André... ¿hablase con las muchachas? ¿Cuáles muchachas? Todas han sido seleccionadas por madame Montblanc, ninguna es...
La muchacha sentía que le faltaba aire, cogió la bandeja con los restos de la cena -Pues, se dice que... que el amo temía que dada su edad, por su juventud, André hiciese algo impropio con las jóvenes, por eso le envió a Arrás. Y no me pregunte más, porque luego madame Montblanc se enoja si me demoro, buenas noches- a toda prisa, la joven salió de la habitación de Oscar.
Oscar permaneció en pie, aún pensativa. ¿Algo impropio? ¿André podía hacer con otras muchachas lo que había hecho con ella, como por ejemplo, darles un beso en la boca? Nunca hubiera pensado en esa posibilidad. Era natural que los jóvenes a cierta edad... Ella se divertía un mundo espiando a sus hermanas cuando se besaban con otros muchachos, a escondidas por supuesto. Una de sus diversiones favoritas consistía en rociar agua sobre los efusivos amantes, y esconderse entre las ramas de los árboles, junto a su compinche, desde luego. André le recitaba al oído tantas frases estúpidas que a duras penas podía contener la carcajada, caricaturizando la palabrería de los galanes.
Los besos le causaban fastidio, le daba asco sentir la saliva de otra persona en sus labios, la sensación de abandono. Corrió las cortinas de su lecho, disponiéndose a dormir. Tal vez André ya había besado a otras muchachas, y por eso su padre le había trasladado a Arrás. Pero esa idea lejos de tranquilizarla, le producía desazón.
***
Consumido por el cansancio, André fue apagando una a una las velas del candelabro. Posó la mirada sobre un fajo de cartas. Cuando partía de viaje, Oscar siempre le escribía, aunque estuviese enfadada con él. Las conservaba todas. Apenas eran cinco. Se las sabía de memoria. La letra derecha, redonda, sin mucho encanto. El papel común, con algunas faltas ortográficas, cosa esperable en una niña de diez años.
Para su cumpleaños, su abuela le había preparado una gran tarta de fresas. Pero no había llegado ninguna carta de ella. Se encaminó hacia su lecho.
Volvería a verla después de seis meses. ¿Tendría algo que decirle?
***
Oscar observaba las estrellas desde el albergue que les acogía. El hostelero conocía a René desde la más tierna infancia, cuando viajaba con su padre en reconocimiento de las propiedades de la familia Jarjayes. Ahora era el turno de Oscar de efectuar su propio viaje.
A fines de invierno, la nombraron capitán del cuerpo de guardias de la Delfina, ni siquiera había terminado la Academia que ya tenía un puesto oficial, y debía prepararse rápidamente, pues en primavera recibirían a su alteza en el Rhin. No había mejor regalo de navidad que ese. Salvo por que no había recibido ninguna carta desde Arrás. Y no es que la esperase, pero desde que conocía a André, nunca antes había olvidado que Nochebuena también era su cumpleaños. Oscar se envolvió mejor en la manta. No valía la pena pensar en esas cosas, no desde a última vez que habló con él.
***
El día lucía soleado, si bien la temperatura era baja. Poco a poco se iba derritiendo la nieve, dejando charcos helados aquí y allá. Por suerte, ningún coche había sufrido accidente alguno. Madame Montblanc fue la primera en descender con gran agilidad, dando órdenes de cómo debía distribuirse la servidumbre para recibir al hijo del amo y a su hermana.
La futura novia se veía radiante envuelta en su abrigo de viaje color marrón, dando realce a sus cabellos tono miel. Oscar fue la última en salir. Se había adormilado, y el paisaje primaveral le parecía un poco chocante con la nieve que aún cubría Versalles. Suspiró, probablemente, su habitación sería la misma de la última vez. Siempre había ambicionado la habitación que daba hacia una gran laguna natural, habitación que siempre estaba destinada para alguna de sus hermanas mayores.
Tomó su maleta de mano, y arrastrando los pasos entró a casa.
Todo el día se escuchó griterío en la casa. La novia, quejándose por no poder encontrar nada de lo que había empacado, ni en los baúles que habían venido con ella, ni en los que había enviado con anterioridad. El amo, buscando su tabaco. Madame de Jarjayes iba de acá para allá. Todos apuntaban sus miradas hacia Oscar, sobre quien recaían las sospechas en mérito a sus pasadas fechorías, no obstante su recién estrenado grado. Oscar estaba harta de todas esas irrupciones en la intimidad de sus habitaciones, las cuales tenían en común echarle la culpa de algo. Miraba a través de los ventanales, discretamente, escondida detrás de las cortinas. Admiraba el verdor de los árboles, no obstante la nieve líquida que reposaba a sus pies. O tal vez, buscaba con sus ojos aquello que no habían visto en seis meses.
***
André no tuvo el valor suficiente de irla a buscar, cosa que su abuela propició enviándolo a la ciudad a comprar las cosas que faltaban, como el tabaco del amo, los polvos de la novia y unos perfumes para madame. Oscar parecía ser la única que no necesitaba de nada.
Pero por la noche, no pudo resistir la tentación de treparse al árbol que daba a la habitación de Oscar, y abrir la ventana para deslizarse allí. Muchos años de práctica compensaban el hecho que no fuesen las mismas ramas. Sabía de memoria que ella dejaba sin seguro las puertas para permitirle entrar y conversar hasta tarde, cuando no estaban planeando alguna travesura.
Pero ella no le esperaba despierta. Estaba profundamente dormida, con la cabecita dorada enterrada entre varios almohadones de plumas, los brazos extendidos a los lados, como un crucificado. Esa imagen le produjo reverencia, y no atreviéndose a despertarla prefirió marcharse por donde había entrado. Después de la ceremonia, tal vez tendría ocasión de hablarle.
***
Concluida la ceremonia de bodas en la capilla de los Jarjayes, los invitados pasaron gozosos hacia el salón de baile. Jarjayes abrió el baile junto a su hija recién casada con un minueto cadencioso. Tomó la posta Oscar en uniforme de gala. A su paso, los murmullos a sotto voce iban subiendo de volumen. Las jóvenes damitas no podían despegar la mirada de su alta figura, empaquetada en un elegante uniforme blanco, con la medalla de su grado brillando sobre el pecho, y la cinta con los colores del Rey. La fricción entre sus botas y el piso producía chispas, y sus cabellos dorados brillaban a la luz que despedían los candelabros.
El joven Oscar se movía con elegancia, sin errar un solo paso. Un corrillo de damas entre jóvenes y debutantes soñaban con danzar siquiera una pieza con el galán del momento. Hasta el cuñado sintió una pizca de envidia cuando fue a recibir a su recién estrenada consorte. Oscar se la cedió murmurándole algo al oído, la prédica que hacia a todos los esposos de sus hermanas desde que tenía siete años:
-Si me llego a enterar que la golpeáis o la hacéis desdichada, os dejaré el rostro en forma tal que ni vuestra madre os reconocerá a pesar de haberos parido.
Concluyendo con una arrebatadora sonrisa. Las muchachas ni bien la vieron libre, la rodearon con numerosas preguntas. Ni siquiera tronando los dedos hubiera podido reunir a su alrededor tal cantidad de jóvenes casaderas. Calculaba que eran una decena, todas anhelantes de salir a bailar con "él". No recordaba que ningún baile de bodas en el que hubiese participado tuviese una escena de ese calibre. Generalmente era lo contrario: Las damas huían despavoridas de ella y de sus filosas tijeras. Sentía que el cuello alto de la camisa de encaje le ajustaba en demasía la garganta, y no podía respirar. Una sensación de ahogo, de asfixia. Como cuando... cuando André la había besado. Ese recuerdo la hizo sonrojar, produciendo gran estremecimiento en la muchacha que tomaba su turno para hablar.
-El siguiente matrimonio será el vuestro. ¿Ya tenéis en mente con quién os casaréis o todavía?
-Oh, capitán de Jarjayes, se dice que vuestro padre obtuvo el grado de general por los muchos servicios que le hizo al Rey. ¿Vos seréis tan aguerrido como vuestro padre?
-Se dice que no os lleváis bien con vuestros cuñados, ¿seréis así de celoso con vuestra futura esposa?
Oscar tomó aire. Lo único que podía distinguir eran las cintas y encajes de los tocados de sus admiradoras que flotaban a su alrededor. Sus oídos distinguían las preguntas, pero su boca no emitía respuestas, sólo sonrisas de compromiso que eran interpretadas como un sí a todo lo que le preguntaban y aumentaba el furor de las muchachas.
Distinguió entre la multitud a Étienne, también rodeado por su propio grupo de admiradoras. Oscar le hizo señas con la mirada. Ambos se aproximaron para conversar. Étienne era apenas un poco más alto que ella. Debía pues hacerle caso a Madame Montblanc, quien renegaba porque había debido coser nuevos pantalones para la joven: Oscar había crecido, repentinamente.
-¡Agradezco al cielo vuestra presencia! Sin vuestra ayuda, aún estaría rodeada por aquellas impertinentes.
-No fue nada, <I>ojos azules<I>.
-Ya os he dicho que...
-No os agrada el sobrenombre que os he dado. ¿Qué puedo hacer? Vuestros hermosos ojos tienen ese color.
-Argh, podéis iros olvidando de mi agradecimiento...
-De acuerdo, Oscar. Recibí una invitación, lo mismo que todos vuestros condiscípulos en la academia...
-¿Así que... también ellos fueron invitados?
-¿Lo ignorabais?
Oscar tragó saliva, esquivando la mirada -Ahora tengo un deber para con mis soldados.
-¿Os han aceptado bien? ¿No han formulado quejas? Ya corrían rumores acerca de vuestra sexualidad.
Oscar se le quedó mirando. Sus ojos bailoteaban al ritmo de su creciente ira.
-Calmaos, Oscar. Por ahora son rumores, pero conforme pase el tiempo, podría ser peor. Os sugeriría conseguiros una novia... o pretender tener una amante.
-¡Parece que no estáis en vos!
-Hm... hmm... vuestra piel es suave como la seda, muchas mujeres envidiarían su tersura, pero en vos es fuente de problemas- mientras decía, rozaba suavemente la barbilla de Oscar, la cual se dejaba hacer sin oponer resistencia.
No podían adivinar que entre los árboles, en lo alto, André los espiaba. Lo hacía como de costumbre, siempre que había una boda en aquella casa. Ese era su sitio, junto con Oscar. Mordido por la espina de los celos, André se eclipsó, furioso, hacia las cocinas. No tenía dudas, si Oscar no le había escrito ni una sola línea, si no le había ido a buscar apenas llegada, era por que le atraía Étienne.
-Se me compara con el caballero d'Eon, capitán de dragones de su majestad. Se dice que gracias a su ambigua belleza, pudo representar el papel de una mujer en la corte de la difunta zarina Isabel.
Étienne apoyó un pie sobre el borde de una pileta -Clémentine de Lemercier sigue suspirando por vos. Se niega a probar bocado, está encaprichada con la idea de veros una vez más.
Oscar bajó la mirada, cubriendo sus largas pestañas rubias la expresión de sus ojos -quedamos que sería la última vez, lo suficiente para que registraseis los documentos concernientes a vuestra herencia. Lo tomé como una travesura, en aquella época no tenía ningún cargo- alzó la mirada en dirección a Étienne -Ahora poseo un grado, no quiero implicarme más en vuestros asuntos.
Étienne sonrió, irradiando de su rostro una gran tranquilidad que la desconcertó -el señor de Lemercier se apoderó ilegítimamente de las propiedades que pertenecen a mi familia por generaciones.
-No me habías dicho que os fueron arrebatadas cuando el Rey le dio une lettre de cachet a vuestro padre.
Étienne abandonó su postura relajada en una pose airada -¡fuimos víctimas de las intrigas de terceros, fuimos traicionados!
-El Rey decide quien es de su simpatía y quien no. Alrededor de ti hay un aura de misterio. He comprendido que no actúas solo. ¿A quién ocultas, Étienne? ¿Por qué lo haces? ¿Cuáles fueron sus amenazas? ¿Significa algo la alianza matrimonial que recibisteis? Étienne, ¿por qué de pronto desapareces y reapareces? ¿Para quién trabajas?
Étienne se iba poniendo nervioso conforme se sucedían las preguntas. Una camarera tropezó con él, y le hizo derramar el vino tinto sobre el uniforme de Oscar. La camarera en cuestión dejó su bandeja sobre la pileta e intentó limpiar la mancha con su delantal, extendiendo la mancha.
-¡Mil excusas señor! ¡Perdonadme, por favor, no se lo digáis al amo!
Étienne sonrió quedamente, cerrando los ojos -una mancha como esa sale fácilmente con vino blanco. Nos volveremos a ver, Oscar. Los ojos que se han visto una vez, están destinados a volverse a cruzar- haciendo una leve reverencia con la cabeza, Étienne se retiró al tiempo que la muchacha tomaba de la manga a Oscar y la jalaba en dirección a las cocinas. -Aprisa señor, es preciso limpiar ahora mismo esa mancha, o nunca jamás podrá salir.
<I>Maldito Étienne, maldita lluvia, maldito el día en que lo encontramos, malditos sean, todos, todos...<I>
-¡Ehi, André!, ¿y esa cara? Hmmm, no me dirás que viste a tu amada en compañía de otro hombre, ¡¡¡ja, ja, ja, ja!!!- La conocida voz de la muchacha resonó a espaldas suyas.
-¡Callaos, Brigitte!... Pero, ¿cuál amada? Yo nunca...
La muchacha rodeó la mesa en la que André estaba sentado, poniéndose delante de él -Jum, ¿olvidas el día de tu cumpleaños? Te encerrase en el depósito con una botella de la mejor cidra del amo, pero obviamente no estás habituado al licor de manzana, por que saliste más muerto que vivo. Y ahora, al verte furioso, fui a comprobar con mis ojos lo que te enfadaba y vi a Juliette tomándole la mano al "señorito" Oscar. Ya todos lo comentan, esa chica debe ser la amante del hijo del amo.
André trataba de atar cabos. En primer lugar estaban sus celos, luego su rabia, su borrachera, ¿su confesión? Pero, ¿Oscar conversando con su camarera? Él venía de verla conversando con Étienne, o ¿sería que la noche le había jugado una mala pasada y había confundido al membrudo Étienne con la figura de la pequeña Juliette? Su cabeza era un revoltijo total, escuchaba aproximarse unos pasos a gran pisa. Tuvo el impulso de esconderse, y aquella muchacha, la descarada de Brigitte se metió con él en el depósito adyacente a la cocina.
-¡Oh, señor Oscar! ¡Debemos hacerlo aprisa, aprisa! Si descubren lo que hice... lo que os...
-Tranquila, tranquila, pensemos con calma, no es una mancha tan importante que...
-¡Oh, señor Oscar, sois tan generoso! No recuerdo dónde los guardan, hoy sacaron los licores... ah... ah... ah... no llego, señor, vos que sois más alto... oh señor, es tan largo... tan largo...
-No consigo ver nada...
-Señor, daos prisa, que no nos vean...
Encerrados, Brigitte y André podían escuchar parte de la conversación del "señorito" Oscar y su criada. Ambos estaban afanados en algo, que a Brigitte le parecía pura fornicación, y a André una tortura, visto que la muchacha se estaba excitando y a través del escote del vestido y de las suaves blondas se podía vislumbrar unos apetitosos frutos que nunca antes había visto tan grandes y palpitantes. De hecho, la única mujer que recordaba haber visto desnuda era Oscar, y definitivamente no los tenía tan grandes ni redondos como esta muchacha que estaba al lado. Si seguía posando la mirada sobre el escote de la joven que tenía al lado, y escuchando la voz grave de Oscar, se volvería loco.
-¿Estás segura que esto funcionará?
-No son muchas opciones, ¿verdad? Si se pone más rojo, ya no saldrá.
-Lo rojo no me preocupa, es la parte más oscura. Esta es la primera vez... ¿comprendéis? -y susurró en su oído para relajarla- nunca antes me había puesto el uniforme de gala.
La respiración de la muchacha se iba acelerando, conforme frotaba un paño húmedo sobre el chaleco de su amo.
Desde su encierro, otra muchacha iba acelerando la respiración por otros motivos.
-André... oh... oh... oh... André…. -No digas nada, shuzz… -Mi mamá... mi mamá decía que nunca te fijarías en mí... por que... porque... se te rompió el corazón en... en Versalles... oh sí, André... en casa del amo.
Sorpresivamente, se abrió la puerta y dejó caer de espaldas a André, muy colorado, con los ojos desorbitados y el cabello erizado. La muchacha que lo acompañaba cayó sobre él, cubriendo púdicamente su pecho, cerrando las cintas de su corsé, en una postura que no dejaba lugar a dudas sobre lo que estaban haciendo, o acababan de hacer. Juliette dejó caer la botella con vino blanco, y Oscar dejó de ocuparse de la mancha de su uniforme. Al final de sus botas, estaba la cabeza de André, y este al dirigir su mirada hacia ella hubiera jurado que Oscar lloraba.
Cuando formuló palabra, ninguno se atrevió a mirarle a la cara.
-¡Tú y André desapareced de mi vista, inmediatamente! ¡Si me llego a enterar que copulan en mi casa, os casaré sin mediar protestas!
-Señor Oscar, nosotros, no, no es lo que pensáis- comenzó la muchacha, pensando que debía proteger la imagen de André ante los ojos del hijo del amo... y de su amada Juliette.
André no tenía réplica que dar. La cabeza le daba vueltas con la caída, y la visión de Oscar. Nunca como entonces entendió la expresión "castigo a tus pecados".
Capítulo 7
-El señor Oscar se fue echando chispas...
-Y no es para menos, encontrar a su lacayo revolcándose con una criada delante suyo...
-No, es que sus botas echaban chispas conforme iba caminando...
-¡Pero continúa, mujer!
-Bueno, yo debía recoger el uniforme del señor Oscar, por la mancha de vino. ¡Ay! Ya madame Montblanc me hubiera regañado por ensuciar el uniforme del señor de no ser porque estaba muy indignada con lo que había hecho su nieto.
-¿Y cómo se enteró?
-¡Y yo qué sé! Brigitte llegó llorando y temblando de miedo a la casa de su mamá, algo le habrá contado a madame Montblanc... No importa qué tan cercana sea al amo, aquí todos son iguales.
-¡Si no sabré yo cómo es el amo en punto a relaciones extramaritales! Jamás se le conoció una amante. Pudo haber tenido a todas las mujeres que quisiera, pero siempre le fue fiel a la señora. Es capaz de despedirlos a ambos, si es que no los casa.
-Lo siento por André, por que alguien ya le comió el mandado, ¡ja, ja, ja, ja!
-Eso le pasa por elegir alguien mucho mayor que él.
-Es verdad, Brigitte lo hizo el año pasado con el mozo del establo, si no salió embarazada es porque habrá recurrido a algún mejunje.
-Nunca pensé que André iría a caer de su nube con una Brigitte. Siempre andaba suspirando por los rincones y nos miraba con el rabillo de los ojos, como si fuésemos muy poquita cosa. Ehi, Juliette, no nos mires así, lo que pasa es que eres nueva en esta casa. André trabajaba para el amo en Versalles, pero algo debe haber hecho que el amo lo mandó para acá, y no precisamente de vacaciones...
-Pues... pues... yo he hablado con él muy poquito, aún cuando estaba en Versalles. Pero me pareció muy amable, e incapaz de...
-Pero ya lo habéis visto. Los que tienen cara de mosca muerta son de lo peor. El amo lo despedirá, es fijo.
-Yo pensé que su familia era de aquí.
-Pues su abuela es su único pariente conocido. Su madre era la única hija de madame Montblanc, y siempre trabajó aquí. Una temporada estuvo en Versalles, pero no duró mucho tiempo. Si por eso decían que tuvo un romance con el amo, porque nueve meses después de ese viaje, nació André.
-Entonces... ¿es el hijo bastardo del amo?
-¡Yo no he dicho eso! Todos saben que el amo andaba loco por un hijo varón, si André lo fuese, lo hubiese reconocido inmediatamente. Lo que digo, es que esa mujer era una resbalosa.
-Pero recuerdo que ya andaba con Grandier... de hecho, poco tiempo después de ese viaje Grandier se estableció aquí.
-Eso es verdad, y todas las mujeres de más de treinta que ves aquí, trataban de llamar la atención de Grandier. Así que cierren el pico, porque están respirando por la llaga.
-¡Qué carácter! Pero en algo tienes razón... Grandier era un hombre muy buen mozo, cabellos castaños, piel canela y unos ojazos negros que quitaban el aliento. Es una pena que se haya muerto tan joven, apenas si tenía treinta y cuatro años...
-Él se fue antes que la madre.
-¿Os referís a la madre de André?
-¡Desde luego, criatura! André casi no conoció a su padre. Su madre falleció cuando él era muy pequeño.
-Pero bien que heredó las costumbres del padre...
-¡Chitón! Nadie puede afirmar que Brigitte se haya entregado a André.
-¡Pero qué aguafiestas!
-Ven Juliette, ya está listo el té del joven amo. Ojalá que las galletitas de azúcar que le puse le endulcen el ánimo.
***
-¡No es cierto, abuelita! Me encerré con ella porque... porque... ¡no sé cómo explicártelo! Estaba muy molesto, estaba furioso, yo.. yo había... había visto a...
-¡Ya no eres un niño, André! ¡Ya pasó la época de las travesuras cuando te encerrabas con Oscar a robar dulces! Y no me mires así, yo siempre supe que erais vosotros dos los que me vaciaban la despensa. ¿Te das cuenta? El amo es muy estricto, pronto llegará a sus oídos tu historia con aquella coqueta de Brigitte. Deberás desposarla.
-¡Abuela! ¡Eso sí que no! ¡El amo no puede obligarme a desposarla! ¡Apenas si nos besamos!
-Para eso podíais haber escogido otro lugar... Además, la muchacha ya no es pura.
-¡No fui yo, eso te lo aseguro! ¡Abuela, te lo ruego, debes creerme! ¡No he llegado ni con aquella muchacha ni con ninguna otra tan lejos! ¡Pregunta si quieres por la casa! ¡Le conocen muchos amoríos!
-¡Y sabiendo eso tenías que enredarte precisamente con ella! André, hijo... El amo lo sabrá tarde o temprano. Fue un escándalo, la servidumbre no dejaba de cuchichear, todos vieron a la niña Oscar muy enfadada encerrarse en sus aposentos. Es mejor que el amo se entere por ti y no por otros. André...
André meditó quedamente. Si era cierto que Oscar se hubiese enfadado, tal vez... tal vez es que en su corazón... había un pequeño espacio para él. Necesitaba hablar con Oscar. Toda esa semana la había rehuido. Ya no lo haría más. Iría a ella. Sí, debía hablarle.
-Abuelita, yo hablaré con el amo, te lo prometo. Ahora... ahora déjame pensar...
-El amo es muy estricto en muchas cosas, sobre todo en la moralidad. Jamás ha consentido los amoríos entre su servidumbre, mucho menos bajo su propio techo y peor todavía el día de la boda de su hija. Recuérdalo muy bien.
-Abuelita, no me acosté con ninguna muchacha bajo el techo del amo...
-¿Y que fue lo de anoche? ¿Jugabas al doctor?
André miró fijamente a su abuela. No podía decirle que tenía las necesidades de todo muchacho, necesidades que sus congéneres desfogaban con prostitutas o con mujeres fáciles como Brigitte. Ciertamente no en la despensa de la cocina de la casa del amo, pero lo hacían. Lo peor, era que no había hecho más que besarla, apenas si la estaba empezando a tocar cuando le había recordado su amor imposible. De todas las situaciones bochornosas de su vida, esta era la peor de todas.
-Abuelita... yo.. yo estaba... yo tenía... yo quería...
Le salvó la campana. El sonido provenía de la sala de recibo. Coincidía con los sones del clave. Era el concierto italiano de Bach, el favorito de la señorita Hermione, es decir, de la condesa de Mauriac.
-Deben estar deseando tomar el té, si no me muevo yo, estas muchachas no hacen nada. Ni te creas que hemos terminado nuestra conversación, jovencito.
La abuela movió en el aire su dedo índice frunciendo el ceño, y se fue caminando talmente ágil, que recordaba a una jovencita.
André suspiró aliviado. Tal vez, podría hablar a solas con Oscar.
***
-¿Lo ves, querida? El primer tiempo carece de indicaciones, tocas a tu gusto...
-Es la primera vez que utilizas el femenino conmigo.
-¿En serio? Aha, es que ahora ya no estoy bajo el dominio de nuestro padre. Soy libre como una gaviota...
-Pero estás sujeta a tu esposo.
-¡Querida, ese es precisamente el comienzo de la libertad! En tanto le dé hijos legítimos, mi marido me dejará hacer todo lo que desee...
Oscar miró fijamente a su hermana, sorprendida ante semejante afirmación. -Pero... pero nuestro padre dice...
La aludida dejó de tocar repentinamente el clave, y empezó a jugar con las hojas de la partitura -No existe la fidelidad conyugal si es a eso a lo que te refieres; lo de papá es apenas un remedo de principios caducos. De todos los hombres que conozco, es el único que le es fiel a su mujer.
-Entonces, ¿por qué te casaste? Si no le amabas...
-Lo quiero, es un buen partido, y me tratará como a una reina, sin negarme nada. Pero él tiene una amante, y yo tengo el mío.
-¿Tú? Pero... pero…
La muchacha echó un par de cubos de azúcar a su té y sonrió sardónicamente -vamos, Oscar, todo un capitán de la guardia y asiduo a las tertulias de madame Du Barry ¿ignora lo que es tener un amante?
-No, ¡yo sé lo que es un amante! Pero el Rey es viudo, además... pues... yo no voy por que me simpatice la Du Barry, sino por que es parte de mi trabajo, yo...
-Pues yo amo a mi esposo por deber y tengo un amante por placer.
-Pero, ¡si recién ayer te casaste!
-¡Ah querida!- con un gesto de fastidio, la muchacha dejó su taza sobre el platito que reposaba sobre el clavicordio -existen maneras para evitar tener hijos si no se desean y para salir con un caballero estando nuestro padre ausente. ¿No iría yo al matrimonio sin saber nada? Oscar, ¡no pongas esa cara de santo que no te va! No me dirás que... ¿sigues siendo puro y casto, tal y como saliste del vientre de nuestra madre? ¡¡¡¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!!!!! Aquí entre nos, sólo nuestro padre cree en todas esas teorías aburridas sobre la fidelidad a Dios, al Rey y al cónyuge. Reconozco que nuestro padre posee una mente retrógrada, por eso no repudió a nuestra madre y buscó tener un hijo varón en otra mujer o con una amante. Y eso, que todos le dijeron que desposar a nuestra madre no era buena idea, se encaprichó en querer tener una mujer honesta y... virgen. Será por eso que nunca le ha sido infiel. ¡Oscar! ¡No me mires así! ¡No estoy diciendo nada que desconozcas! Así mismo, papá rechazó enfáticamente pertenecer a la masonería, por que es un ferviente católico. Perdió la oportunidad de codearse con lo mejor de la aristocracia, y se atrajo muchos enemigos que tarde o temprano caerán sobre él como aves de rapiña. He ahí la necesidad de tener un heredero... Tú eres su único seguro... nuestro padre te hizo a su imagen y semejanza, olvidaba que eras como él- Distraídamente, la muchacha volvió a sus partituras, enfrentándose esta vez a Les Sauvages de Rameau.
Oscar posó la mirada sobre este bello y extraño ser. Era su hermana de sangre, poseía su mismo linaje, había recibido los mismos principios que ella, pero era una extraña. Claro que conocía la frase: "cásate con un hombre rico y búscate un amante", sabía que muchos matrimonios en su clase eran de conveniencia, pero no podía creer que una muchacha apenas cinco años mayor que ella hablase de aventuras e infidelidades, mucho menos al día siguiente de su boda. Pensativa, abandonó la estancia, renunciando a recibir sus clases de clave, como renunciaba silenciosamente a esa hermana...
André, prácticamente empotrado a las paredes exteriores de la mansión señorial, tampoco podía salir de su sorpresa. ¡Esa mala costumbre suya de escuchar a escondidas las conversaciones de los amos de casa! Había escuchado parte del monólogo de la señorita Hermione. Él tampoco podía dar crédito a sus oídos. Como Oscar, había crecido en un mundo todo suyo, pletórico de riñas y juegos, donde las reglas las imponía el amo y el resto no interesaba. El mundo de los adultos era asaz complicado y lleno de doblez.
Quería estar con Oscar. Sabía por experiencia que debía estar llorando en algún rincón. Deseaba estrecharla entre sus brazos y decirle que él no era así, que él nunca tendría una amante, que su momento de descontrol con Brigitte se debía a una mezcla de celos con ira. Pero al llegar ante su puerta, la encontró entre abierta. La vio al fondo del dormitorio, afinando su violín. Ni una sola lágrima. Nada que pudiese delatar la menor emoción. Desconocía esa faceta de Oscar, mesurada y controlada. Quizá, como él, había cambiado. Tal vez... había llegado el momento de partir.
***
El amo no puso ninguna objeción a su petición. Habían conversado largamente. André había podido hablar con el amo de hombre a hombre. Sólo ante él había podido confesar con total sinceridad su falta, lo que lo había impulsado a estar encerrado con una muchacha en un depósito de la cocina. El amo había escuchado atentamente, bajando la mirada un momento, y luego buscando entre los papeles del cajón de su escritorio. Sólo la madre de André había sido sierva del amo, su padre era un jornalero, carpintero por más señas, que había entrado a formar parte de su casa por amor a su mujer. No habían podido casarse, pero el tiempo que habían vivido juntos, lo habían hecho de mutuo acuerdo, con mucho amor, viviendo intensamente lo poco que pudo durar su amor en tanto vivieron.
El amo le entregó algunos papeles, su partida de bautismo y otras cosas que guardaba en los registros de su casa de Arras. Había que reconocer que el amo, no obstante su testarudez, era muy ordenado, y esa rigidez era lo que le había granjeado simpatía y admiración en un mundo poblado de hipócritas.
El amo sacó una bolsita con unas cuantas monedas, la sopesó entre sus manos, y se la puso delante.
-Muy bien André, recibirás una cantidad similar apenas te instales. Le estoy escribiendo a mi abogado para que nos haga una cita con un notario. En tanto hagas tus estudios te pasaré una mensualidad, también haré una carta de presentación para la escuela que escojas. Me empezarás a pagar cuando trabajes, hasta cancelar tu deuda.
-Os lo agradezco señor, nunca antes hubiera imaginado que...
-Sabes lo que dicen: Hoy por ti, mañana por mí. Recuerda que si lo haces bien, podrías suceder a mi actual administrador...
-Lo tendré en mente señor. Voy a despedirme de la abuela.
-La muchacha en cuestión... ¿no te despedirás de ella?
El rostro de André se puso pálido. -Vos sabéis que...
-Si las circunstancias fuesen otras... Pero has tomado una decisión inteligente, te felicito por eso. Es mejor alejarse del peligro.
-Sí señor, con vuestro permiso, señor.
Con una reverencia, se despidió.
Me quema las manos... el dinero del señor de Jarjayes ha comprado mi alejamiento... Yo me he vendido... Pero no había otro camino, no había otra manera de hacer las cosas con la cabeza en alto, sin temor a nada, sin correr el peligro de mentir. Me voy Oscar, me voy quizá para siempre. No te buscaré ni intentaré verte hasta haberme convertido en un hombre. Entonces, sólo entonces, nada ni nadie me impedirá verte, aún raptarte si es preciso, ni siquiera tu padre, ni siquiera el señor de Jarjayes...
***
Oscar se encontraba sentada en el hueco del ventanal. Al partir los condes de Mauriac, ella tenía completo derecho sobre las habitaciones con ventanal al lago. Veía cómo se alejaba el coche que portaba a su última hermana casadera y a su comprensivo cuñado. ¡Vaya que si el mundo de los adultos era complicado! ¡Sólo les interesaba las apariencias y el placer! Tal vez André era más adulto que ella. Él podía divertirse con las muchachas sin hacerse de compromisos. Era obvio, siendo un hombre de verdad y no un remedo como era ella, cuyo valor como ser humano se limitaba a su capacidad de interpretar con brillantez su rol de caballero andante. También su equipaje estaba listo para partir hacia Estrasburgo y recibir a la nueva Delfina, una princesa austriaca. La Delfina tenía su misma edad, catorce años, tal vez... de haber sido educada como mujer, a ella también la habrían casado...
El ruido que hicieron los goznes de la puerta al ser movidos la distrajo de sus elucubraciones. Una voz segura, de acento conocido y a la vez desconocido la hizo estremecer.
-Discúlpame si te interrumpo, sólo deseaba despedirme. Mañana me marcharé, ya no voy a trabajar para tu casa. Pero si tú... si acaso quieres escribirme, esto... ésta será mi dirección, yo estaría muy feliz de recibir tus cartas. La dejaré aquí en el piso, que tengas un buen viaje.
Al no obtener respuesta, André juntó la puerta. Los ojos le ardían, no podía ver bien. Le dio la impresión que empezaba a llover, aunque el cielo estaba despejado y los rayos del sol habían derretido por completo la nieve.
Oscar mantenía la mirada fija en el ventanal. Fuera brillaba un hermoso sol. Entre sus manos tenía la dirección de André, la leyó hasta memorizarla, la apretó con fuerza. Sabía que si llegaba a necesitarlo, podría contar con él. Su coche estaba listo. Al pasar por la chimenea, tiró los restos de la nota de André. No se había fijado que detrás, tenía escrito algunas líneas, donde le pedía perdón por el malentendido. Ignoraba que él seguía amándola.
***
1772
Jarjayes doblaba y desplegaba un pliego de papel. Dentro, se encontraba la nueva dirección en la que vivía André. Salvo su abuela y él mismo, ningún otro conocía su domicilio. André estudiaba como interno en el colegio Louis le Grand. Sería abogado. Una carrera liberal.
Ya no sería necesario interceptar las cartas que le había enviado a Oscar. Ni siquiera se había tomado la molestia de leerlas y ver su contenido. Era cosa de niños. Con el tiempo, Oscar se haría de un nombre famoso, cubriría de gloria su casa y su estirpe, como lo habían hecho generaciones de Jarjayes antes que ella. Pero, ¿y después? Era obvio que si Oscar se casaba, debía ser con un hombre, uno que estuviese dispuesto a tener por esposa a una mujer inteligente e independiente. Mejor no pensar en eso, era muy joven para casarla, y tenía talento para lo que hacía. Nunca se había quejado, y era obvio que había nacido para la guerra. La Delfina estaba muy complacida con su capitán de guardia, y le demostraba su deferencia. Quizá, la Du Barry no se sentía tan conforme con este triunfo de la Delfina, pero... los Jarjayes siempre habían estado al lado de la Monarquía legítima.
Oscar revisaba las espadas de su armario. Había una notable variedad, siempre aceitados y brillantes. Su favorito, era un pequeño cuchillo del siglo XVI. Su padre se lo había regalado cuando rompió su propio cuchillo de mango rojo. A la abuela le aterraba verla blandiendo armas, pero Oscar había jugado con ellas desde los ocho años, convencida de ser un varón. Aquel cuchillo, lo había roto tratando de escribir un anagrama en el tronco de un árbol. Ignoraba que su padre había tomado la precaución de no afilar las armas que daba a su hijo. Aquella vez, se habían divertido como locos con André. Habían comido hasta el hartazgo, jugado aún más y peleado un poco menos de lo habitual. Él la seguía como un perrito faldero, a todas partes, todavía intimidado por su nueva sociedad como camaradas. Ella había ocultado el hecho de que la hacía muy feliz tener a alguien a quien esclavizar, más o menos como veía hacía su padre con sus propios siervos. Hasta que su "esclavo" escapó de sus garras y se volvió un individuo con ideas propias. Hasta que se fue de su casa. Hasta que salió de su vida casi como había llegado, sin mucha alharaca, como si fuese la cosa más natural del mundo. Todos lo habían olvidado, nadie lo mencionaba nunca, ni siquiera la abuela, quien iba de acá para allá rezongando como siempre, pero sin delatar la menor congoja.
Oscar tenía sus propios problemas. Étienne iría a juicio. Étienne había sido abandonado a su suerte por las personas que lo habían manipulado, usando a su familia. Étienne estaba más solo que nunca.
***
1762
-Madre, ¿es verdad que voy a tener un hermanito?
-¿Eh? Mi vida, pero... ¿de dónde has sacado esa idea?
-Mi hermana Hortense me dijo, que vendría un muchacho y sería mi hermano.
Madame de Jarjayes miró alrededor tratando de encontrar las palabras justas que no confundiesen a su pequeña hija de siete años -Nunca tendrás más hermanos, mi amor, pero el muchacho que vendrá... Tienes que portarte muy bien con él. Es un niño que se ha quedado solo en el mundo.
-Mi hermana Hermione dice que las cigüeñas pescan de una gran laguna a los niños. ¿Porqué no me pueden traer un hermanito?
Madame de Jarjayes respiró hondo, estrujando entre sus manos su bordado -No mi amor, las cigüeñas no traen a los bebés... Y André ya es un niño grande...
-¿André?
-Sí mi amor, así se llama el nieto de madame Montblanc, André.
Oscar seguía jugando con las madejas de hilos de la canastilla de bordado de su madre. ¡Así que se trataba del nieto de su gobernanta! ¡Ah, qué pérfida era Hortense! Le había dicho que vendría un niño que sería como un hermano, un miembro más de la familia... Ya se encargaría ella de jugarle una trastada, quizá, con la ayuda de su nueva víctima...
***
-André, mi niño, te he traído este turrón, ¿no te gusta? André...
-Os lo he repetido miles de veces, madame Montblanc. No formula ni usa sola palabra desde la muerte de sus padres.
La aludida miró al suelo, sintiéndose vencida. Su único nieto estaba completamente mudo, sin ganas ni deseos de hacer nada. Su madre acababa de morir hacía un par de semanas, y su padre había muerto hacía tanto tiempo que difícilmente recordaba haber tenido uno.
La señora tomó aire, y apoyó las manos sobre los hombros del niño: -André, aunque no me hables, sé muy bien que puedes entenderme. Cariño, ya no puedes vivir aquí, y yo no puedo mudarme contigo, pero... Pero el amo me ha dado permiso para llevarte conmigo, a mansión Jarjayes, en Versalles. Es una casa muy bonita y muy grande, y tú estarás conmigo. Pero... pero también conocerás a la hija menor del amo. Es una adorable niñita un año menor que tú, y vas a poder jugar con ella. ¿Qué me dices André? ¿No te agrada la idea? André...
Madame Montblanc no recibió respuesta. Aquel niño seguía encerrado en su mutismo, apático de lo que sucediese en el mundo.
Así, fue su abuela quien recogió sus pocas ropas, sus pobres juguetes. Todas las ropas de su madre habían sido quemadas, para evitar el contagio. Pocas cosas se habían salvado. Un anillo dorado, un pequeño relicario con los mechones del cabello de sus padres, un diario... Pocos eran los recuerdos materiales que conservaría de sus padres, y el recuerdo del aroma de rosas que su madre adoraba.
No hubo problema en subir al muchacho en la carroza que los Jarjayes le habían prestado. No quedaba más que hacer. Madame Montblanc tomaba de la mano a su nieto, y se cansaba en contarle historias, describirle el paisaje, revivir recuerdos de su propio primer viaje a Versalles... Pero su nieto estaba en otro mundo, sumido en sus propios pensamientos de muerte y redención.
***
Aquella era una mañana que Oscar nunca olvidaría, a pesar de la forma rutinaria en que comenzó. A las siete en punto, venía Dominique a levantarla, bañarla, vestirla y friccionar su cabello con agua de rosas. Madame Montblanc -la gobernanta de todas las niñas Jarjayes- había sido implacable con esta regla: Todas las niñas debían oler a rosas. Ella misma preparaba el agua mágica con la cual las niñas ocultaban los malos olores, práctica aprendida desde la infancia y cuya fórmula había pasado de generación en generación hasta ella.
Perfumada y vestida, Oscar tenía autorización de tomar el desayuno junto a sus hermanas, pero este día era especial.
Justo cuando echaba mano de los deliciosos pasteles de miel, se escuchó el arribo de un carruaje. ¡Finalmente! Madame Montblanc venía de regreso. Las niñas no cabían en sí del gozo y de golpe salieron a darle la bienvenida. Madame Montblanc trataba de no perder entre el revoltijo infantil al niño de su estirpe, el cual apenas si se dignaba poner la vista sobre las blondas y encajes que le rodeaban.
Pero al entrar a la casa, su apatía no fue impedimento para admirar el edificio. Estaba ante un amplio salón, todo de mármol, lleno de retratos y tapices, candelabros y espejos, sillones y alfombras. Nunca antes había estado en un lugar lujoso, este le parecía la entrada del cielo, donde San Pedro daba la bienvenida a aquellos que se habían portado bien. Se soltó de la mano de su abuela y se dirigió hacia las escaleras. Su abuela no se había percatado de su ausencia, ocupada en reprochar a las criadas el polvo que encontraba sobre los muebles, el piso mal encerado y el uniforme de la servidumbre arrugado.
André siguió un haz de luz y vio en lo alto de la escalera un ente luminoso y dorado que le miraba a su vez. André esbozó una gran sonrisa. Aquel ser era como los ángeles que había visto dibujados en el cielo raso de la capilla de mansión Jarjayes en Arras. En su cabeza, tenía la obsesión que eran los ángeles los que conducían las almas de las personas buenas ante el padre celestial. Estaba convencido de que este ángel le llevaría a reunirse con sus padres. Hizo una reverencia: -Estoy aquí, ¿me esperabais?
El ente que estaba en lo alto no podía percibir claramente la figura que estaba debajo, así que empezó a descender las gradas:- ¿Tú?... ¡Ah! ¡Debes ser André! ¡Claro que te esperábamos!
-¿Cómo sabes mi nombre?- repuso André incrédulo, persuadiéndose de la sabiduría divina.
-¡Hemos hablado mucho sobre ti!
André estaba un poco confundido. Tal vez si... este era un ángel, aquello era la entrada al paraíso. Había oído hablar de un ángel militar, un ángel que portaba una espada de fuego y con la que había combatido a Lucifer. Pero, André se asustó cuando este ángel le apuntó la espada hacia el pecho.
-¡Defiéndete y demuéstrame qué tan bueno eres!
André empezó a temblar. Aunque estaba convencido que de morir lograría reunirse con sus padres, le temía a la muerte -Ten compasión de mí- repuso humildemente. Oscar estaba muy decepcionada de su nuevo amigo. Carecía de espíritu. Oscar empezó a jalonearle de la manga de su chaqueta: -Vamos André, no tengas miedo, mira, es una espada sin filo, mi padre no me da espadas afiladas, anda, vamos a jugar.
Cuando la tuvo frente a sí, André cayó en la cuenta en que esta criatura era real, un infante como él. Y le echó la pregunta a boca de jarro: -¿Porqué te vistes como niño si eres niña?
Al instante, la amabilidad de la niña se trocó en una furia total: -¡Yo no soy ninguna niña, tonto!- y se abalanzó sobre él en lo que restaba de gradas. Oscar jalaba de su cabello con gran fuerza, poniéndose a horcajadas sobre él, con la intención de forzarle a retractarse: -¿No ves que soy un niño? ¡Tonto, tonto!
André sufría mucho con la reacción de la niña. Su madre le había enseñado que a las niñas no se les pega, pero deseaba defenderse, así que trataba de desprender las garras de la niña de sí: -No soy ningún tonto, eres una niña, ya suéltame, ¡¡¡ay, ay, ay!!!
Al sentir los gritos, los adultos se precipitaron hacia ellos. Jarjayes tomó por la cintura a su revoltoso vástago, y con la otra mano sostuvo de las ropas al pequeño diciendo: -Madame Montblanc, ¿este era vuestro nieto mudo? Pues ya se curó.
Los niños no dejaban de gritarse cosas, inmunes a la presencia de los otros. Jarjayes parecía encantado pero los movimientos desaforados de su "pequeño" Oscar parecían no tener fin. Debía terminar con eso.-¡Oscar, detente!
Hasta los que no se habían apercibido del lío asomaron la cabeza a ver lo que sucedía. Suavemente, Jarjayes depositó en el suelo al pequeño André, el cual fue corriendo a acurrucarse entre las faldas de su abuela. Jarjayes le dio una sacudida a su "hijo", el cual alzó la mirada y la pasó por sobre toda la concurrencia. Su padre bajó la cabeza hasta su altura: -Y bien Oscar, ¿esa es la manera en que le das la bienvenida al nuevo miembro de la familia Jarjayes?
***
1778
***
No he vuelto a saber de ti
Perdí tu rastro y figura
Me duele creer que olvidaste
a quien te dio tanto amor y ternura.
Profundo es el sueño del sol,
mientras lo cuida la luna
¿Quién cuidara de tus sueños,
cuando estés navegando entre dudas?
Un amor no muere así como así
Como mueren la noche y el día
la noche y el día.
Un amor como el mío,
no podrás arrancarlo de ti,
así como así y echarlo al vacío.
No he vuelto a saber de ti,
desde que no necesitas mi ayuda
El silencio es una fácil respuesta,
cuando se tiene el alma dura.
Y un amor no muere así como así,
Como mueren la noche y el día,
la noche y el día
Un amor como el mío,
no podrás arrancarlo de ti,
así como así y echarlo al vacío.
Camilo Sesto
***
Extrañamente, su padre no la castigó. He visto otras veces al general enfadarse por nimiedades en comparación al alboroto que hizo. Si yo tuviera una hija como ella... le hubiese perdonado todo. Era tan linda y adorable, preciosa en su trajecito azul que realzaba sus cabellos dorados... Con la espada en mano, me recordaba a la imagen del Arcángel Miguel pintada en la capilla de la casa Jarjayes en el campo.
-Tal vez por eso, la primera vez que la vi, pensé que era el ángel justiciero, el ángel de la muerte... - Meditó en voz alta. La mujer que se acurrucaba en su pecho alzó la vista al verse interrumpida en su monólogo. Después de una pausa, continuó: -Precisamente, te decía que si tuviésemos un hijo querría que tuviese tu rostro angelical.
André bajó la mirada volviendo al mundo real. No sabía desde hacía cuánto le había asaltado el recuerdo de la primera vez que conociera a Oscar hacía más de quince años atrás. Estaba habituado a pensar en ella como un punto muy lejano en el horizonte, un suceso lejano y quedado en el pasado. Sabía que ella vivía y que era comandante de la guardia de la reina. Sabía que había vivido algunos accidentes relacionados con su carrera, por las pocas veces que su abuela la mencionaba o los rumores que circulaban en el bar. Quizá, si ya no sería la niñita voluntariosa y autosuficiente que recordaba. Ya, sería todo un hombre. No, toda una mujer. Una tristeza infinita invadió su espíritu. El cuerpo extendido al lado del suyo le dio asco. ¡Cómo pudo vivir dos largos años al lado suyo! La saciedad de los sentidos había sido más fuerte que su voluntad, o tal vez... Es que se había resignado a hacer una vida corriente, sin pasiones y plena de rituales. Deseaba librarse de eso. Hacía tiempo que lo venía pensando, pero la rutina era más fuerte que él. Si no la había desposado, si no se había mudado con ella, era porque no pensaba pasar el resto de su vida a su lado. Lo mejor, era acabar con eso de una vez por todas.
-Muriel, no podemos tener hijos sin estar casados.
-No te conocía ese lado devoto... Si tú quisieras, ya lo habríamos tenido hace tiempo- dijo jugando con los bellos del pecho de André.
André tomó su mano y la apartó delicadamente de sí -tú no entiendes... Los niños deben venir cuando estemos dispuestos a ocuparnos de ellos, estando seguros de querer ser padres.
-Te pregunté si querías ser padre y me dijiste que sí. Te precisé si preferías un niño o una niña y me dijiste que una niña. Yo te respondí que quería un niño, con tu rostro angelical. ¡Qué más da si estamos casados o no! La Iglesia no tiene vedado el bautizo a los hijos naturales...
-Muriel... no me he casado contigo porque... porque no estoy listo para una relación estable. Cuando nos unimos, estuvimos de acuerdo en que nos dejaríamos cuando nos cansásemos el uno del otro. Y creo que...
-¿Te has cansado de mí? ¿Es eso André? ¡Y piensas dejarme a un lado, como un trapo sucio! ¿Es por eso que ya no te excitas cuando estás conmigo? Dijiste que era el cansancio, que se te pasaría, ahora veo que no... Debes tener otra, has conocido a otra, debe ser eso, sí, estoy segura... Será esa "Dulcinea" de la que hablabas con Bernard, ¿no?
-No, Muriel, no necesito conocer a otra mujer para darme cuenta que lo nuestro no va más. No puedes reprocharme una falta de honestidad contigo porque no es así. Soy honesto y claro: No deseo casarme contigo, ni tener hijos contigo. Perdóname si te lastimo, pero debo ser sincero ante todo. No te amo. Te lo dije desde un comienzo. Hay algo en mí que me impide darme por entero a alguien... Yo... creo que es mejor que busques tu felicidad en otra parte porque yo no te la puedo proporcionar.
Moviendo la cabeza, André abandonó el lecho, buscando el resto de sus ropas. Se consideraba mezquino por haberse acostado con ella sabiendo que no la deseaba. Aunque no la hubiese tocado, sentía que le había hecho daño con lo que creía era la última vez antes del adiós.
-Así que piensas en mí, ¡fabuloso! Gracias por pensar en mí... ¿Sabes André? Cuando Bernard me dijo que esto acabaría así... No le di crédito. Cuando murmurabas el nombre de un hombre a mi oído pensé... "No está mal, André tiene sus debilidades, le ayudaré a superarlas..."
André se volvió anonadado. Su rostro estaba tan blanco como el papel.
-¿Un nombre de un hombre, cuál, cuál?- exclamó aferrándola por el brazo. Muriel se asustó. A pesar de haber tenido relaciones más o menos estables con varios tipos de hombres, nunca antes había visto en los ojos de ninguno tal fuego, ni siquiera cuando yacían juntos. Titubeó un poco, pero André estaba impaciente: -¡Habla, cuál nombre, habla!
-¡Oscar! ¡Ese es el nombre que susurrabas cuando estabas conmigo! ¡Oscar!
Capítulo 8
1778
-¡Vinisteis! Vuestra belleza ilumina mi lúgubre habitación, por favor, acomodaos y decidme ¿cómo ha sido vuestra semana?
-Étienne... ya sabéis que no me agrada...
-¡Ojos Azules! Vuestra belleza no hace más que aumentar con los años, dispensad a este reo la única alegría que tiene.
-Pero fue culpa vuestra, si no hubieseis callado, no estaríais aquí.
-Vos tampoco tendríais la necesidad de venir a visitarme, ¿no es así? Todavía pensáis que fue culpa vuestra.
-Aquel día yo era otra persona. Sólo sabía lo que mis ojos veían, en ningún momento supuse que mis ojos me estuviesen engañando...
Étienne se puso la chaqueta pasada de moda, desde que cambiase domicilio hacia la Bastilla. No podía quejarse, tenía un lecho cómodo, ropa limpia, una mesita con un par de sillas, leña para el invierno, libros para distraerse y hasta gozaba de una buena mesa y del honor de compartir una vez a la semana la cena con el nuevo gobernador.
De hecho, podía obtener todo lo que el dinero pudiese costear, privilegio de clase. Su vida era como vivir en una pensión, salvando el hecho que no podía salir de esos muros ni respirar el aire libre. Todas las noticias que recibía del exterior provenían de los visitantes, o de la gaceta, la cual llegaba a sus manos cuando la noticia había dejado de serlo.
Oscar se desprendía de la capa, dejando ver una elegante chaqueta roja, adornado el pecho con una nueva medalla. El tahalí iba despojado de vaina. El privilegio de entrar en la celda de un prisionero, iba acompañado por la condición de dejar todas las armas fuera, aunque se tratase del comandante de la guardia real y favorito de la Reina.
El rojo combinaba con el color de sus labios, de un rojo intenso, acentuado por el ambiente cálido de la celda.
Étienne llamó a la puerta, y murmuró algo a través de la ventanilla que se abrió. Observó la figura de su visitante. Sin duda, había tenido una semana difícil.
-¿La Reina sigue decorando el Petit Trianon?
Oscar volvió el rostro sorprendida -¿Vos...?
-Aunque esté encerrado en la prisión más temida de Francia, tengo oídos y escucho. ¿Olvidáis que cada noche que el gobernador me otorga el honor...?
-¡Es verdad! Hasta en prisión las diferencias de clase se hacen sentir.
-Circulan muchos rumores sobre la reina, debe ser difícil para vos.
-Sí...
-¿Nunca más tuvisteis noticias sobre André?
-¿Cómo?
-André, vuestro palafrenero.
Oscar se sorprendió, hacía mucho tiempo que no hablaba de él. Al no poder sostener la mirada de Étienne posada sobre ella, empezó a fijarla en el movimiento de sus dedos al juguetear con el borde de la mesa -Cada cual tiene su propia vida, las personas cambian, no se puede esperar que estén cerca para toda la eternidad...
-Cuando os conocí, tuve la impresión de que erais hermanos. No puedo creer que hayáis podido estar separados durante tanto tiempo.
Oscar iba a replicar, cuando la entrada del guardia con una fuente en mano la hizo callar.
-Esta vez, no os negareis a compartir mi mesa, ¿no es así?
Oscar sonrío tímidamente. -Me habéis convencido.
***
André tomó sus ropas, se aseó rápidamente y salió a medio vestir. Corría un aire húmedo, sin duda aquella noche llovería. Recordaba las lluvias con cierta nostalgia. Cuando era niño, esas noches su madre lo acostaba temprano, y oía las gotas filtrarse por el techo. A la mañana siguiente, su padre cubriría los agujeros por dentro, para que el tasador de impuestos no les cobrase también ese arreglo.
Entonces había sido muy pequeño como para comprender la diferencia que existía entre su humilde casa y la mansión del amo. El amo y sus propiedades. El amo y su dinero. El amo y su título nobiliario. El amo y su joven heredero... No había podido verla en todos esos años. Había dado su palabra de honor en que no intentaría buscarla. Después de escribirle a escondidas algunas líneas, que nunca recibieron respuesta, se concentró en los estudios y en el trabajo para dejar de depender lo más pronto posible del dinero del amo. Le había pagado hasta el último centavo, intereses incluidos. Importaba poco que en el camino se hubiese vuelto frío y manipulador, y después... era mejor no pensar en eso. Debía retirarse ya, si deseaba llegar a su piso antes del amanecer. Esta era una más de las muchas despedidas a las que se había enfrentado.
André se cubrió mejor con la capa, bajó el tricornio hasta la nariz, apenas podía ver la punta de sus botas. Se preguntó si esta nostalgia se debía a su rompimiento con Muriel. Mala idea haber intentado formalizar una relación con ella. No se sentía pleno. Era linda, fina y detallista. Zurcía su ropa, mantenía limpia su casa; trabajaba como costurera de la casa de modas de Madame Bertin, podía vivir modestamente, independiente de cualquier hombre. Se habían unido de mutuo acuerdo, pero ahora... El corazón le decía que no podía entregarse totalmente a ninguna mujer que conociese. Había una cierta amargura que el sexo no podía llenar. Podía sí, acostarse con ella, perderse en su cuerpo sin hastiarse, sintiéndose amado, deseado, aceptado... Él adoraba sus formas delicadas, finas y suaves, los lunares, la forma perfecta en la que sus rizos color miel cubrían sus senos, dándole la sensación de probar un exótico fruto; pero había algo que faltaba. En todo eso, faltaba él.
No había podido olvidar su primer amor, el disparador que había transformado por completo su vida. Así como la muerte de sus padres le había llevado a la casa de los Jarjayes, aficionarse a ella había forzado su partida. Pero entonces era apenas un muchacho, inexperto y protegido. Cuando pudo valerse por sí mismo, pudo probar lo poderoso que podía llegar a ser, y esa sensación no le disgustó. Rápidamente había conquistado la deferencia de los profesores, la confianza de los patrones y el cariño de las muchachas. Ahora sabía que era un hombre atractivo, sensual, que podía obtener a la mujer que quisiera rendida a sus pies, fuese por una noche o por el tiempo que quisiese. Pero esto no le hacía feliz. Habiendo crecido sin un hogar propio, deseaba fervientemente tener uno, y se había dado cuenta que Muriel era la mujer indicada para formarlo. Y con todo, aunque había dado lo mejor de sí en aquella relación, no había podido continuar.
Sin embargo, ¿qué tipo de vida podría tener si acaso...? ¡Ni siquiera se atrevió a concluir su pensamiento! Aquello era imposible. Con los años las personas cambian, él mismo ya no era lo que antes, quizá ella... Sabía que era el favorito de la Reina, notable por su fidelidad y discreción; quizá si su padre le estuviese buscando un pretendiente... Larguirucha, completamente plana -según recordaba- tal vez no sería muy bonita; procuraba André convencerse en que la vida militar y las noches de guardia habrían convertido a Oscar en un tipo de mujer "masculinizada" bastante desagradable a la vista, quizá como dicen era la célebre Monja Alférez: De hombros anchos y músculos desarrollados. Tal vez... Oscar ya no sería la linda muchacha que había conocido una vez.
Estuvo a punto de tropezar con otras personas que como él, deseaban pasar desapercibidas. Se ocultó bajo el quicio de una puerta. Sus experiencias con los inconformes habían entrenado sus sentidos. De día, respetable pasante, pronto haría el gran salto a la Escuela Real, equilibrando sus horas con las clases que impartía en el Liceo Louis le grand, el colegio que le había acogido como estudiante. De noche, filósofo de café y a la medianoche... Criatura temerosa de perder la libertad que de día defendía en calurosos discursos a los hombres que cobraban impuestos frente a los que no podían pagarlos. ¡Ah! ¡Cómo cambian los tiempos, señor Grandier! El hijo de un carpintero, convertido en defensor de los poderosos. Sólo había un deseo en su corazón: Obtener dinero, mucho dinero; para poder comprarse un título y luego... Luego... el camino lucía difuso, ya no recordaba exactamente porqué se había vuelto tan ambicioso.
Unas linternas alumbraron el camino hacia un coche, el cual estaba escoltado por varios caballos, diez, quince... cada vez había más soldados. Ahora la curiosidad impulsaba a André a mirar con mayor atención. De aquella casa, emergió una dama encapuchada, pero no se le escapó el caminar suave y ligero. Con ella, iba un joven oficial. Al verle bajo la luz de las linternas, reparó en su cutis lampiño donde resaltaban los labios rojos. Era muy alto y muy joven, pero era quien mandaba sobre los soldados, hacía señas con sus manos enguantadas, y a continuación, subía también al coche. Vio que llegaba otro grupo de soldados, encabezados por el conde de Girodel.
¡Claro! ¿Por qué no la reconoció? ¡En ese coche iba la reina, escoltada por Oscar! ¡Oscar iba allí!
Entonces, los rumores eran ciertos. Cada noche, hasta la madrugada, la reina se reunía con el círculo de madame de Polignac y apostaban hasta altas horas de la noche... La reina, por lo tanto... Su corazón empezó a palpitar en forma inusual, como si fuese un adolescente. Deseaba verla, deseaba oír su voz. Deseaba... hablarle, saber lo que pensaba, preguntarle cómo estaba... Debía buscar una ocasión para verla, donde nadie pudiese impedirle hablarle. Ahora que era un hombre libre. Ahora, que no dependía de su padre, ahora...
***
Oscar entró a su habitación completamente extenuada. Deseaba dormir largamente, sin interrupciones. Mala suerte, el cielo iba clareando. La reina se había amanecido una vez más jugando hasta muy tarde y perdiendo grandes cantidades de dinero. Se sentía harta de la Polignac, la cual controlaba a al reina a fuerza de lamentaciones y lágrimas, más o menos como hacía la Reina con el Rey. ¡Claro! Por eso eran tan amigas.
Antes de cerrar los ojos, vio el cielo, a través de la ventana, donde brillaba una imponente luna, con un hermoso reflejo dorado. Había escuchado decir que los astros eran los testigos de las acciones humanas. Se preguntó en esos momentos a cuantas personas vería todavía despiertas, y se sumió en un sueño reparador.
***
André no pudo conciliar el sueño. Las manos le temblaban, a duras penas podía servirse el trago, tampoco podía digerirlo. La garganta se negaba a dejar pasar el líquido. De rato en rato un extraño escalofrío recorría su espina dorsal, y le producía un extraño temblor. Nunca antes se había sentido así, dominado por un sentimiento. Quería verla, pero ¿cómo? De ir a Mansión Jarjayes, temía ser negado, o peor, no encontrarla. Su abuela era quien le visitaba, o se veían en algún café de Montparnasse, previa cita.
Ir al palacio donde habitaban los reyes de Francia, difícilmente le dejarían pasar, y peor, no quería ponerse en la mira de los militares, y, además, tal vez, ella se negase a hablarle... Claro, había dejado de lado el hecho terrible por el cual ya no se hablaban.
Oscar, ¿tú creíste que podía enredarme con cualquier muchacha, verdad? Fue por eso que te enojaste conmigo. Tal vez... no sentías celos, sino que pensaste que no era sincero contigo. Y lo cierto, es que si supieras lo que... No, qué va, la abuela se habrá encargado de decirte que tenía mi vida hecha, la pobrecita creía que desposaría a Muriel... Perdóname, Oscar. Me fui cobardemente, no me atreví a explicarte, por eso te escribí aquella carta, y nunca me respondiste. ¡Quién sabe si la habrás leído! Esa noche, no dijiste nada, y tampoco la mañana de nuestra despedida. Pero, ¿qué es exactamente lo que siento por ella? ¿Puede definirse este sentimiento como... amor? No, es la ilusión de un ingenuo que no pudo conquistar a su primera chica, ah André, André, cómo te has vuelto hipócrita, habituado a seducir a cuánta falda se te cruce por delante, no pudiste hacerlo con una que portaba pantalones. Es sólo eso, no... no es amor... es obsesión.
André cerró los ojos, y se dejó caer a lo largo de su lecho, mientras las lágrimas empezaban a recorrer su rostro, hasta humedecer las sábanas: -¿Sabes, Oscar? Lo peor de todo, es que si te viera un día, no sabría qué decirte. Tantos años de estudio, no me servirían para hablarte. No sé por qué, el cielo raso se ve tan extraño. No hay ninguna gotera, pero llueve... ah, ah, ah, ah...
***
En Arras la había pasado muy mal. Habituado al trabajo intelectual, circunscribirse a limpiar, cargar y cortar leña no llenaban sus expectativas. El administrador del amo lo había tomado como ayudante, y animado a estudiar una carrera liberal, fuese Medicina o Derecho. El amo había acogido esta sugerencia al instante, pensando en alejarlo definitivamente de su casa y acallar así su conciencia costeándole la carrera. Por eso, había recibido con beneplácito la petición del muchacho de marcharse de su casa.
Así, André había abandonado la vida del campo y se había imbuido en la vida parisina. La pensión del amo le daba un status intermedio: No era de los chicos becados, pero tampoco de los ricos burgueses.
En vacaciones iba directamente a Arras, y cuando pasaba a ver a su abuela, Oscar nunca estaba. Desde entonces, se había dado cuenta que había una especie de complot, una disposición silenciosa mediante la cual él nunca podría encontrarla, ni siquiera de casualidad.
Pero no por eso ignoraba los principales acontecimientos de su vida. Sabía que Étienne estaba envuelto en algo sórdido, había acudido a todos los juicios, sentado en la cabina del tipógrafo, como corresponsal de la gaceta. Sus ojos se habían concentrado en buscar al joven oficial Oscar de Jarjayes, le habían dicho que seguía la evolución del juicio con gran interés, si bien de incógnito. Hubiese querido hablarle, al menos verla, pero siempre que salía, ella ya no estaba. Y luego... Quizá, una aristócrata que se codea con los reyes de Francia no miraría nunca a un plebeyo. Molesto por esta nueva idea, André se levantó y cogió su botella de vino barato, y la empujó toda, sin temblor alguno.
***
Oscar pasaba revista a sus soldados. Silenciosamente, se preguntaba si ellos contribuirían a que los rumores palaciegos llegasen a oídos del pueblo. Cierto que la reina salía casi todas las noches de incógnito hacia el Teatro de la Ópera, o a jugar en casa de madame de Guèméné, o en la de madame de Polignac. Ella conocía perfectamente el motivo. La Reina necesitaba despistar la atención que recibiría el conde von Fersen si se supiese que... Era terrible ver los efectos que tenía el amor sobre las personas. Una reina de Francia llenaba sus noches con juegos y bailes, escapando a sus deberes conyugales.
Hasta entonces, Oscar había tenido una vaga idea sobre lo que eran las relaciones sexuales, y su incidencia en la producción de niños. También sabía que los hombres obtenían satisfacción sexual con las amantes. Por alguna razón, ambas cosas le parecían lejanas la una de la otra. Como sea, el Rey no tenía amantes, y amaba a la Reina, la cual amaba a un hombre que no era su esposo.
Como quiera que fuese, su deber era requisar los panfletos e imágenes obscenas sobre la reina, aunque nunca pudiese dar con el origen de los mismos.
La revista había sido perfecta. A sus espaldas, los soldados comentaban, pero era difícil conocer el tema. Quizá, que la reina evitase el lecho real. Quizá, si la reina era la amante de Lauzun, o de Coigny...
Se sentía hastiada de tanta hipocresía.
-Girodel... ¿no te gustaría acompañarme a tomar unas copas saliendo de la guardia?
El interpelado tomó aire. No podía negar que le tomaba por sorpresa la invitación de su superior. Tal vez... se trataba de una invitación al Paraíso.
-Conozco el lugar apropiado, comandante Jarjayes- exclamó haciendo la señal de saludo militar, completamente satisfecho de sí mismo.
***
Maintenant que tu vis
A l'autre bout d'Paris
Quand tu veux changer d'âge
Tu t'offres un long voyage
Tu viens me dire bonjour
Au coin d'la rue Dufour
Tu viens me visiter
A Saint-Germain-des-Prés
Il n'y a plus d'après
A Saint-Germain-des-Prés
Plus d'après-demain
Plus d'après-midi
Il n'y a qu'aujourd'hui
Quand je te reverrai
A Saint-Germain-des-Prés
Ce n'sera plus toi
Ce n'sera plus moi
Il n'y a plus d'autrefois
Tu me dis "Comme tout change!"
Les rues te semblent étranges
Même les cafés-crème
N'ont plus le goût qu'tu aimes
C'est que tu es une autre
C'est que je suis un autre
Nous sommes étrangers
A Saint-Germain-des-Prés
Il n'y a plus d'après
A Saint-Germain-des-Prés
Plus d'après-demain
Plus d'après-midi
Il n'y a qu'aujourd'hui
Quand je te reverrai
A Saint-Germain-des-Prés
Ce n'sera plus toi
Ce n'sera plus moi
Il n'y a plus d'autrefois
A vivre au jour le jour
Le moindre des amours
Prenait dans ces ruelles
Des allures éternelles
Mais à la nuit la nuit
C'était bientôt fini
Voici l'éternité
De Saint-Germain-des-Prés
Il n'y a plus d'après
A Saint-Germain-des-Prés
Plus d'après-demain
Plus d'après-midi
Il n'y a qu'aujourd'hui
Quand je te reverrai
A Saint-Germain-des-Prés
Ce n'sera plus toi
Ce n'sera plus moi
Il n'y a plus d'autrefois
A Saint-Germain-des-Prés
Yves Montand
Oscar desató los lazos de su capa y tomó asiento en una de las mesas exteriores de un café. Girodel propinó al mozo para que se ocupase de los caballos. Había llevado a su comandante a Saint-Germain-des-Prés, el nuevo barrio bohemio que albergaba en sus predios a la Escuela de Bellas Artes, a la Academia de Medicina, y los cafés a donde iban los intelectuales. Oscar era testigo del eclipse del comercio ambulatorio a esas horas del día. Los deshollinadores que regresaban a sus casas, los pocos niños que todavía lloraban a por seguir viendo las linternas mágicas, los hombrecillos que comenzaban a prender las farolas de aceite... La iluminación de las calles había conseguido espantar a la cofradía de Cartouche...
Sentada a la mesa, Oscar degustaba su anisado. El suave aroma iba ascendiendo por los orificios de su nariz, e inundaba sus pulmones con un agradable sabor mentado.
-Es conveniente que os distraigáis un poco, comandante, la vida no puede ser sólo Versalles, ¡salud!
Después de haber catado su vino, lo tomó seco y volteado. Oscar esbozó una sonrisa poco convencida.
-No sabía que fueseis parroquiano de estos lugares.
-Son muchas las cosas que mi comandante ignora de mí.
Meditó Girodel llenando nuevamente la copa de su superior. Sabía perfectamente que no era recomendable salir a beber portando el uniforme de la guardia real. Pero tampoco podía rechazar una invitación de su comandante. Sabía muy bien que era mujer, y algo en él le había hecho rebelarse ante la idea de servirla. Pero desde que la conoció en la Academia Militar, y se inició en su amistad en la guardia, su inquina se había transformado en una atracción hacia aquella mujer fría y autoritaria con sus tropas, pero plena de melancolía cuando estaban a solas. A pesar de que ella era mucho más hábil que él con las armas, le inspiraba un sentido de protección. Era como si a pesar de su fuerza, estuviese desprovista de alma. Y él ansiaba llenar ese vacío...
-Por cierto, antes de salir, llegó este reporte confidencial para vos, se trata de un informe de la policía de París.
Oscar le iba a regañar por no habérselo dado antes, lo leyó. Ahora entendía. Era la confirmación de algo que ya el Rey le había confiado en privado. Los panfletos que dañaban la reputación de la Reina, eran impresos en los subterráneos del Palais Royal y en los del palacio de Luxemburgo, residencia de las tías del Rey, exiliadas a petición de la Reina, de Versalles.
Acercó el documento a una vela, quemándolo.
-Tampoco nosotros podemos hacer nada. A menos que medie una autorización Real, estamos impedidos de investigar en las residencias reales.
-Lamentablemente es así, lo único que podemos hacer es requisar los panfletos, y siempre habrá más. Es una lástima que teniendo un Rey bondadoso y justo, el círculo familiar que le rodea se asemeje a aves de rapiña.
-Suele suceder que las personas más bondadosas del mundo son tildadas de tontos. La bondad es incompatible con el poder.
-¡Sabias palabras, brindo por eso!
Repuso animado el conde alzando su copa. Pero se puso alerta cuando vio acercarse a su mesa a un desconocido. Llevaba capa y el tricornio calado hasta la nariz, confianzudamente dijo el nombre de su acompañante.
Molesta ante ese abuso, la susodicha respondió airada: -¿Quién se atreve a llamarme por mi nombre?
Grande fue su sorpresa al distinguir entre la caída del sol y la salida de la luna a un joven hombre vestido de gris, con el tricornio calado hasta la nariz. Oscar lo miró de arriba abajo. Tal vez, era algún tipo de mensajero.
-Soy yo, Oscar, ¿no me recuerdas? Soy André, André Grandier. ¿No me dirás que te has olvidado de mí?
Oscar lo miró con mayor atención. El joven retiró el tricornio, haciendo una reverencia. Cuando levantó el rostro, pudo apreciarlo mejor. ¡Era él! Los mismos ojos verdes, la misma cabellera morena, la piel algo más tostada. Pero seguía siendo el mismo André de antes.
Girodel apretó con fuerza su vaso. Todos los recuerdos de su adolescencia volvieron a su mente. André era el sirviente de Oscar, y ambos le hacían muchas palomilladas; como tirar pedacitos de papel a su cabellera durante las clases, con la consecuente risa de sus compañeros; o mojar la pólvora que debía usar durante los entrenamientos. Nunca podía desquitarse porque era un caballero, y de todas maneras André protegía a Oscar mejor que un can. Los profesores no podían castigarla, porque siempre permanecía la duda si ella era la autora intelectual de esas trastadas o la cómplice de su criado, de todas maneras, Girodel tampoco era un estudiante brillante, así que sus excusas no serían tomadas en cuenta.
Pero había dado gracias al cielo cuando Oscar regresó a la Academia sin su sombra y sin ganas de hacer más travesuras. Además, su belleza había adquirido un tono sosegado que le sentaba de maravilla, con ese aire de disciplina marcial que le resultaba misterioso. Y ahora, este impertinente venía a aguarle la fiesta.
Oscar había levantado una ceja, incrédula ante esa visión del pasado o del futuro. En su presente, no tenía planeado volverle a ver. La sorpresa le había quitado el habla, y una indisciplinada sonrisa dibujaron sus labios, dejando entrever una blanca hilera de dientes pequeños y finos.
-Así que, ¿qué extraño viento del sur te trajo hasta aquí?
-No fue el viento, sino mis pasos los que siempre me llevan hasta ti.
Oscar hizo una mueca asentando, la galantería que había percibido en su voz la incomodaba, se volvió hacia el conde, quien parecía querer perseverar en su mutismo.
-Vinimos a tomarnos unas copas, ¿recuerdas Girodel? Él era...
-Vuestro lacayo.
André sonrió con satisfacción. Oscar no daba la impresión de querer hacerle un desplante, aunque el conde le miraba con una expresión... Si las miradas matasen...
-Es cierto, señor conde de Girodel, y recuerdo aquella época en que teníais problemas para subiros a vuestra montura... ah... es una lástima que se os pegasen aquellas ladillas... Debe ser especialmente penoso a cierta edad... No hay nada como las caballerizas para enterarse de ciertas cosas...
Oscar enrojeció al conocer el misterio por el cual Girodel no podía participar en las clases de equitación, y se preguntó por qué André no se lo contó en aquel entonces. Pero Girodel tenía su réplica.
-Palurdo... definitivamente, no tienes idea de...
-¿De cómo las adquiristeis? ¡Oh vaya que sí! El mozo de la cuadra me lo contó absolutamente todo, gustabais de mujeres corrientes y experimentadas...
-¡Callad!
-Sí me callo, y dado que no sois una compañía especialmente agradable por esta noche, ¿no os importaría que escolte a vuestro acompañante?
-No soy yo quien debe responderos, sino mi comandante, señor...
Oscar tragó saliva. Si rechazaba la invitación de André, estaba segura que seguiría humillando a su lugarteniente. Por otra parte, luego de semejante revelación, no sabía cómo mirarle a la cara. Aunque, la etiqueta dictaba que el recién llegado esperase a ser invitado, cosa que Oscar estaba a punto de hacer cuando el conde se había puesto hiriente, debía tomar en cuenta que al conde le vería todos los días, mientras que a André...
-Girodel, mañana la Reina dará un baile en honor de su hermano, es mejor que estemos preparados. André, fue... una sorpresa volver a verte y encontrarte bien, ya tendremos oportunidad de hablar, que te vaya bien.
Decía ella poniéndose de pie y haciendo señas para que trajesen sus monturas. Pero André no podía dejarla ir, así que la sujetó de un brazo.
-Oscar, por favor, perdóname, en realidad, necesito hablar con vos.
-André...
-Comandante Jarjayes, nuestros caballos ya están listos.
André soltó su brazo.
-Lo siento André... nos volveremos a ver.
Oscar tomó su capa y partió junto al conde. André los observó hasta que sus figuras tomaron el camino de Versalles. Se sentó en la misma mesa que ellos. Cogió la copa de ella. Llamó al mozo y pidió un café. Tal vez el sabor amargo fuese ideal para las sensaciones que recorrían su cuerpo. Oscar era bella, mucho más de lo que podía recordar. Sus cabellos largos, ondulados, derramados con despreocupación por su espalda. Sus límpidos ojos, transparentes, como el agua del mar, tormentosos y fríos como el mar en Normandía, la boca roja, húmeda, perfectamente dibujada sobre su rostro...
¡Qué tonto fui! Quería poner en ridículo al conde, no sé porqué pensé que ella se quedaría conmigo y me seguiría el juego... Será que ya no le divierte... Ah André, eres un tonto, las mujeres como ella toman el partido de la víctima... Debe haberse compadecido de él...
***
-Ahora entiendo porqué vuestro padre despidió a aquel impertinente. No sabe estarse en su lugar. Fue una gran falta de respeto hacia vos... Estoy convencido de que él era la mente maléfica que os impulsaba a cometer todas aquellas canalladas... Porque apenas os separaron de él, demostrasteis la entereza de vuestra sangre. André no hacía más que empujaros a cometer fechorías...
A Oscar, la ruta hacia Versalles se le hacía demasiado larga... aún podía recordar lo divertida que era la vida con André a su lado... su ironía, sus ideas, su manera de hacerla reír, aunque fuese a costa de los otros... Ella sabía perfectamente que provocaba a su abuela con el propósito de que ésta le persiguiese con el cucharón en mano para hacerla desternillarse de risa. ¡Y la academia había sido tan aburrida sin André! Claro, tenía la amistad de Étienne, pero no era lo mismo. Detuvo su montura.
-Debo volver, olvidé una carta...
-La quemasteis en mi delante...
Oscar titubeó. Quería regresar a París.
-Girodel... nunca quisimos burlarnos de vos, sólo... nos divertíamos a vuestra costa. Perdonad, hay algo que debo hacer antes de volver a casa...
Dio la media vuelta a su montura y emprendió al galope el camino de regreso a Saint-Germain-des-Prés.
-¡Esperad comandante! ¡Es demasiado tarde!
Girodel suspiró. Se encontraba en los límites de París. Podía regresar para acompañarla, pero le era obvio que su gesto no sería apreciado. Optó por regresar... solo.
Oscar taloneaba la montura, en media hora estaría allí... sólo quería... quería... decirle algo, preguntarle su dirección, por ejemplo... Su razón le decía que tal vez se habría marchado, pero... ¿y si continuase allí? Después de todo, iba a estar allí aún sin haberla visto...
Cruzaba el Pont Neuf cuando percibió a un jinete viniendo del otro lado a todo galope, se cruzaron y ambos detuvieron sus monturas al reconocerse.
-¿No te importaría que te escolte esta noche?
Dijo él casi sin aliento.
Oscar le miró fijamente. No se esperaba ese encuentro a semejante hora en medio del puente. Su corazón palpitaba por la carrera.
-No me importaría... sin embargo...
-Tengo hambre, ¿te invito a cenar?
Capítulo 9
André seguía teniendo muy buen diente. En un suspiro engulló su asado y sus papas al horno, mientras Oscar delicadamente trozaba su bife.
-Así que también enseñas en el Louis le Grand...
-Sí, trabajo no me falta...
Ahora entendía porqué debía estar allí. André impartía clases en el vecino Quartier Latin. Definitivamente, debía estar en su salsa. Lo estudiaba, incrédula aún. André era un poco más alto que ella, no lo había podido notar estando ambos sentados. Ahora podía percatarse de otros cambios operados en él a través de esos nueve años de lejanía. Sus ojos seguían siendo verdes, pero expresaban mil emociones al mismo tiempo. Ora estaban tranquilos, ora inquietos. En otros momentos, eran alegres y despreocupados, como antes, pero la mayor cantidad de tiempo, eran taciturnos y amargos. Su rostro era diverso. Había ganado ángulos en el mentón, no llevaba barba ni bigote, así que la nariz lucía recta y majestuosa en medio del rostro. Sus pestañas eran largas y rizadas, lo que daba a su mirada una expresión dulce y risueña. No llevaba cerquillo, aunque mantenía la cabellera larga, sujeta en una coleta y rizada escuetamente.
Ahora parecía un hombre, joven, pero un hombre. Ese pensamiento no le gustó del todo. Estaba muy habituada a pensar en André como el muchacho con el cual había compartido su infancia y parte de la juventud. Este André era tan diverso al que ella recordaba, más vivido si se quiere, que vacilaba en adoptar una actitud relajada estando con él en una taberna parisina.
-No debiste haber incomodado a Girodel, le hiciste pasar un momento bochornoso...
André mantenía los ojos puestos sobre sus sagrados alimentos mientras empezaba a reír.
-¿Lo avergoncé mucho, no?
-¡Payaso! ¿No te das cuenta que soy su superior? ¡Cómo se te ocurre ponerme en semejante predicamento!
André sorbió algo de vino.
-¡Vamos, no es para tanto! Tarde o temprano te ibas a enterar de todas maneras...
-Tal vez, pero no en esta forma. Además, en aquella época no me comentaste nada, creí que siempre me contabas todo...
André dejó de reír. Y la miró a los ojos.
-No lo hubieses entendido, o mejor, hubiese tenido que explicarte muchas cosas...
Oscar iba a replicar, pero al darse cuenta a lo que se refería se sonrojó un poco y trató de ocultarlo tomando más vino. André pensaba que ante ella se seguiría sintiendo nervioso, pero no era así. Es más, le resultaba agradable verla tan femenina, sonrojándose ante temas de conversación tan usuales entre hombres... Se daba cuenta que la guardia real la trataba con guantes de seda, no obstante fuesen militares.
Pero esta tarde había tenido mucha suerte, y la había encontrado en la misma taberna donde se reunía con Bernard y Robespierre. A propósito de eso, sacó su reloj de bolsillo. A esas horas debían estarle esperando... Pero a ellos podía verlos cualquier otro día, a Oscar no la veía así no más.
-La abuela me ha contado que tienes novia y que, además, trabajas en un bufete próximo al Parlamento.
André guardó su reloj.
-De hecho, la abuela anda retrazada en noticias, es cierto que viví un par de años con una mujer, pero nos hemos separado. No puedo renunciar a mi soltería tan fácilmente, je, je, je...
-Pero me dijiste que económicamente...
-No es por eso. Simplemente, no funcionó.
Oscar deseaba saber, pero temía preguntar. Antes había sido tan fácil zarandearlo a golpes y pedirle que se explicase. Este André era un ser extraño, ajeno a ella. Habían nueve años de su vida que había conocido de oídas, lejanos; y cuando volvía a su vida, él estaba cambiado. No sabía qué tema tratar con él, sentía...
-Lo siento por ti, te mereces un hogar. La abuela me había dicho que...
-...¿era feliz?
-¿Eh?- Oscar lo miró. Los ojos de André eran fuego puro, tenían el color del viento entre los árboles, sentía que traspasaba su cuerpo y calaban dentro de su mente. Le incomodaba profundamente sentirse desarmada ante un hombre, a pesar de que se tratase de él. Así de rápido como el cielo se había cubierto de estrellas, los ojos de André se apaciguaron y adoptaron una mirada más reposada. -Mi abuela suele decir lo que le conviene- dijo relajadamente y bebió el resto de su vaso.
-Lamento oír que no te haya ido bien en el amor, sin duda tendrás mayor suerte la próxima vez.
-Te vi la otra noche.
-¿Cómo?
-Te vi una noche... escoltando a la reina.
Oscar le miró fijamente.
-¿Se lo comentaste a alguien?
-No, por supuesto. Pero como yo, cualquier otro puede veros. Su paso es muy elegante, parece como si caminase sobre nubes de terciopelo, y una gran escolta siempre llama la atención.
-Le dije a Girodel que no viniese, pero no hizo caso...
-Un hombre enamorado, siempre escucha primero a su corazón.
-¿Qué es lo que intentas decir?
-El conde de Girodel está perdidamente enamorado de ti, ¿es que no te has dado cuenta?
Oscar se le quedó mirando como si no entendiese, y estalló en una gran carcajada.
-No pareces muy convencida...
-¡Lo que dices es ridículo!
-¿De cuando para acá el amor te resulta ridículo?
-No se trata de amor, Girodel me sigue odiando por todas las bromas inocentes que le gastamos, pero es un caballero y se tiene que tragar su orgullo porque soy su superior... Su celo profesional no tiene nada que ver con sentimentalismos.
-¿Porqué te empeñas en no ver? Cuando me acerqué a vos, me di cuenta de la forma en que el conde te miraba, prácticamente bebía de tus palabras, se encontraba muy dichoso por estar contigo y se enfadó conmigo porque no deseaba compartirte con nadie. Apuesto a que era la primera vez que tomaban juntos...
-No es así, muchas otras veces hemos tomado unas copas...
Repuso Oscar enfáticamente, mirándole a los ojos.
-De acuerdo, pero nunca a solas.
Oscar no podía seguir sosteniendo su mirada. Él tenía razón, una vez más. Era ella quien se obstinaba en pasar por alto las señales. Empezó a jugar con los cubiertos, preparando lo que debía decir, buscándole una razón lógica a todo eso...
-Así que fue por eso que lo indispusiste delante de mí...
-Simplemente quería que te dieses cuenta de que no te convenía.
Esta vez, Oscar se atragantó con su bocado, y rápidamente André le sirvió más vino.
-¿Te sientes mejor?
-Creo que la bebida te ha afectado la mollera.
-No la mollera, pero tal vez sí la lengua...
-Yo no me pienso casar ni con Girodel ni con nadie, así que no te preocupes.
-Eso significa que, ¿tengo alguna posibilidad?
Dijo él sosteniendo alegremente su mano. Oscar le dio un manotazo.
-¡Suelta tonto! ¿Qué no ves que estamos en público?
-Me gustas mucho más cuando te enfadas, ¡extrañaba esa mirada tuya! ¡Pero esta vez no puedes pegarme, ouch, eso dolió!
Murmuró masajeándose la pantorrilla.
-Eso te enseñará a controlar tu lengua...
-¡Eres injusta! Admite que siempre te gustó pegarme...
-Es que no te sabes morder la lengua.
-No veo porqué deba hacerlo, tú eres demasiado quisquillosa... ¡ouch! ¡Ya van dos!
-¡Tú no aprendes! Además, con todo tu historial, sepa Dios si las ladillas -entre otras cosas- se te habrán pegado a ti...
André estaba mudo de indignación.
-¡Por supuesto que no! Y si no me crees, ¿no te gustaría verificar por ti misma?
¡Oh cielos! ¿Qué acababa de decir? ¿De casualidad, la estaba invitando a ir a la cama? Definitivamente, el vino le había soltado demasiado la lengua.
-Perdóname, ya ni sé lo que digo, será mejor que pague la cuenta y nos larguemos de aquí.
Oscar se le quedó mirando. De un momento al otro, habían retrocedido a la época en la que se echaban chanzas, y había sido tan agradable; pero repentinamente, habían vuelto a un tema que no estaba del todo cerrado... Ambos lo recordaban perfectamente, a su manera. Él, su inexperta declaración. Ella, el temor que había sentido de enfrentarse con un problema demasiado grande para ser resuelto. André depositó algunas monedas en la mano del mesonero y volvió a mirarla.
-Iré a traer los caballos, ¡será como en los viejos tiempos! ¿No te parece?
La mirada de Oscar le dijo que no le parecía. André se percató que había levantado una muralla adonde él estaba impedido de penetrar. -No estás habituada a recorrer las calles sin tus soldados- concluyó él con una encantadora sonrisa. No había nada como una sonrisa para derretir el hielo.
Oscar no pudo negarse, que él ya había salido raudamente. Se le hizo evidente que él conocía muy bien aquel local, por la salida que tomó. Cogió su tricornio y se disponía a seguirlo cuando alguien dijo a su espalda.
-¡Pero vaya! ¿Qué tenemos aquí? El elegante comandante de la Guardia Real, ¿qué te parece, Bernard?
-No todos los días nos honra con su presencia un conde... y sobre todo sin escolta.
Oscar se volvió, era increíble dar crédito a sus ojos. El jovenzuelo de tez amarillenta que tan despectivamente se refería a ella, era el estudiante que había leído el discurso al soberano cuando su entrada a París después de la coronación, bajo la lluvia. Al otro no le conocía. Nunca antes se había sentido agredida por personas que no fuesen de su círculo, y, aún así, había sido con una exquisita ironía. Sin lugar a dudas, el esprit también era privilegio de clase. Pero otra cosa puso en alerta sus sentidos. Se hizo un silencio general, y poco a poco los parroquianos se pusieron en pie, bebidos en su mayoría. Le empezaron a obstaculizar el paso. No podría usar la puerta principal ni la de la cocina. No había lugar a dudas: Habría pelea, y por Dios que no huiría cobardemente.
-No tengo nada en contra vuestra, así que si mi presencia os incomoda, dejadme salir.
-¡Pero si nadie os impide pasar! El asunto es que os atreváis a dar un paso adelante.
-Me temo comandante, que como dice el amigo Robespierre, los falderillos de la Reina no son bienvenidos en París.
Oscar sonrío, sintiéndose patrona de la situación -¡Vaya! ¿Así que ahora sois Robespierre? No era muy lejano el tiempo en el que solíais llamaros "De Robespierre". ¿O es el caso que os confundo con quien leyó el discurso ante sus majestades en representación del colegio Louis le Grand?
Ahora todas las miradas se posaban sobre Maximilien, el cual empezaba a tener dificultades para respirar.
-¡Yo no soy ningún aristócrata! ¡Que quede bien claro! Mi nombre era y es Derrobespierre... -Aclaró casi imperceptiblemente, sin embargo, el círculo que los rodeaba se hacía cada vez más estrecho.
-¿Alguien dijo la palabra aristócrata?
-¡No nos gusta que vengan esos aristócratas!
Pero el uniforme de Oscar llamaba la atención mucho más que el intento de Maximilien por darse aires de nobleza con su falso "de" delante de su apellido. Oscar no podía desenvainar su espada o desenfundar su pistola, no podía iniciar una riña de taberna, y, además, aunque ellos eran más, no estaban armados. Nunca como entonces, su nombre le pareció tan pesado. Pero no podía seguir allí sin hacer nada, aceptó el reto y dio un paso delante, que fue la señal para que todos se le aventasen encima. Suerte que pudiese encontrar refugio debajo de una mesa, para intentar salir de allí. Darse de puñetes con los demás contrincantes era más sencillo, sabiendo de antemano que nunca podría darle su merecido al instigador de todo, dado que los lengua larga eran los primeros en rehuir el combate.
André estaba demasiado contento como par darse cuenta que Oscar no venía con él. Al sentir el barullo tragó saliva, la buscó con la mirada. Dejó la brida de los caballos en manos del mozo del establo, se encaminó hacia la puerta exterior de la taberna. Sus amigos le interpelaron.
-¡Hasta que dimos contigo, André! Te perdiste de lo mejor de la diversión, ¿no es así, Maximilien? Allí hay un comandante de la guardia real a quien despedazarán.
Decía Bernard, como si le divirtiese haber puesto en un predicamento al afeminado coronel. Por su parte Maximilien, mejor observador, pasaba la mirada desde los caballos que el mozo traía, hasta la tez pálida de André. Pero sólo fue un momento, André respiró hondo, de pronto sentía que le faltaba el aire.
-De manera que ¿me buscabais?
-Nos hiciste esperar, Bernard supuso que habías venido a comer a tu restauran favorito. De todas formas, no había mucho qué discutir, quienes esperábamos no pudieron venir; me dijeron que vieron a dos de la guardia real rondando por nuestro punto de reunión. Ya estaba pensando en otro sitio más discreto, como una Iglesia abandonada, a las puertas de París, así si hubiese disturbios, podríamos tomar el camino a la frontera con Alemania. -Dijo Maximilien, congratulándose a sí mismo por haber pensado en la mejor manera de escapar si su pellejo corría peligro.
André apretó con fuerza los puños -como no, tú siempre pensando en todo, Maximilien.
El aludido avanzó unos pasos, mirándole de reojo -no siempre el pasado nos hace bien, cuídate...
***
Bernard notó la ironía de esa frase, y ya bastante alejados se animó a preguntarle.
-Me dio la impresión de que estabas amenazando de nuestro amigo...
-Pues tu impresión es correcta.
-¿Porqué? ¿Hay algún motivo en especial para que de pronto hayas cambiado tu trato para con él?
-Desde luego, ¿no notaste el caballo blanco que venía detrás? ¡Bernard! No cualquiera tiene un caballo así, enjaezado con los distintivos de la guardia real.
-¿Insinúas que André conozca al comandante al que provocaste?
-Trabajó para los Jarjayes, eso no es un secreto, es obvio que se conocen. Los antiguos siervos difícilmente se desprenden de sus antiguas costumbres.
-Creí que apreciabas a los hombres en su justa dimensión, y no por a quien sirvieron. Sino, a mí también me parecería sospechoso que hubieses modificado tu apellido para darle un aire aristocrático...
-No es lo mismo, se puede hacer cualquier cosa por conservar una beca en un colegio real.
-Tú lo has dicho, se puede llegar a cualquier extremo por sobrevivir.
Maximilien simuló no haber prestado atención a esta última frase. Debía ser la perfección hecha hombre, no debía buscar pleito por cualquier cosa, era importante mantener la unidad en su grupo, al menos en tanto tuviesen un ideal común.
***
Ni bien sintió alejarse los pasos de Maximilien, André se precipitó hacia la taberna. No sabía cómo, pero había conseguido abrirse paso y buscar por todas partes la menor seña de ella. En un rincón reconoció su espada, aún dentro de su vaina. Con su filo, logró persuadir a los contrincantes de liberar a su víctima.
-Amigo, no era nada en tu contra.
-Tampoco tengo algo en tu contra, pero si quieres que siga pensando lo mismo, entrégame a tu presa.
-André... no digas... ¿tienes en mente algo más apropiado para un perro de la Reina?
-Sin duda, algo que no puedes siquiera imaginar- Pero la expresión de su rostro era aún más intimidante que la espada desnuda que portaba. Así pues, consiguió abrirse paso con Oscar a cuestas hacia las cabalgaduras. Ella estaba casi inconsciente, dejándose llevar fácilmente, así que fue sencillo subirla a la grupa de su propio caballo y llevársela a su casa...
***
-Oscar, perdóname, no debí llevarte allí... Mira nada más, te dejo sola por unos instantes y te pasa esto... Tienes razón, soy un tonto... Oscar, por favor, abre los ojos...
André tomaba su muñeca, buscándole el pulso. Parecía normal, pero él se encontraba muy nervioso.
Oscar reposaba sobre su lecho, cuan larga era. Sólo entonces cayó en la cuenta en que ella era bastante más alta que la mujer promedio, casi tan larga como lo era él mismo. Sus rizos dorados reposaban sobre la almohada. Aparentemente no tenía ninguna fractura, y a parte de los moretones, se podía afirmar que había salido bastante bien de la contienda. Respiró hondo y se dispuso a enfrentarse con la guerrera. Claro que estaba habituado a desvestir mujeres, aunque entonces lidiaba con cintas de corsé y faldas, temía despertarla y que, por consiguiente, se atemorizase al encontrarlo en semejante faena.
Cuando terminó con las botas y la contempló por entero, notó un pequeño lunar rojo localizado debajo de la oreja izquierda. La imagen de empezar a besar ese lunar y luego descender en busca de otros lunares le excitó, movió la cabeza, ¡no era posible tener semejante pensamiento en un momento así! ¡Ella era su amiga, su amor platónico, no podía desearla como si fuese una cualquiera!
Desalentado, la cubrió con unas sábanas limpias y se fue en busca de algún buen bife para ponérselo sobre el ojo derecho, o este se cubriría de un desagradable moretón violáceo.
Cuando Oscar abrió los ojos, se encontraba en una casa extraña, tendida sobre un duro lecho, con el cuerpo adolorido. Se sentía incómoda, pero tampoco tenía fuerzas para moverse. Escuchó unos susurros tras la puerta, miró atentamente a su alrededor. Era un dormitorio estrecho y sencillo en comparación al suyo en Mansión Jarjayes. Una cómoda medio apolillada le hacía frente, al fondo unas cuantas botas sucias, sobre una silla reconoció su uniforme. Entonces, era obvio que estaba vestida con otras prendas. Trabajosamente palpó su cuerpo y se dio cuenta que vestía una camisa de dormir masculina. Alguien se había tomado el trabajo de desvestirla y volverla a cubrir. Pero, ¿quién? La respuesta a sus preguntas llegó junto con una bandeja de olorosa merienda.
-¡Ya despertaste! ¿Cómo te sientes? ¿Te duelen mucho las heridas? Espero que te guste, es un caldo de verduras y pan blanco, con un vaso de leche. Te aconsejo que lo comas inmediatamente, antes de que se enfríe.- Decía él depositando la bandeja sobre la cómoda y acercando una silla hacia el lecho. Pero no recibía respuesta, quizá... ¿el ratón le había comido la lengua?
-Oscar...
-¿En dónde estamos? ¿A quien le pertenece esta habitación?
Hinchándose de orgullo, André frotó un dedo contra la punta de su nariz. -Pues, estamos en mi casa, ¡y estás invitada a quedarte todo el tiempo que quieras! Claro, mi lecho carece de dosel, a diferencia del tuyo, y tampoco te cubren sábanas de seda, pero están muy limpias. Una vecina me ayudó a atenderte y preparó la comida, así que te recomiendo...- André se ocupaba en acomodar la bandeja sobre la silla próxima a ella. Oscar estaba sopesando sus palabras: -¿Entonces... fue la vecina quien me cambió de ropas?
-¡Por su puesto! ¿No pensarías que fui yo, no? Te recuerdo que anoche la pasaste muy mal, tu uniforme es demasiado llamativo, un minuto más tarde y no la contabas...
-A quien se le habrá ocurrido llevarme a la cueva del lobo y dejarme sola.
André se quedó congelado en la postura de levantar la cuchara con algo de sopa. Había pasado una noche fatal, exponiéndose a todos los peligros por rescatarla, incluido el rencor de sus amigos, aún más si se supiese que la tenía escondida bajo su techo. Y no solo, había pagado a la vecina para que le ayudase a atenderla, había pagado su silencio mientras iba a buscar a un médico, y ahora este reproche le hería en lo vivo de su amor propio. Él mismo se había reprendido por el mismo motivo, pero no podía iniciar una discusión en ese momento, decidió ignorarla.
-Abre la boca como una buena niña y come, o no podrás recuperar las fuerzas. Mi abuela solía decir que se piensan mejor las cosas con el estómago lleno.
-¡Yo no soy una niña! ¡No necesito de tus mimos!- exclamó ella hiriéndose los labios resecos al hablar y apretando con fuerza las sábanas que tenía al alcance de su mano.
André la miró atentamente devolviendo la cuchara al plato: -Si no lo eres, compórtate como un adulto y come, necesitas reponer tus fuerzas.
Se levantó, depositando el plato en la silla y salió dejándola sola.
Oscar hubiese querido replicar, pero algo en su mirada la detuvo. André siempre había sido un muchacho tranquilo, pacífico y gentil, y ella siempre se había sentido su superior. Ahora comprendía lo que no le gustaba del hecho de volverlo a ver. Ya no se sentía superior frente a él, ni inferior, sino iguales. André tenía su propia casa, ella estaba en su espacio, comprendía que debía adaptarse a las circunstancias, siquiera por urbanidad. Y, sin embargo... dentro de ella le seguía reprochando las circunstancias en las que se alejaron. De pronto había revivido todo lo que tenía guardado. ¡Oh cielos! Ya no era una niña, aquello había sucedido hacía tantos años, no debía pensar así, no debía sentir así. Ella era un famoso oficial de la guardia de la Reina, una figura importante en el reino, temida y respetada, ¿no podía acaso dejarse de niñerías? Se había sentido abandonada, engañada. Secretamente se había ilusionado en ese cariño inocente de André, como un dulce recuerdo de su juventud, un amor pasajero sobre el que se ironiza cuando ya se es adulto, pero ella no se sentía pronta para jugar la comedia. Le seguía doliendo, por eso quería huir, y no podía. Movió su cuerpo adolorido, cogió el vaso con leche y se lo bebió. Al menos eso, podría calmar su sed.
***
André dudaba en enviar un mensaje a Mansión Jarjayes. No deseaba preocuparlos, pero tampoco ponerles sobre aviso acerca de él. Aunque, pensándolo bien, ya Girodel se habría encargado de hacerlo... Decidió escribirle una esquela a su abuela, para tranquilizarla respecto a la salud de Oscar.
Le remordía la conciencia. Por su causa, Oscar podría estar en la mira de Maximilien... Le había conocido en el Louis le Grand, y le estimaba por su idealismo y su tesón. Compartía con él el deseo de transformar a Francia en un país igualitario, donde no existiesen impedimentos para amar, donde no hubiese tanta pobreza... Pero se daba cuenta que el corazón de Maximilien estaba demasiado amargado. Detestaba a los nobles. Quizá... no le perdonase ser amigo de una aristócrata. Para nadie era un secreto que él había servido a los Jarjayes, es más, no se avergonzaba de eso. Comprendía que había sido muy afortunado, más que los siervos de otros amos. Pero eso, a Maximilien no le interesaba. Él detestaba a todos los nobles por igual...
Trabajosamente Oscar se encaminó hacia donde estaba su uniforme. De pasada, le echó un vistazo a la imagen que el espejo le reflejaba. Sus mejillas estaban sonrosadas, como si hubiese pasado mucho rato expuesta al sol y sentía que le quemaban, aunque no le doliesen. También la piel alrededor de los ojos estaba roja, quizá se formaría allí algún moretón. Pero vio otras cosas más. El cuello amplio de la camisa de dormir dejaba ver su pecho, sentía algo de dolor, fue deslizando lentamente la camisa hacia abajo. Tenía muchos moretones en el abdomen y en los brazos, por eso le costaba tanto moverse. Pudo haberse fracturado las costillas, constató, era una suerte que la faja que usaba para constreñir los senos le sirviese también para protegerse de los golpes. Pero vio algo más, en lo que no había reparado antes, viéndose todos los días en un espejo mucho más grande que este. Y es que su cuerpo era bello, de una belleza armoniosa. La cintura fina, los senos firmes, pequeños, los brazos torneados, y la piel blanca, absorta en su propia imagen no sintió los suaves golpes de la puerta, y se dio cuenta que era André cuando vio su reflejo a través del espejo, rápidamente se cubrió moviendo los hombros y subiendo las mangas. Comprendiendo lo que atraía la atención de Oscar, André comentó distraídamente fijando la mirada en la comida a medio consumir: -El bife congelado lo aplicamos a tu rostro para evitar la hinchazón, pero por obvios motivos no pudimos hacer lo mismo con tu torso. Cuando regreses a casa... He enviado un mensaje a tu casa, para evitar que se inquieten.
-Gracias... y... ¿el resto de mi ropa...?
-Sylvie, la persona que te atendió, se las llevó para lavarlas. Pero, puedo prestarte otros dos trajes, tú escoges: Un vestido femenino, o un traje masculino.
-Debo volver a casa, tonto, no puedo usar un vestido.
André sonrió pensativo.
-En este vecindario, no puede pasar desapercibido un rubio esbelto y afeminado, por tu porte todos se darían cuenta quién eres. Te traje a escondidas, salvo el médico, Sylvie y yo, nadie más te ha visto. Me pondrás en un compromiso si atraes la atención.
-Y entonces, ¿porqué me trajiste aquí? Hubiera sido más sencillo me regresases a casa, como quedamos.
-El camino era demasiado largo, y tú estabas inconsciente, debía auxiliarte lo más pronto posible. Además... -tomó aire para darse valor, lo que iba a decir no le gustaría a su amiga- Bernard y Maximilien son... amigos míos, no quiero indisponerme con ellos.
-¡Vaya! Ese era el meollo del asunto: ¡Estimas mucho más a tus nuevos amigos que a los antiguos! -repuso ella nerviosamente.
Calmadamente, André tomó asiento en el borde de la cama: -Maximilien está reuniendo consigo a un grupo de idealistas, de intelectuales, de burgueses... todas personas inconformes con el régimen monárquico, por lo tanto odian por igual a todos los aristócratas. Saben que yo serví para los Jarjayes, y me tienen en la mira. Un paso en falso, y estoy fuera.
-Con amigos como esos, ¿para qué quieres enemigos?
-Oscar... -comenzó, rascándose ligeramente la cabeza. Estaba perdiendo la paciencia, pero debía amansarla antes de que el diálogo entre ellos fuese imposible- los abogados nos conocemos entre nosotros, fui invitado al grupo, y poco a poco me fui involucrando... Yo comparto los ideales de igualdad, de transformar nuestra sociedad en un lugar más justo, donde la miseria disminuya y el pueblo tenga una vida decente. Desde luego que no comparto las antipatías de Maximilien, pero también es cierto que si hubiese tenido la vida que ellos han llevado, no podría actuar de otra manera... Son personas amargadas, lo admito, pero... estamos unidos por un ideal, y no podemos separarnos hasta conseguirlo. Yo creo en la causa, y pienso apoyarlos con todo mí mismo. Por eso... no conviene que tientes el peligro. Así que -concluyó poniéndose en pie- te sugiero escoger el traje más sencillo y confortable para ti. Voy a alquilar un coche que te devuelva a casa... Si decides escoger el vestido, llamaré a Sylvie para que te ayude a vestirte, Oscar.
Oscar le tomó del antebrazo.
-¿Tú sientes que fuiste maltratado en mi casa? ¿Crees que fuimos injustos contigo? ¿Porqué...?
André la miró. Estaba de pie delante de ella. Sin las botas, la estatura de ella era menor, buscó su mirada.
-No, nunca me maltrataron... pero yo... no podía ser completamente feliz.
Los ojos de Oscar seguían atentamente cualquiera de sus movimientos, André buscaba las palabras que resultasen menos hirientes.
-Yo no podía ser feliz porque... nada de eso me pertenecía, aunque me tratasen con deferencia y hasta con afecto, aquella no era mi casa, ni yo era igual a ti...
-No querías ser mi siervo, ¿es eso? ¿No querías tener que obedecerme porque soy mujer?
-No, eso no... no tiene nada que ver. Me sofocaba vivir como rico sin serlo... yo quería ser libre.
-¡Ya lo eras! ¡Eras libre de hacer lo que quisieses! ¡Por eso pudiste marcharte sin que nadie te lo impidiese!
Molesta, ella soltó su antebrazo.
-Ahora soy libre... pero entonces, no lo era. No era libre de demostrarle mis sentimientos a la muchacha que me gustaba, ella sólo me veía como a un hermano, no creía en mí, porque me veía como a un hermano, porque crecimos juntos, jugábamos juntos, pero no éramos hermanos... Y yo no podía pretender su mano, porque era su siervo, porque yo dependía de su casa, porque yo le pertenecía como podía pertenecerle su caballo, su violín o cualquier otra cosa...
-¡André...!
Exclamó Oscar sorprendida, nunca se hubiera imaginado que él pensase esas cosas de ella.
-¡Es la verdad! No podía cortejarte como sí podían hacerlo otros muchachos porque no tenía nada mío para ofrecértelo... ni siquiera me tenía a mí mismo porque ya era tuyo...
Oscar cubrió con sus manos su boca. Hubiera querido nunca haber escuchado aquellas palabras. Le herían, terriblemente. André se había marchado a causa de ella... Él no había sido feliz, porque estaba en contacto con cosas que nunca podría tener...
-Perdóname... no quería hacerte sentir así... yo... nunca antes había tenido un amigo... no sabía... yo no sabía cómo tratarte...
-Porque era tu siervo, tu padre me entregó a ti como lo hizo con tus espadas, como un regalo...
-Si realmente hubieses sido mío, nunca te habría dejado marchar. Tú eras libre André, y lo has demostrado. ¡Eres lo que querías ser! ¿No estabas orgulloso de tu carrera? Ahora entiendo porqué andas con gente como Maximilien... tú también nos guardas rencor, y por motivos equivocados... Yo no pedí nacer aristócrata...
-Yo tampoco pedí nacer plebeyo y, sin embargo, te amo, aunque no sea digno de amarte ni de poner mis ojos sobre ti, yo te amo, y este amor me enloquece, porque nunca podré aspirar a tu mano y pedirte ser mi esposa...
-¡André!
-¡Siempre te amé! ¡Y me dolía no ser capaz de protegerte! Cada vez que tu padre te golpeaba, cada vez que te gritaba sentía hervir mi sangre en las venas, y no podía hacer más que observar impotente, sin poder hacer nada. No tenía la fuerza para detenerlo, para impedirlo... yo era su juguete, como lo eras tú... Pero te rebelabas, en vano, protestabas, te debatías, no le tenías miedo a los golpes, eras persistente mientras yo bajaba la cabeza... Tú preferías luchar... en vano, porque él siempre ganaba... Sino mírate, coronel de la guardia real, ¡pamplinas! Un hombre... ¡de mentiras! ¿Realmente eres feliz viviendo así? Yo no lo creo...
Oscar se sentía vencida. ¡Era cierto! Ella tampoco era libre de vivir como quisiese, hasta entonces sólo le había interesado sobrevivir, conseguir como pudiese el afecto de su padre, desesperadamente ansiaba recibir ese cariño total, la aceptación... Pero él la había dejado sola con su lucha, huyendo para pelear sus propia batalla. Él la amaba y la odiaba con la misma intensidad. La amaba a cambio del amor que su padre no le proporcionaba, y la odiaba porque no podía amarla.
Debía salir de allí, a cómo diera lugar, esa conversación la indisponía mucho más de lo que hubiese esperado en un inicio.
-Déjame sola, debo vestirme.
Capítulo 10
-¿Vas a seguir rehuyéndome? ¿O es que no tienes una respuesta para mí? ¡Oscar! ¡Te dije que te amo! ¡Dime si puedo tener esperanzas, por el amor de Dios, Oscar, dame una respuesta!
Impaciente a por aquella respuesta, André la zarandeó con cierta violencia. Ella no opuso resistencia, parecía una muñeca de trapo.
-Oscar... ¡¿porqué callas?!
-Lo siento mucho... yo no tengo corazón... No puedo amarte porque yo no sé amar...
André enterró las uñas en sus hombros. Estaba impaciente, no podría seguir esperando, no después de haberse desfogado. Cerró los ojos con fuerza, y los abrió mirando al techo, para detener las lágrimas.
-Hace nueve años no me parecías tan insensible.
-Hace nueve años yo era una niña.
-Hace nueve años eras tú misma... mírame, ¿qué te han hecho los años? ¡Ya no hay brillo en tus ojos!
La furia de André se trastocó en ternura. Oscar seguía siendo su pequeña, se inclinó para buscar sus labios, los besó. Su corazón latía con fuerza. Sus labios eran como los recordaba, temblorosos, suaves, deliciosos... con un sabor a leche... La sintió agitarse débilmente entre sus brazos... Oscar estaba llorando...
-No tiene caso, André... nunca podré ser de nadie... yo no puedo escapar, como lo hiciste tú...
André levantó su mentón, delicadamente.
-Yo no me escapé... no tenía otra salida, tu padre me mandó a Arras para alejarme de ti... Él fue el primero en darse cuenta de lo que sentía por ti, y me quiso alejar para protegerte... Eso fue lo que le escuché decir cuando fui a espiarle...
-¡Porqué no me lo dijiste!
-¡Porque entonces hubiese tenido que admitir que me gustabas!
-¡Pero lo hiciste de todas formas!
-Y con saberlo, ¿qué hubieras hecho?
Oscar meditó. En realidad, ella tampoco hubiese podido hacer nada, porque ella también dependía de su padre...
-Te escribí muchas veces, y nunca me respondiste...
-Yo también te escribí y tampoco respondiste...
Ella respondió sorprendida.
-Nunca recibí tus cartas...
-Yo tampoco recibí las tuyas... pensé que me odiabas porque me habías visto con aquella muchacha...
-Yo creí que no querías afrontarme después de haber estado con aquella chica.
-¡Yo no me acosté con ella!
Reaccionó André enfáticamente.
-No me lo parece...
Respondió ella incrédula.
-Por favor Oscar, ¡tienes que creerme, yo era virgen!
-Si me amabas como asegurabas, ¿porqué buscaste otras mujeres?
-Quise olvidarte... y no pude...
André temía que ella no le creyese.
-André, André... ¿qué clase de amor es ese? ¿Puedes amar a alguien y estar con otra persona al mismo tiempo?
-¡No, no puedo! Pero tenía que intentarlo... Tú no me querías, tenías tu propia vida... tenías a Étienne...
Pronunció su nombre haciendo una mueca de disgusto, sus manos seguían apoyadas en los hombros de Oscar. Ella le miró sorprendida.
-¿Qué tiene que ver Étienne?
-¡A él sí le permitías tocarte!
-¡No es cierto, mientes!
-¡Yo te vi con mis propios ojos, el día de la boda de tu hermana Hermine!
-¡Étienne nunca me tocó!
-¡Yo vi cómo acariciaba tu mejilla y no le pegaste, en cambio a mí, siempre me pegabas!
-¡Me espiabas!
-¡Ahora lo reconoces! ¡No tienes derecho a criticarme porque tú también tenías pretendientes!
Decía él moviendo las manos hacia el cielo y luego señalándola con el índice.
-¡Tonto! Estábamos hablando de otra cosa... algo como...
André la observaba con interés, Oscar no podía recordar aquel interesante tema de conversación, miró para todas partes...
-¡No lo recuerdo!
Se disculpó sonriendo. André hizo un gesto de cansancio, moviendo la cabeza.
-Esta conversación nos está alejando del punto que necesito saber, ¿qué sientes por mí, Oscar? Dime, ¿qué es lo que sientes cuando estás conmigo? Ahora... en estos momentos, por favor, no me tengas en ascuas, Oscar...
André volvía a mirarla fijamente a los ojos. Oscar sentía una gran resequedad en los labios, no le hubiese incomodado que él la besase... Era verdad, gustaba sentir ese sabor. Antes no lo había notado, pero le gustaba a morir... Con todo, tenía miedo... Sentía que esa pasión trastocaría su vida para siempre, que ya no volvería a ser igual que antes... André representaba el peligro, un peligro latente, que nunca tendría fin... Primero llegaría el fin del mundo antes que poder alcanzar la felicidad juntos, en ese mundo donde las clases sociales no podían mezclarse... Pero sin él, su vida era incolora, rutinaria, vacía... Ella amaba el peligro, vivía para la batalla... Sentía que con él a su lado, podía vivir... Pero no se sentía pronta a renunciar. Era pedirle demasiado.
-Por favor André, no me preguntes eso...
-¡Esta vez no voy a tener piedad de ti, tienes que decidirte ahora, este es el momento!
Oscar miró a todas partes, desalentada... Él retomó la palabra, deseaba mostrarse comprensivo.
-Yo sé que tienes miedo, y te entiendo; también sé que para ti no es fácil... Permíteme estar a tu lado, ayudarte a sostener tu carga. Por favor Oscar, daría mi vida por volver junto a ti, lo dejaría todo si tú quisieras... Si no sientes nada a por mí, no insistiré, no volveré a hablarte de amor y tendrás mi absoluta amistad, sin condiciones.
Oscar se dejó caer sobre la silla, sin importarle aplastar la chaqueta de su uniforme.
-¿De verás, harías eso?
No se atrevía a mirarle. Tan sólo su voz la conmovía, sus palabras habían calado hondo en su corazón.
-Cierto, lo dejaría todo, si tú me lo pidieras.
-¿También las mujeres?
André, sonrió, sintiendo nacer una esperanza para él.
-¡Nunca he amado a ninguna como te amo a ti! Si estoy contigo, ninguna mujer me importa... excepto la abuela...
-¿No pedirías nada a cambio, si... te pidiera ser amigos?
El rostro de André se nubló. En el calor de la argumentación, había olvidado que lo había prometido.
-Te doy mi palabra, si no sientes nada por mí, no te volveré a molestar.
Oscar levantó el rostro para observarle, tomó su mano.
-André... tú me gustas... pero me haces sentir extraña... Yo te quiero, pero quiero que seas feliz. Te mereces... te mereces una vida tranquila, una esposa que cuide de tu hogar, que te dé hijos... ¿Comprendes lo que pides? No podré cuidar de tu casa, darte hijos... Amo la milicia, me gusta...
Oscar hizo una pausa, las lágrimas que había retenido se atoraban en su garganta impidiéndole hablar. André apretó su mano, para darle fuerza. Él tampoco podía hablar, las cosas vistas desde el punto de vista de Oscar lucían tétricas e insondables. Ella tomó un largo suspiro.
-Mi padre me ha dado la oportunidad de ser diferente a las otras mujeres; para mí es importante comandar las guardias reales, cuidar de la Reina... Hice una promesa, no puedo dejarla ahora y... no estoy dispuesta a convertirme en una amante, eso no. ¡André! Tú tampoco te mereces una vida así, conquistaste tu libertad con tanto esfuerzo... debes hacer tu vida sin mí, como hasta ahora.
André soltó su mano y de un manotazo botó las cosas que reposaban sobre la cómoda. Se mordía los labios, lleno de furia, apoyándose en el borde. Oscar se estremeció. De cuánto le conocía, no recordaba haberle visto violentarse.
-¡No, y no! ¡Eres egoísta! ¡Me amas, y prefieres renunciar a mí! ¡Cobarde! ¡Eres egoísta, y cobarde!
Oscar se secó las lágrimas. Conocía la violencia, la había visto en su padre, no se dejaría intimidar.
-¡Entiéndelo! ¡No tenemos futuro!
André se volvió.
-¡Yo no necesito alguien que cuide de mi casa! ¡He vivido muy bien sin hijos! ¡Sólo te quiero a ti, a Oscar! ¿Acaso nunca te has preguntado porqué te amo? Tienes ese fuego, esa energía, nunca te amilanas ante lo que quieres... ¡Nunca te rindes! ¡Siempre peleas! ¡Yo te amo por eso! ¡Pero no quieres! Prefieres tus oropeles, tu vida de niña rica... ¿Crees que puedes mandar sobre los hombres? Te equivocas... Te tienen en la guardia real por tu belleza, por tu ascendente familiar, porque les fascina tenerte en su aparador de cosas bellas y raras... Pero cuando caigas, apenas cometas un error, te darán la espalda, ¿es eso lo que quieres? ¡Es una vida ficticia!
Cuando lo tuvo ante sí, Oscar se puso de pie y le dio una gran bofetada.
-¡Estúpido!
Los ojos de André brillaron, la sujetó fuertemente y la llevó ante el espejo.
-Ahora dime, ¿qué era lo que veías? ¿Qué era lo que tanto te fascinaba? ¿Era la primera vez que te contemplabas desnuda? ¿O era la fragilidad de tu cuerpo de mujer? ¡Acepta de una vez por todas lo que eres! ¡Deja de fingir!
Oscar cerró los ojos, vencida.
-Déjame ir, esta conversación carece de sentido.
André deslizó sus manos de los hombros a lo largo de los brazos, hasta llegar a su cintura. La miraba a través del espejo.
-¡Tú también eres un ser humano! ¡Y el cuerpo humano es frágil! Cicatrices, heridas, fracturas... Nadie puede afrontar el mundo solo, y tú no eres la excepción... Si te dejo ir, y no te vuelvo a buscar, ¿qué será de ti? ¿Realmente quieres eso? ¿Dejar de sentir? Yo no he podido vivir así... Tú tampoco podrás...
Oscar se abandonó al calor que emanaba de ese cuerpo. Le amaba, le deseaba, pero no quería ceder... Era conciente que si lo hacía, no podría renunciar a él. André tampoco podía detenerse. La amaba en forma total, siempre había sido así, la quería solo para él y nadie más, empezó a besar su cuello, ella comenzó a respirar trabajosamente, nunca antes se había sentido así, débil y paradójicamente, segura, con él, ese extraño a quien no había visto en años.
André masajeaba su vientre adolorido, trataba de ser lo más delicado posible, para evitar recordarle el dolor. Aspiraba el aroma de su cabellera, todavía imbuida en el olor de los emplastes que le habían untado para curar los moretones, besó suavemente el lóbulo de la oreja izquierda, y ese lunar que le hacía estremecer.
Ambos estaban perdiendo el control, y ninguno parecía querer ponerle fin.
André retrocedió hasta la cama, todavía aferrándola por la cintura, suavemente la hizo sentarse a su lado, se miraron. Ella sostuvo su rostro entre sus manos, y le besó en la boca. Anhelaba sentir el sabor de aquellos labios jugosos y voluptuosos, André jugaba con su cabellera... Siempre la había amado, había deseado estar a su lado, darle valor, protegerla... Pero también tocarla, sentirla, besarla... La hizo echarse sobre el lecho. Ahora, tal vez, había despertado sus sentidos y la había forzado a desearle... tal vez, lo mismo hubiese sucedido si otro hombre estuviese en su lugar. Tuvo celos, de Étienne, de Girodel. Aquellos hombres, habían vivido con Oscar una vida que él no. La quería para sí, no la iba a detener, la asió más a sí, ella dijo entre suspiros su nombre, André deslizó sus besos por las clavículas, el pecho, sentía los latidos de su corazón, sintió a través de la camisa sus senos, suaves, diminutos... si seguía ese sendero, cometería lo irreparable, pero ella le alentaba, enterraba sus dedos entre sus cabellos, apretándolo con fuerza.
Ella empezó a sollozar.
-Te amo... André... te amo... no puedo dejarte... no puedo huir de ti... Oh André... No podré vivir sin ti...
André tomó delicadamente una de sus manos y la besó. Deseaba transmitirle ternura, comprensión... pero no podía controlar su deseo, empezó a lamer uno de sus dedos, como hubiese querido hacer con sus pezones. Oscar sentía esa lengua juguetona, le deseaba, como nunca pensó desear a ningún hombre.
-Oscar... mi amor... te amo tanto... mi pequeña... ¿aceptas ser mi esposa?
-And...
-Buscaremos la manera... debe existir... Podría... ahorrar para comprarme un título... Si fuese noble, tu padre no podría negarme tu mano... ¿qué dices, Oscar?
-Estás loco, no es suficiente el dinero para comprarse un título... es preciso tener... propiedades, ser presentado al Rey...
-No soy ambicioso, quiero un título pequeño...
-No es fácil... muchos ricos burgueses no pueden comprarse uno, por eso se casan con...
Al ver entristecerse el rostro de André, ella acarició su rostro, borrando esa nube de desaliento.
-Acepto ser tu esposa, de ahora en adelante, deberás llamarte André de Jarjayes...
-No, espera un momento.
Objetó él sentándose al borde de la cama.
-Eres tú quien se llamará Oscar Grandier de Jarjayes.
-¿Yo? No, no... yo seguiré siendo Oscar de Jarjayes.
-¿Me estás tomando el pelo, no?
-No... siempre he querido tener un esposo que lleve mi apellido...
-Estás loca, nunca llevaré tu apellido.
-Si te hubiésemos adoptado, hubieras sido noble.
Meditó ella jugando con la pechera de la camisa de André.
-Entonces no podríamos casarnos porque seríamos hermanos.
-¡Claro que sí podríamos! Y la familia Jarjayes podría perpetuarse...
-Siempre has pensado en el problema del heredero de tu casa, después de ti, ¿verdad?
Maquinalmente, Oscar desató la camisa de André, levantó la vista hasta encontrarse con su rostro.
-No me dejes... André. Si tú no estás, me siento débil, y no quiero ser cobarde.
Sus largos dedos se deslizaban por su pecho. Nunca antes había visto el torso de un hombre, el que recordaba, era el torso de un muchacho.
-Oscar... ¿comprendes la importancia de esto? Serás mi esposa, y también mi mujer.
Cerró los ojos, las palmas de las manos de Oscar descendían, imprimiendo en su memoria táctil los montes de sus músculos.
-André... quiero ser tu esposa... y tu mujer. Pero nunca te calles nada, nunca más.
Se miraron a los ojos, André se echó a su lado, decidido, la besó en la boca. Sus lenguas se encontraron. Ya antes se habían besado en una cama, mucho más elegante que esa. Pero eran niños, inexpertos.
-No habrá secretos, nunca más.
Volvió a besarla, mientras sus manos acariciaban su cuerpo. Con cuidado, poniendo atención en no causarle dolor, levantó la camisa, sintió las costuras del calzón, ascendió por su cintura hasta encontrar los senos, ella se estremeció.
-¿Te duele?
-No, no.
-No tengas miedo, relájate.
Oscar le despojó de la camisa. Su cuerpo era velludo, le daba curiosidad saber hasta dónde llegaban los confines de los vellos del torso, su mano se dirigió hacia el ombligo. André detuvo su mano.
-Todavía no mi amor, quiero que estés segura de lo que quieres.
-Te quiero a ti.
-Y me tendrás, pero... ¿sabes exactamente lo que haremos?
-¿Crees que nací ayer?
-No primor, pero por ejemplo, ¿has oído de lo que es la primera vez?
-Oye, hemos esperado ocho años a que se consumase el matrimonio del Rey, claro que sé lo que es.
-¡No discutamos más!
André arrojó al suelo las ropas que había extendido para que se cambiase junto con las mantas que cubrían el lecho, y se despojó de las botas, volvió a su lado.
-No quiero ensuciar las sábanas...
Volvió a besarla, esta vez, Oscar llevó las manos hacia su espalda. Suave, fuerte, le dio suaves pellizcos, volvió a gemir, André interrumpió el beso para acomodarse mejor. Sus besos se deslizaron por sobre la ropa hasta los senos, sentía los pezones erectos, deliciosos, finalmente le alzó la camisa de dormir y pudo contemplarla semidesnuda. Los moretones se distinguían claramente, sintió pena. Oscar pensó que en ese momento había dejado de verse atractiva, se cubrió los senos
-No me mires así, si no deseas continuar...
André sonrió, apartando suavemente sus brazos.
-¡Pero qué dices! ¡Eres bellísima! ¿El espejo nunca te lo ha dicho?
-¡No soy la madrastra de Blancanieves como para dialogar con un espejo!
-Mi amor... eres deliciosa...
-Pero...
-Shuz, shuzzz... confía en mí, eres bellísima.
Y sin agregar más, sus besos cubrieron cada uno de los moretones. El vientre de Oscar se iba agitando, André miró su rostro. Lo cubrió de besos, mientras deslizaba suavemente la última prenda que la cubría. Oscar se acomodó sobre su costado izquierdo, André había dejado de besarla para contemplarla.
-¡Eres rubia!
-¿Qué, lo dudabas?
-No, pero... es la primera vez...
-¿Qué?
-Oh mi amor, no sabes cuánto te amo.
Y no le permitió hablar estampándole numerosos besos en los labios.
Las manos de Oscar tomaron valor, y se deslizaron por el costado de André que estaba libre. Echado a su lado, evitaba apoyarse sobre ella para evitar causarle dolor.
Oscar iba deslizando los pantalones junto con su ropa interior.
-Espera un momento.
André se despojó de las últimas prendas que le cubrían y volvió a su lado, tratando de acercarse a ella suavemente. Oscar se ajustó a él, parecía como si los cuerpos fuesen dos mitades de un solo ser. Oscar sentía en André una gran urgencia. Aunque sin experiencia en este campo, se daba cuenta instintivamente que él se estaba controlando, se adhirió hacia él con cierto frenesí, André susurró a su oído.
-Mi amor... recuerdas... cuando... nos íbamos a nadar.
Oscar besaba su cuello, parecía ausente de este mundo, concentrada en descubrir rincones de ese ser que parecía un desconocido. André volvió a la carga.
-Cariño, ¿recuerdas... ah... mi amor... recuerdas cuando salíamos del río completamente desnudos?
-Sí... ¿qué hay con eso, André?
-Tú querías saber... porqué crecía...
-Sí, ¿y?
-Era porque estaba contigo... tu presencia me excitaba... oh mi amor, entonces ya te deseaba...
Oscar abrió los ojos, André llevó su mano hacia aquella parte de su anatomía que tanto la había intrigado en ese momento.
-Era por ti, mi amor... Cuando estaba cerca de ti, sentía perder el control.
-Entonces... ¿normalmente no es así?
-No... pero normalmente tampoco es del tamaño de un maní, que quede claro.
-¿Ah, no?
-Oscar, Oscar... eres toda mi vida...
André sonrió. Oscar le estaba provocando. Volvió a besarla, deslizó la mano libre por el seno, llegó a la entrepierna... la descubrió preparada... tuvo el tiempo de susurrarle.
-Déjate amar...
Sintiéndola lista, suavemente acercó la punta de su virilidad, fue introduciéndola hasta que ella le empujó.
-¡Duele!
-¡Perdóname, no quise lastimarte!
André trataba de tranquilizarla, besándole la frente. Pensaba que era mejor hacerlo de una vez, insistió de nuevo.
-André, duele mucho...
-Tranquila, falta poco...
Oscar trataba de apartarlo de sí, pero André era más fuerte y le hacía doler los moretones, y una cosa más... sintió dentro de sí, en lo profundo de su ser, como si se estuviese desgarrando... Se inquietó, pero André seguía acariciándola y cubriéndola de besos. Se relajó de nuevo, y sin previo aviso, sintió de nuevo algo placentero... André se movía suavemente dentro de ella, suspirando... Oscar enroscó una pierna a su alrededor, deseando profundizar aquellas sensaciones... André lo sentía, ella se había vuelto más exigente.
-Oh, André... tengo miedo, siento que... me muero...
-Estoy contigo amor, entrégate a lo que sientes...
Oscar enterró la cabeza en su hombro y se estrechó a él con fuerza, apretándole las uñas... por fin... un suave suspiro... André debía detenerse, o se expondría a expulsar su semilla... A duras penas lo consiguió, dejando escapar un grito sordo.
Agitados aún, se buscaron en un abrazo. André miraba al techo, mientras su amada apoyaba el rostro en su pecho.
-Amor... debemos cubrirnos o nos enfriaremos...
-No quiero moverme... no puedo separarme de ti, André...
-Yo tampoco... oh, sólo un instante.
André la apartó delicadamente, se levantó y la cubrió con las mantas, metiéndose él mismo después. Oscar se veía soñolienta, como si hubiese perdido las fuerzas... André supuso que se sentiría mejor de haberse terminado su almuerzo. Las luces opacas del cielo le advertían que el sol se ocultaba. Oscar tenía una importante reunión en palacio, según había dicho el día anterior. Quizá, podría disculparse por motivos de salud... Sus brazos reclamaban su cercanía, él también había faltado al trabajo, arguyendo problemas personales... No esperaba cerrar su día así. Al menos, un momento más. Oscar se acurrucó a su lado, respirando su aroma. André masajeó sus brazos.
-¿Dolió mucho?
-No pensé que fuese así...
-Dijiste que sabías...
-Ahora entiendo porqué el Rey se demoró tanto...
-¿Realmente te dolió?
-¡Y lo dudas!
-Para serte sincero... es la primera vez que me pasa, es decir, ¿entiendes no?
-También es mi primera vez...
-¡Oh, pequeña, te aseguro que no volverás a sentir dolor!
La besó en la cabecita dorada que tenía bajo el mentón. Oscar buscó su mano.
-Fue raro, sentirse morir y seguir viva...
-¿Te asustaste?
-Un poco, sentí que perdía mi alma, dejé de sentir mi cuerpo, y luego sentí cada fibra de mi piel... Fue como, volver a nacer...
-¿Te siguen doliendo los moretones?
-Ya no... es cálido... tu cuerpo... oh André, quedémonos así un poco más... se siente tan bien...
-Sí amor, se siente muy bien...
-André, ¿cómo fue tu primera vez?
-¿Qué?
André se sobresaltó. Aquel tema de conversación le parecía completamente fuera de lugar respecto a lo que acababa de hacer.
-Que cómo fue tu primera vez, ¿con quien? ¿Cuándo?
Oscar repitió con decisión.
-¿Para qué quieres saberlo?
-Sólo quiero saber...
-Pues... no tengo porqué contártelo...
-¡Anda, dime!
-¡No!
-¡Dime!
-Pues... por dónde comienzo... ¿por la parte vergonzosa o por la que te interesa?
-Yo no sé cuál parte me pueda interesar, cuéntamelo todo.
-Pues... era mi cumpleaños, no sentí dolor, sino vergüenza, ¡vaya que sentí vergüenza! Pero nada más... No fue placentero si te interesa saber.
-¿Porqué?
-Porque... ah Oscar... no fue porque quisiera yo, ¿entiendes?
-No, dicen que los hombres son por naturaleza mujeriegos...
-¡Pues yo no!
-¿Ah, no?
-¡No! No me gusta andar con más de una al mismo tiempo... uno puede confundir los nombres después...
-¡André!
-¡Es broma! Ah... los muchachos supieron que seguía siendo virgen, así que me llevaron a un burdel. No podía negarme, en eso se me iba la reputación... pero me tocó una mujer muy recorrida si entiendes lo que quiero decir, y me intimidó mucho. Era muy... madura, lasciva, me metía las manos por todas partes y sentí cualquier cosa menos placer. Y pues... como no... no podía concentrarme me fui...
-¡No te creo!
-¡Es cierto! Me fui... a buscar una de mi gusto, y entonces... pues...
-¿Pudiste concentrarte?
-Algo así... ah... no sé por qué te cuento estas cosas, me incomodas mucho.
-Prometiste no guardarme secretos.
-¿Te cuento un secreto?
-Soy toda oídos.
-Me gustas.
-Eso no es un secreto.
-No, en serio. Tú me gustas. Eres única y especial, te amo tanto... te amo.
Oscar se durmió, escuchando palabras de amor como si fuesen una nana nina. Pero la mente de André volaba hacia el pasado. Era su decimoctavo cumpleaños, un caluroso día de agosto, tenían dos semanas de vacaciones... Sus condiscípulos sospechaban que seguía siendo virgen, aunque él juraba y rejuraba que sí había visto a una mujer desnuda, aunque mostrase sorpresa cuando le describían generosos senos... Obviamente, él pensaba en el cuerpo de una adolescente, y no en una mujer, así que para ponerle las cosas en claro, le habían hecho una cita con la puta más recorrida del burdel, donde se admitiese estudiantes. Pero André estaba muy asqueado como para excitarse. Desvestido, sintiendo el estómago revolvérsele en el vientre, se había marchado apenas cubierto por paños menores. La mujer se había divertido bastante, y como era su cumpleaños, había decidido compensarlo dándole a una muchacha acorde a su edad. Bajita, morena, de blanca y tersa piel... André no estaba habituado a ver una mujer cubierta la piel con tantos vellos... Siendo Oscar rubia y muy joven, le parecía singular la variedad de mujeres que podrían existir sobre la Tierra... Pero la muchacha era hábil, y lo había hecho todo por sí misma, aliviada por estar con un muchacho inocentón y no con los mayores que solían ser más violentos... André había sentido un placer físico, artificial; pero una pena infinita. Le daba lástima que aquellas mujeres vendiesen miserablemente sus caricias y sus cuerpos.
Siendo reflexivo por naturaleza, había evitado en lo posible volver a los prostíbulos, y había preferido a las compañeras más o menos regulares que pudiese procurarse.
Pero ésta era la primera vez que había sentido diversas sensaciones a la vez. Aunado al placer, estaba el sentimiento de brindarle felicidad a otra persona... Minutos antes había obligado a aquella deliciosa criatura admitir que sentía por él algo más que amistad o fraternidad. Se sentía un puerco, pero ella había sido feliz... La había visto sonreír al momento de alcanzar el éxtasis, una sonrisa natural, espontánea... Y él la amaba tanto... Se sentía pronto a hacer cualquier cosa por volver a ver esa sonrisa... En su sangre, volvía a sentir el deseo de dedicar su vida a hacerla feliz.
Lentamente, poniendo cuidado en no despertarla, André abandonó el lecho. Recogió las ropas, se lavó y se vistió. Recogió las cosas que había arrojado de la cómoda. Para esas horas, Oscar ya debía haber regresado a su casa, y parecía que pasaría la noche allí. A él no le disgustaba la idea, pero comprendía que debían ser discretos. Se metió a la cocina para preparar algo comestible. No le gustaba cocinar, pero entendía que era la única manera económica de llenar el estómago. Preparó una cazuela. Estaba ocupado en que no se le quemase cuando sintió toques en la puerta. Debía ser Sylvie, quien volvía para ayudarle.
Se limpió las manos en el mandil y se fue a abrir. Grande fue su sorpresa al verse cara a cara con su abuela.
-Ma... abuelita, ¿qué te trae por aquí?
-Nieto desconsiderado, vengo a ver dónde está mi niña Oscar. Dijiste que estaría de vuelta a la tarde, ya es de noche y todavía no llega, ¿cómo estará? Tú, bueno para nada, de no ser por ti, ya estaría ocupándome de mi niña...
André trataba de impedirle el paso, pero la astuta viejecilla se agachó y entró por debajo de su brazo, mirando por todas partes hasta encontrar la puerta del dormitorio. André debía impedirle entrar, no estaba seguro si Oscar estaría presentable.
-Abuela, Oscar está mejor pero está durmiendo, por favor, no la despiertes, no ha podido descansar bien.
-¡Y cómo iba a descansar! ¡Tú eres toda una calamidad! Huele a quemado, ¿qué extraño mejunje piensas ofrecerle a mi niña?
-¡Espérame aquí!
Rápidamente, André sacó la olla del fogón y regresó justo en el momento en que su abuela entraba en el dormitorio. Estaba a oscuras, y Oscar se encontraba enterrada bajo varias mantas.
-¡Mi pobre niña Oscar! Debemos partir, este no es lugar para que una señorita repose, vamos.
-¡Abuela, no la destapes, se enfriará!
Débilmente, Oscar murmuró algo y se aferró a las mantas. Pero la nana era persistente e intentaba levantarlas para comprobar por sí misma el estado de salud de su niña. André trató de apartarla.
-Abuela, por favor, espera a que Oscar se despierte, yo mismo la regresaré a su mansión, por favor...
-¡Suelta bueno para nada! Nadie mejor que yo para ocuparse de ella. El patrón no tiene idea de dónde pueda estar, fuiste inteligente al enviarme una nota, pero... Ah... ¡qué niña! ¡Niña Oscar!
Por lo poco que vio, tenía el hombro descubierto. Olía a ungüentos y a algo más... André puso sobre las manos de su abuela la fuente de comida y la forzó a salir.
-Como puedes ver, Oscar no tuvo las fuerzas suficientes de terminar su almuerzo, por favor abuela, no la molestes.
André consiguió hacerla salir. Pero ya afuera, la reprimenda no se hizo esperar.
-¡Quién la desvistió! ¿Quién fue? ¿No fuiste tú, verdad?
-¡No abuela! Una vecina, me ayudó una vecina y se llevó sus ropas para lavarlas... Por favor abuelita...
-Ya que no está tu vecina, yo misma le prepararé la cena...
Y diciendo se metió a la cocina. André aprovechó ese momento para despertar a Oscar y ayudarla a vestirse con su camisa de dormir. A la poca luz proveniente de una vela, trató de explicarle lo mejor que pudo que su abuela había venido para recogerla.
-No me quiero ir, tengo sed...
-Sí Oscar, ahora te traigo algo caliente, pero...
En ese momento, notó entre las sábanas unas manchas rojas... Como nunca antes había estado con una muchacha virgen, no se le había ocurrido que dejarían huellas. Si su perspicaz abuelita llegaba a ver las manchas, no podría mentirle.
-¡Oscar, levántate y cubramos esto, mi abuela no debe verlo!
André le sacó una bata para cubrirse y se deshizo de la sábana delatora lo mejor que pudo.
-La abuela está en la cocina, ve con ella...
-Pero tengo sueño...
-Yo sé mi amor, pero es mejor que te vea, vamos...
El pijama le quedaba grande, así como las babuchas... En efecto, la abuela la sentó presurosa y soltando una retahíla de palabras, que no aparecen en el diccionario, para definir a su nieto, le sirvió de comer.
André debió ir en busca del resto de la ropa de Oscar y acomodarle el uniforme. Su pistola estaba irreversiblemente perdida, pero había conservado su espada.
No pudo volver a hablarle a solas. Su abuela en persona la ayudó a ponerse el uniforme y a contar cada uno de los moretones. Camino al coche de alquiler, André deslizó un billete entre las manos de Oscar. Era una invitación. La esperaría, todas las tardes, en la Iglesia Saint-Sulpice, en Saint-Germain-des-Prés. Alcanzó a murmurarle al despedirse.
-Recuérdalo, te esperaré allí.
El coche partió, llevándose consigo su respuesta.
Pero la abuela no era tonta. Presentía algo... sospechaba... Conocía a sus muchachos, estaba segura de que le mentían. No sabía en qué, pero ya lo averiguaría.
Capítulo 11
Durante el regreso a casa, Oscar se encerró en su mutismo. Tenía vívidos recuerdos... la conversación con André, su entrega... No lo había planeado, de hecho, nunca antes se lo hubiera planteado. Pero había sentido una urgente necesidad de sentirlo suyo, de compenetrarse con él más allá de la mente. Él podía adivinar sus pensamientos, tan sólo por las palabras que decía y por las que callaba. Ella también le podía entender, sin palabras... Una convivencia de años, y una separación que dolía. Había sentido la necesidad de llenar ese vacío sintiéndolo suyo, había llenado con sexo la añoranza por el pasado... ¿Sería solamente eso? André le había pedido mucho más que una noche, él la quería por esposa, por compañera de por vida. Entregarse a él había sido muy fácil, vivir una vida con él sería lo difícil... Y la abuela de André la observaba, ese contacto visual le fue suficiente para iniciar el interrogatorio... André no sabía protegerla, su cercanía siempre le ocasionaba accidentes... No debía volver a ver a ese tunante que tenía por nieto, nunca debía ir sola a una taberna... Oscar fingió dolor de cabeza para poder reposar sola y aclarar sus ideas. Lo necesitaba tanto.
Por más que la abuela se esforzó en revisar cada una de las prendas de Oscar, no percibió más que el olor a medicamentos. Y en los días siguientes, el ciclo que apareció normalmente...
Oscar seguía su rutina diaria sin cambios aparentes, quizá se había equivocado y no la había visto dormir desnuda en la cama del hombre, que era su nieto...
Girodel había cubierto a Oscar durante su ausencia. No había podido permitirse preguntarle nada acerca del incidente que sufrió aquel día. Adivinaba que había sufrido un asalto, pero seguía avergonzado por haber sido expuesto en ridículo. Sin embargo, en sus ojos, ya no veía el vacío. Había luz, fuego... Un deseo incontenible por ir contra la corriente.
-Decidme, conde de Girodel, ¿porqué creéis que fuimos escogidos para formar parte de la guardia real?
-Por nuestro talento, sin lugar a dudas.
-Y no pensáis que... se deba a ¿nuestra apariencia física, o a nuestro abolengo?
-La guardia real admite solamente a elementos que provengan de familias con rancia tradición militar.
-¿Aún cuando ese elemento... no posea aptitudes para la milicia?
-Hmmm, tampoco es difícil manejar un arma, ¿verdad?
-No. Pero, ¿no pensáis que la apariencia física cuente?
-Por cuanto he visto, jamás me he cruzado con un soldado que no posea bella apariencia física, empezando por vos.
-Vos... ¿me encontráis... apuesto?
-No solo, vuestra belleza es una de las más esplendorosas de Versalles.
Girodel puso especial énfasis en la frase, cosa que pasó desapercibida para su superior, siempre meditabundo.
-¿Cómo una muñeca? ¡No somos más que adornos en el aparador de Versalles!
-No señor, no quise decir eso, comandante...
Pero Oscar había picado espuelas y se había dirigido hacia las caballerizas.
El estado de la Reina se hacía evidente. Y sus caprichos iban en aumento. Una noche especialmente calurosa, había salido al balcón. Las malas lenguas, decían que era la semilla de Coigny la que había dado fruto. Oscar estaba harta. Habían pasado muchas semanas sin que hubiese podido regresar a París.
***
-¡Ehi André! Luces melancólico.
-Me molesta un poco la vista...
Respondió el aludido, frotándose los ojos con el dorso de la mano.
-¿Has consultado con un oculista?
-Sí, debo dejar de leer a la luz de las velas... pero no conozco otro medio de alumbrarme...
-Te falta la luz del sol.
Dijo Bernard guiñando el ojo y haciendo tronar los dedos. André palideció, no podía estarse refiriendo a...
-El comandante Jarjayes no se ha vuelto a aparecer por París, pero sé de alguien que mataría por verle.
-¿Ah... sí?
Repuso André, tratando de parecer indiferente.
-¿Es tu amigo, no?
-Crecimos juntos en mansión Jarjayes...
-Adviértele que no regrese nunca a París sin sus soldados.
Deslizó como quien no quiere la cosa, apoyándose al borde del escritorio.
-¿Porqué yo...?
-Porque hay alguien que tiene interés en verle y formularle unas cuantas preguntas, acerca de sus visitas mensuales a la Bastilla...
-¿A la Bastilla?
-Ya veo que no son muy buenos amigos... Todavía no sé por qué le rescataste de la reyerta en el bar, pero... hay gente que le tiene en la mira desde que es el heredero de su padre. Tú sabes, desean atacarle en el punto flaco.
-En su hijo.
-¡Bien respondido! Tiene muchos enemigos, hay gente que no perdona, o mejor dicho, no olvida fácilmente... Tiene que ver con esa noticia que cubríamos, ¿recuerdas? Ese juicio que le hicieron al tal Étienne de Beauvillier por asesinato de ciertos notables. Nadie se creyó que hubiese sido él, pero dio la impresión que protegía a alguien. Los Lemercier le acogieron y le dejaron ir sin más. Los masones siempre se protegen entre sí.
André alzó la oreja.
-¿Masones?
-¿No lo sabías? Los Lemercier se distanciaron de los Jarjayes porque el general se negó a hacerse masón, y parece que fue porque conocía algunos turbios negocios... Vaya amigo André, para haber vivido entre esos aristócratas, ignoras muchas cosas...
-Yo no viví con ellos, es decir, el amo nunca discutía sus asuntos con nadie...
Bernard se sonrió con disimulo. ¿El amo? ¿Así que André se había sentido alguna vez un siervo en toda la extensión de la palabra? ¿Porqué había usado esa expresión y no otra? Mencionó con negligencia los rumores que había escuchado.
-Dicen que le echaron una maldición para no tener herederos, es una suerte que se haya salido con la suya, ¿no te parece?
Concluyó Bernard encendiendo una pipa. André le miró a los ojos.
-¿Porqué me dices todas estas cosas? ¿Cómo...?
-Una vez, me comentaste que te enamoraste una sola vez en tu vida. Maximilien me acaba de decir que el comandante de Jarjayes en realidad es una mujer. Me basta hacer dos más dos para entender muchas cosas... Por ejemplo, tu empeño en seguir el juicio a ese Étienne...
-Así que tú piensas...
-Tú no detestas a esos perros aristocráticos porque te enamoraste de uno, sin embargo... estás en la causa porque no puedes alcanzar a esa persona... Verás, Maximilien lo niega, pero él también amó... Pero se sintió indigno de siquiera besarle los pies, y ella se burló tanto de él... Por eso busca vengarse, en vez de corazón, tiene un gran pedazo de hielo en el pecho.
-¿Y tú, amigo Bernard? El hijo natural de un conde...
-¡Esa sangre podrida me corroe el alma, pero también fluye por mis venas la sangre de mi madre!
Respondió con la mirada encendida, los puños apretados, listo para el combate, controlándose.
-Admiro tu capacidad de amar.
-¿Sabes algo más?
-Sé que vigilan los pasos del comandante de Jarjayes, también sé que se ganó la enemistad del duque de Chartres, tú sabes, el hijo del duque de Orleáns.
-Has estado rondando el Palais Royal, por lo que veo...
Decía André, jugueteando con unas piezas tipográficas.
-¿A fumarme unos polvos? Sí, también...
Agregó con ironía, guiñando el ojo pícaramente.
-Ya veo cómo consigues tu valiosa información...
-Si tú quisieras, hay una preciosa rubia que se parece a la Reina. Mademoiselle d'Oliva de hace llamar, visto que te interesan las rubias...
-Muchas gracias, un día de estos, aceptaré tu invitación, amigo Bernard...
Cortó André tajante.
***
André pasaba el canasto para recoger las limosnas. Todas las tardes, asistía a la Misa en Saint-Sulpice. Conocía al párroco, el cual también participaba del sentir de la Nueva Era. Había esperado, vanamente, que ella llegase, pero nunca la veía. Ahora, daba gracias al cielo que no hubiese venido. Su vida corría peligro, era cuestión de tiempo para que ella también cayese. En un rincón, cerca de la pila del agua bendita, vio una sombra. Se aproximó. Envuelta en una capa negra. Era ella. El capuchón apenas si permitía distinguir sus facciones. Portaba en mano su elegante bicornio. Se hincó e hizo la señal de la cruz. Acababa de llegar.
-No te vayas, después de misa, búscame en el sagrario.
Ella asentó con la cabeza.
Concluida la misa, la sombra negra esperó hasta el final, con un rosario en mano. Hasta que sólo quedaron las beatas. Siguiendo las sombras, se aproximó al lugar a dónde sólo los hombres podían entrar. André le dio la bienvenida.
-Padre Didier, esta es la persona de quien os hablé, ¿creéis que sea posible casarnos en secreto?
-¡André!
-Bienvenida, hija mía. No os inquietéis, por favor. Tal vez no sea un matrimonio legal, pero, al menos no viviréis en pecado...
Dijo el padre extendiendo las manos. Oscar volvió a exclamar.
-¡André!
Mirando sea al padre que a André, el cual estaba radiante de felicidad. La tomó de la mano y se la llevó a un rincón.
-Permiso padre, todavía no se lo he explicado.
-No se demoren mucho, que se acerca la hora del Ángelus...
-Comprendo... ven Oscar... tenemos que conversar...
-¡Estás loco, so... so... zoquete!
-¡Ah, tú siempre, tan cariñosa, querida Oscar!
-¡Hablo en serio! ¡No me dijiste que me hiciste venir aquí para casarnos!
-No te preocupes, padre Didier no es exigente y no nos hará la misa en latín ni deberás portar un velo... Aunque... en fin, mira nuestras alianzas, ¿no te gustan? No son de oro, pero brillan, ah...
Oscar le sujetó del babero, pero el padre le hizo señas que eso no estaba permitido en ese lugar sagrado. Oscar soltó la presa.
-André, querido André... no me explicaste que este era tu verdadero plan... Yo... nosotros, no podemos casarnos, ¿recuerdas? Yo no me puedo casar sin el consentimiento de mi padre ni del Rey... Tú sabes, legalmente, yo pertenezco a mi padre e hice un juramento al Rey...
-Nos casaremos ante Dios, ¿qué más alto poder que ese?
Oscar alzó el índice, pero ninguna palabra salió de su boca. El padre, ataviado con sus distintivos sacros, se aproximó.
-Hijos míos, debo salir a confesar... Si ya os habéis decidido...
-Padre, explicadle que no se trata de un matrimonio legal, sino de recibir la bendición de nuestra unión.
-Así es, hija mía. Será como si estuvieseis casados, pero sin papeles...
-Es decir, que nos echará el agua bendita, recitará algunas plegarias y será todo. No estará registrado en ningún libro y nadie más lo sabrá, ¿no es fabuloso?
-No, eso es ilegal, podría ser excomulgado, los matrimonios secretos están vetados desde...
-¿Quién dijo que era secreto? Tenemos a los monaguillos de testigos, por lo tanto no es ningún secreto. Si la muerte nos separa, nuestras almas inmortales podrán estar juntas por el resto de la eternidad.
Cortó André con una gran sonrisa de treinta y dos dientes. Oscar estaba muda. Le conmovía que André se las hubiese arreglado para encontrar un medio de acallar su conciencia. En cuanto a ella, muy creyente no era, pero comprendía la importancia de esa unión. Secreta e invisible, les ataría un lazo imposible de disolver.
El sacerdote les unió con una cuerda, que simbolizaba su unión. Recitó la fórmula del perdón de los pecados, bendijo las alianzas y los declaró casados ante Dios.
Oscar estaba conmovida, al recibir la comunión, casi se atraganta debido a las lágrimas. El padre no le había preguntado nada más que si aceptaba libremente desposar a aquel hombre. Sintieron unos golpecitos a la puerta. El padre les echó la bendición, mientras André escondía la cuerda. Oscar alzó la capucha de su capa. Unos frailes entraron para preparar al sacerdote. Todo había acabado en un abrir y cerrar de ojos.
***
-Lamento que no sea un verdadero matrimonio.
Dijo André, al entrar a su piso.
-Pero ¡qué dices! Fue el matrimonio más conmovedor al que he asistido en mi vida... Pero... ese sacerdote, es...
-Nos casó en secreto de confesión, ¿no viste su estola?
-Está mal hacer las cosas a escondidas...
-Le dije que planeaba vivir en pecado con una mujer... es obvio que su trabajo es ahorrarle almas a Satanás.
Deslizó André encaminándose a encender la estufa.
-¡Estás loco! ¡Le obligaste a...!
-Oscar, amor... tú no querías ser una amante, ¿recuerdas? Yo sé lo duro que fue para ti descubrir que tu hermana los tenía...
-André, tú...
Oscar se sentía vencida. Él nunca dejaría de sorprenderla.
-Podrías desconfiar de mí, yo quiero que me creas, que siempre hablemos con la verdad. Con toda la verdad.
André la miraba seriamente. Esa mirada... era presagio que algo no andaba bien...
-¿Cómo sabes que mi hermana...?
André tomó su mano y la hizo sentar a la mesita que servía de comedor.
-¿Recuerdas que solíamos andar por sobre los voladizos de la casa y terminábamos escuchando conversaciones que no nos concernían?
Oscar hacía dibujos invisibles con sus dedos sobre la tabla de la mesa.
-Así pues, escuchaste aquella conversación...
-Te entiendo más de lo que puedas imaginar. Desconfías, y yo quiero que confíes, que creas. Tal vez... tal vez no exista para nosotros una felicidad total, pero nadie la tiene, ningún matrimonio; empezando por el de tus padres. Ellos se casaron sin amor, por interés, por poder, por lo que sea. Y siguen juntos por conveniencia... Como por conveniencia tu padre hizo de ti su heredero... Yo quiero que creas en mí, nunca jugaría con mi fe, ni con mis principios. Quisiera poderle gritar al mundo que eres mía, y que yo soy tuyo. Tenemos un testigo de nuestro amor, te prometí serte fiel. Estaremos juntos hasta que la muerte nos separe, mi amor...
Oscar miraba sus ojos, viéndose reflejar.
-No me hubiera importado ser tu amante, André...
André tomó sus manos, y besó las palmas.
-A mí sí me importa, tú te mereces lo mejor...
El corazón de Oscar palpitaba sin control.
-Te quiero...
Llevó sus manos hacía sus ojos. Deseaba tocarlos. André se levantó ligeramente, la besó. Ella llevó los brazos hacia su cuello. No podía ser sólo deseo. Al estar ante él, sentía el impulso de tocarle, de sentirle. A su lado, se daba cuenta de cuánto le había extrañado. Renuente, André se separó de ella.
-Dime amor, ¿podrás quedarte a dormir?
-Tú quieres...
-¿No lo quieres tú? Ah, amor... deseo mostrarte la localización exacta de todos mis lunares...
***
André reposaba, extenuado sobre su lecho. Había decidido que le enseñaría otras maneras de alcanzar el éxtasis, y ella era una buena alumna, aunque lo hubiese detenido varias veces antes de abandonarse a su lengua. La encontraba mucho más adorable que la vez precedente. Sin sus moretones, podía desplazarse sobre ella a voluntad. Ahora dormía. Le llamaba la atención la forma de sus músculos. Oscar tenía un cuerpo delgado, resistente, con los músculos desarrollados. Habituado a mujeres que no practicaban equitación ni esgrima, le resultaba excitante aquel cuerpo atlético y femenino. Pero no había podido comunicarle sus temores acerca de Étienne. La deseaba tanto, que había pensado que después podrían conversar, pero ella estaba completamente rendida. Él también se sentía cansado, pero no se terminaba de creer que aquella mujer fuese su esposa. Sintió hambre. Suavemente, abandonó el lecho para calentar su cena.
Con el estómago contento, volvió a la habitación portando una bandeja con un plato de comida y té. El aroma despertó a su esposa.
-¿Qué traes?
-Tendrás el honor de probar mi sazón..
-Hmmm... tú siempre piensas en todo...
-Vamos amor, come, la abuela no me perdonará si por mi culpa adelgazas.
-¿No sería mejor me ahorrases el ejercicio nocturno?
-¡Pero qué dices! ¡A ti también te gusta! ¡Ouch!
Oscar acababa de pellizcarle en un brazo. Ah... ciertas costumbres no cambiaban...
-Definitivamente, no cocinas mal...
-Por su puesto, nadie ha muerto comiendo mi comida...
-Y... ¿a tu novia también le cocinabas?
André sintió que la sangre abandonaba su rostro y volvía con fuerza. Le molestaba recordar sus otras relaciones cuando tenía delante de sí a su única amada.
-Ella... cocinaba para mí...
-¿Y te enseñó a cocinar, es eso?
-Fue mi abuela quien me enseñó a cocinar, ¿recuerdas? Yo no cocinaba para Muriel, porque ella se encargaba de eso y de la casa...
Oscar sintió eso como una punzada en el corazón. Ella había dejado en claro que no era ese tipo de mujer, pero André no le pedía ser más de lo que era.
-Así que... ¿se llamaba Muriel?
-Eh... sí.
-Y, ¿cómo era? Era hábil, femenina...
-No me casé con ella porque no la amaba.
-Pero pasaste mucho tiempo con ella, en esta casa... Ella todavía está aquí.
Reflexionó ella comiendo de mala gana. André reparó en el contraste con mansión Jarjayes. Allí, se servían muchos platillos a la vez, y Oscar siempre podía escoger. La casa era tan grande, que podían pasar días sin verse a pesar de vivir bajo el mismo techo. Comprendía lo que Oscar quería decir. En aquella casa, él había vivido con otra mujer. Esquivó la mirada.
-Muriel no vivía conmigo. Simplemente venía a arreglar un poco... La mayor parte del tiempo yo iba donde ella...
-Entiendo...
Repuso ella terminando sus alimentos. André regresó a la cocina con la bandeja, mientras Oscar se ocupaba en lavarse. No teniendo otra cosa qué ponerse, se vistió con la camisa de él. Fue a encontrarle. André lavaba los platos y la olla. Ella se apoyó en la puerta de la cocina.
-A mí... me gustaría ayudarte...
-No cariño, ya voy a terminar. Además, esto podría estropear tus hermosas manos.
-¿Tú me ves... como una muñeca inútil?
André secaba los platos.
-Yo nunca te he visto como una muñeca.
-Sin embargo, el otro día dijiste...
-Amor, quería enfadarte, lo que sea que dije, no fue en serio...
-Pero lo pensaste, aunque fuese por un momento: Que estoy en la guardia real por motivos diferentes a mi habilidad con las armas y...
-Tú eres un oficial capaz, no en balde te escogieron a ti por sobre Girodel.
-¿Y si fuese cierto que... sólo me escogieron por... otra cosa que no fuese mi talento?
André dejó de ocuparse de la cocina, la veía cabizbaja, insegura, femenina...
-A pesar de las intrigas de tus enemigos, sigues allí, no hay motivos para que dudes de ti misma. Pero sí creo que estás llamada a hacer mucho más que eso...
-¿Más?
-Sí, amor... hay... supe que te ganaste a pulso la enemistad del duque de Chartres y del duque de Guéméné...
Oscar miró hacia otra parte. André continuó, acercándose a ella.
-¿Porqué visitas la Bastilla?
Oscar se cruzó de brazos, en una actitud que mostraba que no pensaba responder.
-¿Desde cuando para acá me espías?
André sostuvo entre sus manos su rostro.
-¿Tienes idea del lío en el que estás metida? ¡Y eso que te lo advertí! El duque de Chartres tiene que ver con la masonería, lo mismo que el conde de Lemercier. Quieren vengarse en ti de tu padre, y ese Étienne... sea cuál sea el asunto que le envuelve, es demasiado turbio, podría absorberte... yo me preocupo por ti, no te espío, pero me llegan rumores...
-¡La masonería! Mi padre no me tiene al corriente de sus asuntos, yo...
Aspiró aire, no deseaba compartir esa parte de su vida. André buscó sus ojos. Ella empezó a hablar atropelladamente.
-Es... es que... yo... yo utilicé a Clémentine para poder entrar en esa casa sin sospechas. La cortejé, antes de que el Rey me escogiese como capitán de la guardia de la Delfina. Étienne aprovechaba para rebuscar entre los documentos del conde, no sé si llegó a encontrar algo... Él debía ser el espía de los masones en la guardia, para poder acabar con la vida de la Delfina... Pero no se esperaban que yo fuese escogida, ni que él se convirtiese en mi amigo... Estuvo un tiempo en la guardia, pero luego... ¿recuerdas aquellas personas que atacaron el carruaje? Ellos... eran emisarios del Rey, su deber era rescatar a Étienne, sabían que corría peligro, apenas desembarcado de Inglaterra... Yo... yo contribuí a que los asesinasen... Ellos no hubieran atacado sino es por defender a su protegido... ¡Y yo no lo sabía! ¡Étienne asumió esa culpa y por eso está en prisión! ¡Yo asesiné a hombres inocentes!
Presa del remordimiento, Oscar empezó a llorar. Finalmente, podía desahogarse, confesar aquella carga que la atormentaba. André la tomó entre sus brazos y la acunó, acariciándole la cabeza. No decía nada, sólo le brindaba consuelo... Había sido un tonto, sus celos eran completamente infundados, el anhelo de justicia y honor habían nublado los ojos de Oscar.
-¿Cuánto tiempo has cargado sola con ese secreto?
-No es una carga.
-¿Sientes pena por que un hombre está en prisión por protegerte? Ya de por sí tendría otras culpas, como haberse dejado manipular...
-No es eso.
-¿Entonces? ¿Qué es?
-Él... él me ama.
-¿Por eso te preocupas por él? Entonces, tú... ¿tú también le amas?
-Él... yo arrastro a los hombres hacia su destrucción. No me perdonaría nunca si te pasase algo, entiéndeme...
-Yo también te amo. Y no te dejaré sola. No me importa destruirme, nos pertenecemos... Veremos la forma de sacarle de prisión, pero... date cuenta que él eligió protegerte, lo mismo que yo. No nos arrebates la posibilidad de decidir, no lo hagas...
Oscar trató de serenarse. Había hablado más de lo que deseaba. Trató de recuperar el control sobre sí misma. -Mañana... debo estar descansada, Girodel y yo deberemos escoltar a la Reina...
-Tu reina cada día se vuelve más impopular. La aplauden por costumbre, por que nunca será nuestra. Podemos llegar a odiar cuando no recibimos amor. El amor y el odio son los sentimientos más parecidos del mundo.
-¿Es una amenaza?
-Es mejor que no andes sin escolta. No sabes el lío en el que estás metida.
-¡Ave de mal agüero!
-Permíteme ayudarte a soportar tu carga, sólo te pido eso... No te guardes nada.
André tomó sus manos y las besó. Ella cerró los ojos. Él le exigía algo más que su cuerpo, su parte más íntima, sus emociones...
André meditaba. Estaba seguro de conocerla, sin embargo, habían aspectos de su personalidad que no lograba comprender. Cuando se cerraba en su concha, le era casi imposible comprenderla. Decidió no reprocharla, por el momento.
-Tranquila, amor... Veremos cómo resolverlo, ya lo verás... En este mundo, lo único que no tiene solución es la muerte...
-¡Fui una tonta! Si te hubiese hecho caso y no hubiese intervenido, nada de esto hubiera pasado...
-Tal vez sí... o tal vez, era algo que debía suceder... Ninguno conoce los designios del hado... Ven, suénate la nariz, eso...
André la limpió con una servilleta que tenía al alcance.
-Ven... la abuela solía decir que la almohada era una buena consejera, verás cómo mañana, las cosas se ven diferentes...
Se la llevó al dormitorio y la acunó hasta que se durmió. André seguía pensativo... Así que Bernard tenía razón... Por lo tanto, también lo otro era cierto... Oscar corría peligro. Quizá, debiese mudarse y llevársela lejos... Pero si realmente se trataba de la francmasonería, sus tentáculos eran tan largos... No podría soportar ver a Oscar en la Bastilla. Tampoco podía tolerar el sacrificio de Étienne. A menos que...
Oscar se enroscó entre sus brazos, sintiendo frío. En aquel piso, el fuego de la estufa se iba consumiendo. Habituada a su cálida habitación, el cuerpo de Oscar resentía el frío. André la acercó más a sí. No, no estaba dispuesto a perderla.
André estaba profundamente dormido, sintiendo en su cuerpo unos suaves besos. Parpadeó en la penumbra. El cielo seguía oscuro, había olvidado correr las cortinas. Ella le besaba el cuello, deslizaba su cuerpo escasamente vestido por su torso...
-Ah... Oscar, qué deliciosa manera de despertar...
Mientras la acariciaba, la despojó de su camisa. Pero él seguía vestido. Oscar le abrió a su vez la camisa y empezó a pasar la lengua por su pecho... Para entonces, André estaba bastante excitado...
-Ah... amor, detente, por favor...
-André... te quiero...
Tuvo tiempo de musitar ella levemente, mientras le abría los pantalones. André dio un respingo. Nunca se hubiese imaginado excitarse con esa facilidad, más de una vez en la misma noche. La apartó suavemente.
-Cariño, ten más cuidado, por favor...
-¿Te duele? ¿No se suponía que no dolía...?
André se sonrojó a más no poder. Más de lo que podría esperar, con ella se volvía a sentir tímido, pero sobre todo enamorado.
-¡Claro que duele! Trata la mercancía con mayor cuidado, por favor...
Oscar se rió de buena gana. Eso le calentó el corazón.
-Ah... te estás vengando... ahora verás...
André terminó de despojarse de los pantalones y la sujetó haciéndola caer al lado opuesto de la cabecera...
-¿Cómo piensas castigarme? ¿Haciéndome luchar sin máscara?
Le retó ella, aludiendo a uno de los castigos que le impusiera el profesor de esgrima. André deslizó algo entre sus manos.
-La protección, me la pondrás tú... Es lo que más me excita...
André la ayudó a ponerle aquella extraña bolsita hecha con intestino de cerdo, y ante su sorpresa, la besó en la boca, buscando ansiosamente su entrepierna... Oscar volvió a sentirse plena de él, ansiosa por sus caricias, amando sentirlo en su poder. En esos momentos, él dependía de ella tanto como ella de él, como un complemento.
***
Oscar dormía plácidamente, extendida boca abajo, más o menos enrollada entre las sábanas, dejando ver unas espléndidas y larguísimas piernas. André sonrió para sí, dando gracias al cielo por haber sido bendecido con el amor de aquella diosa. El objeto de sus miradas murmuró algo, fastidiada por la luz solar que interrumpía su soñar. André se interpuso entre el sol y ella, haciéndole cosquillas en el rostro con el lado suave de una pluma. La mano de Oscar trataba de alejar aquella molestia, obligándose a abrir los ojos.
-¡Buenos días, hermosa! Permíteme ver tus hermosos ojos azules a la luz del día.
-¡Ya es de día!
Exclamó ella echando lejos las sábanas como si hubiese sido movida por un resorte. A toda prisa se puso una faja acolchada que usaba para constreñir los senos y protegerse de las cuchilladas, mientras buscaba por la pieza el resto de sus ropas. André, vestido apenas con un pantalón, la contemplaba sonriente.
-Sí amor, acaba de amanecer y Apolo se deja ver por levante.
-¡Oh cielos! Llegaré tarde, ¡maldición! ¿Dónde está...? Ah...
Decía ella, buscando sus calzas en aquel desorden de ropas. André, completamente divertido, la seguía con la vista ir y venir.
-¡Oye tonto, qué me miras!
-Ay amor, nunca me cansaré de mirarte.
-¡Pues has algo útil y busca mi camisa!
-¿No es esa?
Dijo él señalando la camisa con la cual había dormido.
-¡Por supuesto que no! ¡Esa es tuya!
Le espetó arrojándole a la cabeza la prenda mencionada.
-Entonces...
Oscar puso sus manos en su cuello, simulando ahorcarlo.
-¡Tráemela, debo estar en Versalles dentro de una hora!
-Ay amor, eso está difícil, sabes bien que hay dos horas...
Pero habiéndose puesto sus botas, Oscar le dio una ligera patada en la pantorrilla.
-¡Muévete! ¡Estás sentado sobre mi camisa! ¡Dónde está mi pistola!
Exclamó terminando de vestirse y poniéndose el tahalí. André seguía cómodamente sentado en la cama, poniéndose la camisa que ella le arrojara, sumiéndose en su aroma.
-Delante de ti amor, sobre la cómoda.
Ni siquiera tuvo tiempo de lavarse, apenas si se pasó el peine de André por la cabellera. Renuente, André se puso una chaqueta.
-Amor, ¿no querrás que prepare tu caballo?
-¡Y qué esperas! ¡Vámonos!
Antes de abrir la puerta, André la cubrió con la capota.
-Al menos, que no te reconozcan.
Con un suspiro, Oscar se serenó. Mientras se encaminaban a recoger su caballo, André le decía en tono bajo.
-La próxima vez, dime a qué hora debes levantarte.
-Esto es... tan extraño para mí.
-Lo sé.
No pudieron intercambiar más palabras, el mozo volvía llevando las bridas del caballo blanco. André tomó las manos del jinete, entregándole los guantes.
-No te arriesgues.
Oscar hundió las espuelas y partió. André propinó al mozo del establo.
-¡Úsalos sabiamente!
Capítulo 12
-¿Qué nos traes para hoy, André?
-La Reina saldrá por la noche, como siempre.
Esputó mientras tomaba asiento en el sitio que le habían dejado libre.
-Eso ya no es novedad.
-La próxima semana partirá para Marly.
Agregó, sirviéndose un tarro de cerveza.
-Eso nos lo puede decir el vocero de la casa real.
-¿Y que se quedó despierta hasta ver el amanecer?
Concluyó observando el efecto que esta información producía sobre su auditorio.
-Eso sí es interesante... deserta del lecho de su marido para divertirse.
-O el lecho de su marido no es suficientemente divertido...
Dijo un tercero, provocando la risa general.
-A propósito de ese punto, ¿tú que crees? ¿El Rey puede o no puede?
Se acercó a preguntarle al oído el tipógrafo, canturreando el estribillo de aquella canción que había sido un suceso hacía algunos meses. André empujó su cerveza.
-¿Se trata de una pregunta personal o es curiosidad tuya?
Observó mirándole de reojo.
-Sea como sea, tu fuente ha sido bastante fiable hasta ahora. ¿No nos puedes aclarar este punto?
-¿Importa?
André sonrió con una mueca.
-Desde luego. Si el Rey no puede, podrían engañar al buen pueblo francés haciendo que la Reina se embarazase de otro hombre, como por ejemplo...
-¿De uno de sus cuñados? La reina es una cabeza de viento, pero es transparente como el agua.
Completó André.
-Hablas de la corte como si los conocieses de viva voz... Últimamente estás raro: Ya no te amaneces en las tabernas con la pandilla, te vemos más seguido a la luz del sol y sobre todo: No te hemos visto con mujeres. ¿Qué te está pasando, André? ¿Piensas sentar cabeza?
-Bernard...
-¡Nos preocupamos por nuestro mentor! ¿Es que el maestro Grandier ya no es el más grande?- completó la frase con un gesto obsceno que precisaba el sentido de lo que quería decir.
-Estoy bien, estamos bien, gracias por tu preocupación.
-¡¡¡Uy!!! Maximilien dice que te conoció una mujer de la alta, muy refinada y hermosa, a la cual tratabas con sumo respeto... ¿Es la que te flechó?
Agregó Loustalot, otro redactor de panfletos.
-¡Qué dices!- repuso nerviosamente pasando la mano por su melena.
-Ju, ju, ju, ju... Bue-no. Todavía debo recoger los escritos de Restif, haremos harta publicidad al encuentro con la aurora de la Reina, je, je, je...
André le cogió del brazo -atención, la policía está detrás de vosotros y de todos los panfletistas.
-Nada nos pueden hacer mientras tengamos el apoyo del hijo del duque de Orleáns.
-También la guardia real está en las pesquisas.
Repuso André soltándole el brazo.
-Pues diles que se cuiden, sobre todo a cierto comandante, monseñor va a destapar un escándalo que lo involucra.
-¿Relativo a qué?- se alarmó.
-Lo que tú sabes, el prisionero de la Bastilla cantó su nombre.
-¡No puede ser!
-Tal y como lo escuchas... Por cierto, André. Ese tal Étienne... Su madre falleció hace algunas semanas, y una mujer le fue a visitar. Debes imaginarte cuál es el talón de Aquiles de todo hombre... nos vemos esta noche - concluyó cogiendo su portafolios y saliendo sin esperar respuesta. André estaba anonadado. ¡Debía ver a Oscar!
***
Con los ojos cerrados, cruzada de brazos, Oscar meditaba. La policía estaba furiosa. No importaba cuánto dinero se destinase a las pesquisas, cuántas librerías, imprentas y casas de escritores se registrasen: Los panfletos no dejaban de aparecer, sobre todo los que llevaban diseños obscenos de la Reina en posiciones inimaginables... Y lo peor de todo, era que estaban demasiado bien informados.
-¡Esto es el colmo, comandante! ¡La Reina tiene el antojo de ver el amanecer, y en menos de doce horas todo París lo sabe!
-Sabéis perfectamente que no es posible requisar las imprentas ubicadas en las casas reales, monsieur. Por lo tanto, no es difícil imaginar cómo las noticias vuelan...
-¡Comandante, no es una broma! ¡Todos son sospechosos! ¡Debéis impedir que se comente fuera de los muros de palacio lo que sucede dentro!
Oscar no pudo replicar. El teniente de la policía del Rey cogió su tricornio y la dejó con la palabra en la boca. Furiosa, Oscar dio un puñetazo al escritorio.
-¡No es justo! ¡La Guardia Real no puede amordazar a todo aquel que hable más de la cuenta!
-Comandante, os sugiero muy humildemente que controlemos las lenguas, al menos de los de la Guardia. Ordenadles que no hablen con sus mujeres acerca de lo que haga la Reina.
Aventuró Girodel ligeramente.
-¿Insinuáis que son las mujeres las que esparcen los rumores, Girodel?
-Bue-no, comandante, no, desde luego... Simplemente, quise decir que dispongáis que la Guardia mantenga la reserva acerca de las actividades de la Reina, que ni siquiera la escriban en un diario.
-Capitán Girodel, ¿conocéis la historia del Rey Minos?
-¿Queréis decir que es imposible guardar un secreto por mucho tiempo?
Tragó saliva. Oscar lo tallaba con una peligrosa mirada de furia.
-Todo sería más sencillo para nosotros si tan sólo la Reina fuese un poco más sosegada...
-O si el Rey hubiese consumado su matrimonio inmediatamente...
Repuso el conde. Oscar lo fulminó con la mirada, pero se guardó de decir nada. Inmutable, Girodel deslizó como quien comenta una insignificancia.
-He sabido que vuestro ex palafrenero ronda el Palais Royal y no precisamente para visitar a las señoritas que ofertan sus favores...
Oscar estaba a punto de perder los estribos.
-¿Qué insinuáis?
-Muchos libelistas se concentran en los alrededores del Palais Royal con la finalidad de pasar desapercibidos. Hemos estado siguiéndole los pasos a un tal Restif de la Bretonne y he aquí que le vimos desaparecer por el mismo lugar por donde desapareció vuestro ex lacayo... De hecho, el espía que hemos introducido en el mundillo de las imprentas me confirmó esta mañana que el tal André Grandier se entrevista con ellos solapadamente...
El rostro de Oscar estaba más blanco que el papel. Sentía unos celos enormes, pero si la lógica le decía que era improbable que André le fuese infiel; la otra alternativa era que él fuese el nexo que la estuviese utilizando con oscuros propósitos. Frenéticamente buscó usar su razón para desacreditar las palabras del conde.
-En la oscuridad de la noche, todos los gatos son pardos...
-Puede ser, pero para asegurarnos, le hice seguir hasta donde vive, y su casero me confirmó que se trataba de él.
Oscar sentía que el piso bajo sus pies se movía. Apretó con fuerza los puños para controlarse.
-Quiero ir al Palais Royal. Esta noche. No lo creeré hasta verlo con mis propios ojos.
-Desde luego, comandante. Yo mismo os escoltaré.
***
André se paseaba nerviosamente por el jardín de los Jarjayes, observando atentamente la habitación de Oscar. A su casero, le había dejado el mensaje que si recibía visita, le permitiese pasar. Era cerca de medianoche, y todavía debía encontrarse con Bernard. Ni bien se aseguró que la casa dormía, trepó por la reja, ascendió por el árbol y llegó al balcón de la habitación de Oscar. Si bien la chimenea estaba prendida, de ella no había rastro... Quizá le hubiese buscado en París, o al menos estaría segura en Versalles. Deseó fervientemente esto último. Escribió un mensaje en Latín, lo suficientemente ambiguo como para que sólo ella pudiese comprenderlo. Lo depositó en su cama, debajo del cubrecamas, de modo que al momento de acostarse no pudiese evitar verlo. Era una cita, para verla al día siguiente en un café de Versalles. No podía seguirse retrazando, todavía echando un último vistazo, salió por donde había entrado.
La Reina era incansable. Aún estando próxima la partida hacia Marly y estando embarazada, Su Alteza Real se las arreglaba para entretenerse hasta pasada la medianoche.
Muy cansados, Girodel y Oscar se dirigieron hacia París. Con todas sus fuerzas, Oscar deseaba que fuese un error, aunque le costase pasar una noche en blanco por nada, deseaba no verle.
Girodel se estaba impacientando. Cada cinco minutos extraía el reloj de su cinturón. Debía ser la hora. Al menos, era el día correcto... esperó. Unas nubes cubrieron la luna. La visibilidad era brumosa. De pronto, sintieron los cascos de un caballo. Era negro. De él, descendió un jinete, quien dejó que alguien más se ocupase de su montura y enrumbó velozmente hacia el interior del palacio. Ahora sí, Oscar y Girodel estaban seguros de la ubicación de aquella puerta disimulada, mas no de la identidad del transeúnte. Esperaron un poco más. Salió un hombre encapuchado, alto, delgado. Por un momento, se le vio la mano desnuda. Portaba un anillo dorado en el anular izquierdo. Oscar se sintió estremecer. Aquel hombre bien podía ser André. Tomó el caballo negro y partió a galope hacia el Barrio Latino. Media hora después, salía otro hombre alto, igualmente encapuchado, pero llevaba las manos enguantadas. También enrumbó hacia el Barrio Latino. Los binoculares le hacía dudar. Ambos hombres eran muy parecidos, pero ella se daba cuenta de cuál era al que estaban buscando. Sintió una honda amargura. Se estaba convenciendo de que André la había buscado sólo para utilizarla como un instrumento de su venganza. Ahogó un suspiro en lo profundo de la garganta.
-Ya amanece, capitán Girodel. Quiero volver a casa.
Suavemente, el conde sostuvo su mano izquierda enguantada, la despojó del anillo de zafiro que llevaba encima y palpó por debajo otro anillo menos abultado.
-Aún no es demasiado tarde. Ordenad el arresto de toda aquella banda de escritorzuelos, los atraparemos a todos juntos.
-No puedo, capitán Girodel, es necesaria la orden del Rey.
Respondió, neutra.
-La conseguiré en menos de una hora. Comandante, nadie más lo sabe, sólo yo.
-¿Saber qué, capitán?
Inquirió alarmada, sin haberse percatado del significado de la caricia del conde sobre su enguantada mano.
-Lo que significa este anillo, comandante. Ordenad que sean aprehendidos, y no se tocará la persona del padre Didier.
-¡Estáis blasfemando! No será por mi mano que se tocará a ningún representante de la Iglesia.
Contestó airada, zafando bruscamente su mano.
-Comandante, no sigáis aparentando incomprensión, sabéis muy bien lo que quiero decir: Me tomó mucho trabajo hallar la cueva de los ladrones, puedo hacer que caigan todos o salvar a algunos... sólo vos podéis elegir quién logrará escapar...
Oscar suspiró, de pronto su lugarteniente se había convertido en su peor enemigo.
-No hice nada de lo que deba avergonzarme, y tampoco existen pruebas.
Girodel le devolvió su anillo de zafiro.
-Yo también os amo, Oscar... Podría dar un paso atrás y hacerme de la vista gorda si tan sólo él fuese mejor que yo, pero no es así... Si tan sólo, si tan sólo hubiese logrado conmover vuestro corazón... ¿porqué confiáis en él? ¿No es suficiente lo que habéis visto?
Girodel apuntaba sus claros ojos grises hacia ella, Oscar se sentía muy nerviosa, y cansada... Ya se lo había advertido André, ya debía haberlo sabido... El conde estaba celoso, pero podría esperar a dar la alarma si ella conseguía aclarar todo aquel enredo...
-Si me amáis... dejadme manejar esto a mi manera. Si a mediodía... si a mediodía... No, lo aclararemos ahora mismo, voy a interrogarlo ahora mismo, ¡eah!
***
No tomó ninguna precaución. Sabía que no debía andar sola por París, pero se sentía protegida por la bruma de la mañana, y por la escolta de Girodel a pocos pasos de ella.
Faltaba muy poco para alcanzar el piso de André, allí le buscaría, le interrogaría... Le mataría con sus propias manos si descubría que la estuvo utilizando durante todo ese tiempo. Pero un grupo de jinetes le cortaron el camino.
-¿Comandante Oscar François de Jarjayes?
Oscar se detuvo de golpe ante ese contacto brusco con la realidad.
-No intentéis escapar. Quedáis bajo arresto. Traigo una orden firmada por el Rey. Debéis acompañarnos para un interrogatorio. Ya vuestros superiores están prevenidos. Desconcertada, Oscar no formuló palabra.
El conde llegó a tiempo para susurrarle al oído. -No declaréis nada, yo prevendré a vuestro padre.
-¡Apartaos, estáis ante un traidor de la majestad real!
-¿Adónde lo lleváis? ¡Permitidme ver el sello real!
-¿Contento?
El jinete bruscamente puso ante sus ojos un papel con el sello del Rey.
-¡La Bastilla!
-Sí, sí, ahora abridnos paso o tendréis que acompañarnos... Ih, ih, ih... Vamos comandante a vuestro nuevo domicilio, después de todo, parecía gustaros tanto su ambiente...
***
André estaba muy ansioso... en su casa no había novedad, pero dejó dicho que si alguien venía a buscarle, le esperase allí. Enderezó hacia Versalles, pero nunca la vio llegar. La esperó en el café por dos horas, y ella nunca apareció. Con el espíritu atormentado, en pie gracias a las numerosas tazas de café que se bebió, enderezó hacia su piso.
No recordaba haber dejado la puerta de su piso sin seguro, tuvo una luz de esperanza, se precipitó adentro para toparse con el pétreo rostro del señor de Jarjayes, acompañado por su casero.
-Perdonad que lo haya hecho entrar, dispusisteis que dejase pasar a quien viniese a buscaros, y como veréis, no podía dejarle solo...
André dejaba bailotear el juego de llaves entre sus dedos. Jarjayes se puso en pie, dando señal de dejarlos a solas -No te inquietes, no he rebuscado entre tus papeles ni he husmeado entre tus pertenencias- miró hacia el techo, dándole la espalda- de hecho, no está mal para vivir... Oscar fue detenida por un asunto de rebeldía contra el Rey. Ya me he puesto en contacto con Malesherbes(1), pero me temo que este problema también te incumbe.
André cerró la puerta, los sopores del sueño completamente ausentes de su mente- ¿A mí? Su hija...
-Tú también estabas allí, y no me dijiste nada. ¡Aha! Era de esperarse, eras su cómplice antes que nada... Vosotros dos...
-¡Eso ya no tiene importancia! ¡Yo puedo ayudar! ¡Debo hablar con Oscar! ¡Debo saber...! De qué se la acusa, si hay una denuncia, pruebas...
Rápidamente, André reunía en su mente todos los subterfugios que podía utilizar para sacarla del embrollo, Jarjayes se dio vuelta y miró detenidamente al muchacho. Era un hombre tan alto como él, derecho e imponente. Había visto suficiente como darse cuenta que no tenía mujer. Un ligero resquemor le hizo bajar la mirada. Quizá... este era su castigo. Él, que los había separado, se veía obligado a reunirlos de nuevo.
-Se acusa a mi hijo de haber asesinado a dos funcionarios del Rey, que debían escoltar e interrogar a Étienne de Beauvillier En su momento no se hizo mucho escándalo sobre este particular, pero ahora nuestros enemigos han decidido desempolvar este asunto para perjudicarnos.
-Recuerdo muy bien quienes dispararon. Estaban con el marqués de... ¡Su hija lo vio todo! ¡Clémentine de Lemercier podría ayudarnos!
-Es su hija, no delatará a su padre.
-Estaba enamorada de Oscar...
Jarjayes hizo un gesto impaciente. -¡Esos son rumores! ¡Es imposible que alguien se enamore de mi hija!
-¿Vuestra hija? ¿Habéis dicho, vuestra hija?
El señor de Jarjayes midió su mirada con la de André. Este muchacho se atrevía a sostener su mirada sin desviarla respetuosamente. En realidad, aunque les unía el amor por Oscar, había muchas otras cosas que les separaban. Era como si se estuviesen midiendo por ver quién reinaba en el corazón de Oscar. ¡Qué idea ridícula! Él era su padre, era natural que su hija sintiese por él un cariño especial. Y él por ella; había realizado con creces su sueño de continuar la tradición militar de la familia, mucho mejor de lo que hubiera hecho un hijo varón... Jarjayes notó en el dedo anular de André un anillo, como el que usan los desposados.
-¿Estás casado, André? Tu abuela me dijo que vivías con una mujer...
André apretó el puño, como si con eso pudiese ocultar el anillo, en un gesto de pueril temor. Pero no iba a mentir, en un momento como ese, en el que debían unir fuerzas para rescatar a Oscar.
-Sí señor, estoy unido en cuerpo y alma a una mujer.
-Ah, bien... -Suspiró el señor de Jarjayes-. Me temía que continuases chalado de mi hija... Oscar... es... se ha convertido en una mujer muy hermosa, y son muchos los nobles que me han solicitado su mano en matrimonio, pero yo los he rechazado a todos. Mi Oscar es demasiado independiente y segura de sí misma como para entregarla a cualquiera en matrimonio.
Dio unos cuantos pasos alrededor de la pieza, continuando el hilo de su discurso.
-El hombre que merezca a mi hija aún no ha nacido. Y si ha nacido, nació en el estamento equivocado.
Le miró con una mirada profunda e interrogadora. André ignoraba hacia dónde se encaminaban las elucubraciones de aquel prepotente señor.
-Si hubieses nacido noble...
André bajó la mirada.
-No lo digáis, por favor. El mundo está lleno de demasiados "y si" que no sirven para nada. Los hechos son lo que son, y es imposible rescribir la Historia...
Jarjayes le miró con una expresión indefinible entre simpatía y resignación, como si lo que dijese no fuese más que una verdad tácita.
-Si hubieses nacido noble, también me habrías solicitado la mano de Oscar en matrimonio, y tampoco te la hubiera otorgado. Sin embargo, Oscar no hubiera tenido impedimentos para escogerte como su marido... En el fondo, tienes todo lo necesario para ser su otra mitad... ¿Has oído hablar acerca de las almas gemelas?
André deglutió. Estaba muy ansioso por salir a buscar a Oscar adónde quiera que estuviese, pero su interlocutor parecía estarle preparando para una terrible confesión. Tomó asiento, dejando de sentirse dueño de sí mismo.
-¿Las de El Banquete de Platón?
-Exacto. En el principio de los tiempos, existían unos seres extraordinarios llamados andróginos, los cuales poseían en un solo cuerpo los órganos del hombre y de la mujer. Eran animosos y muy poderosos. Zeus, temiendo su insolencia, ordenó dividirlos por la mitad antes que extinguirlos, y desde entonces vagan por el mundo buscando su otra mitad. Y cuando la encuentran, se entregan a ella con gran pasión, deseando volver a ser un solo ser. Si una mitad perece, la otra también. No importan las leyes de los hombres, ni la razón de estado; simplemente no pueden hacer nada para evitar volver a ser uno...
André cerró los ojos, tratando de controlar su emoción vertida en lágrimas.
-No importa cuánto hice por separarlos, era inevitable que vosotros os volvieseis a encontrar, con más ímpetu que antes si tal cabe... Esa alianza que llevas en el dedo, es el símbolo de tu unión con mi hija, ¿no es así?
-Sí señor.
Respondió tragándose sus lágrimas, cerrando con fuerza el puño, como si temiese un ataque.
-Siempre te quise como si fueses un hijo más. De haberme sido posible, te hubiese hecho mi heredero, y te hubiera dado la mano de Oscar.
-Hace unos momentos, dijisteis que no me hubierais dado la mano de Oscar...
-Ningún padre acepta fácilmente dejar de ser el único hombre en la vida de una hija. Lo entenderás el día que debas dar a tu hija en matrimonio.
-Para vos, Oscar nunca fue una hija, sino un heredero.
-Sí y no. Es mujer, pero es el heredero de una casa, de una tradición, de un linaje... Aunque te suene cursi, si Oscar no hubiese demostrado tener disposiciones para la milicia, no la habría nombrado mi heredera.
-¿Y ahora, a qué viene vuestra confesión?
Jarjayes suspiró, llevando las manos hacia la espalda, en un gesto militar de descanso.
-Pues verás; se acusa a mi hijo de haberle dado muerte a un par de hombres mayores y más experimentados que él, pero no se acusa a mi hija...
-¿Queréis presentar a Oscar como a vuestra hija?
El rostro de André se alarmó. Quizá, el señor de Jarjayes prefiriese perder a su heredero antes que la vida de su hija.
-Una prisión de mujeres podría ser lo mejor, o tal vez conseguir que sea enviada a un convento; la sanción sería benigna si por ejemplo, estuviese esperando un hijo o estuviese casada...
-Oscar nunca renunciará a la Guardia, ama la vida militar, no podrá vivir mucho tiempo sin tener que darle órdenes a alguien...
-De todas maneras, su carrera ya está arruinada. Al declararse culpable, podrá apelar a la benevolencia del Rey y pagar considerables sumas de dinero para reparar los daños... Pero eso puede tomar su tiempo, tú lo sabes bien.
-Entonces, preferís entregármela antes que perderla para siempre en prisión.
Los ojos de Jarjayes le miraron con una expresión de odio
-He contratado al mejor abogado que hay en todo el reino de Francia, le he hecho venir de su retiro. Debe estarse entrevistando con mi hija en estos momentos.
-De todos los abogados del reino, jamás pensé que llamaríais precisamente al ex secretario(2) de la casa del Rey.
Jarjayes sonrió con ironía, en un ademán que había heredado Oscar.
-Es el que abogó por el matrimonio entre cristianos, aunque no fuesen católicos, ¿qué diferencia hay con un matrimonio entre miembros de diversos estamentos?
Los labios de André se secaron, sentía que casi no podía hablar.
-¿Juzgáis tan terrible la situación?
-Oscar podría ser decapitada, el que a hierro mata, a hierro muere.
André se desplomó sobre el sillón, ni siquiera tenía fuerzas para enfurecerse. Jarjayes retomó la palabra.
-El conde de Girodel me previno, no lo podía creer hasta verlo con mis propios ojos; pero por lo visto, no puedo darle la mano de Oscar en matrimonio frente a los hechos consumados, ¿no?
André movió maquinalmente la cabeza. No tenía caso negar nada. Jarjayes arqueó la ceja.
-Eres un bastardo...
-Yo lo hice por amor, ¿y vos?
Jarjayes paseó su mirada por aquel lugar carente de lujos y comodidades; quién sabe dónde y cómo aquel rufián se había revolcado con su hija. Pero barrió ese pensamiento. Lo importante ahora era que viviese.
-Te espero en mi coche. Quiero que hablemos con Oscar.
***
Oscar estaba encerrada en una húmeda celda, como si fuese un criminal común. Como no había sido juzgada y se negó a declarar, pensaban amedrentarla negándole las soleadas celdas de arriba. No tenía comunicación con nadie, y la noche pasada en blanco le estaba pasando la factura con un gran cansancio y escalofríos.
Sentía el estómago crujir, pero no tenía hambre. Más rebuscaba en su memoria, más le pesaban sus actos. Había cometido muchos errores, había juzgado, había tomado vidas... Lo había hecho muchas veces, había enfrentado la muerte, pero sólo ahora cobraba importancia para ella la vida. ¿Y si André le hubiese engañado? No le había dicho que también era libelista, ¡cómo no se dio cuenta! ¡Lo tenía a la vista y no lo había notado! ¿Y que sería si en su vientre hubiese una vida? Sabía perfectamente lo que había hecho, y aunque él siempre se había guardado de expulsar su semilla dentro de ella, no podía evitar pensar en eso. ¡No y no! No debía pensar en eso, pero no podía evitarlo, la idea de la muerte era tan cercana a la idea de la vida... ¿Y Étienne? No tenía idea de lo que estaría haciendo; pero recordó su entereza, su valor... Ella también debía ser fuerte, tener fe, un poco de confianza... Si valía la pena, viviría... No, si su destino era la muerte, no tendría modo de escapar...
(1) Nacido en París en 1721, era hijo de Guillaume II de Lamoignon, reconocido jurista y estadista. Como director de la oficina de censura -cargo que ocupó hasta 1763- permitió la publicación de la Enciclopedia y de obras que criticaban la política estatal y la clerical.
(2) En 1775 Malesherbes fue nombrado secretario de la casa del Rey, pero renuncia al año siguiente.
Capítulo 13 (Fin)
-Ah, señor de Jarjayes, os esperaba, sí...
-Decidme, ¿cómo están las cosas?
-Imposible conseguir una entrevista, un traidor al Rey no tiene derecho a ser juzgado como un reo común. Será... uhum, preciso esperar a la corte marcial...
-¡No puede ser! ¡Es mi hija!
Impaciente, Jarjayes dio un golpe en la mesa. Malesherbes se limitó a observarle en silencio. Luego, fijó su mirada en su acompañante, un joven ojeroso y pálido, el cual controlaba duramente sus nervios. Jarjayes recuperó algo de control.
-Este es André...
-Así que este es el famoso André Grandier, el joven que preservó de la ruina tantas fortunas...
André carraspeó ligeramente. Lo menos que esperaba, era que le esputasen en la cara su manera de hacer dinero. Jarjayes no pareció comprender el significado de esa frase.
-Era... es un amigo muy aficionado a mi hijo... No, debo rectificar. Es su esposo, mi ex lacayo es el esposo de Oscar.
Malesherbes titubeó unos instantes, André decidió tomar la palabra.
-Señor –dijo saludándole con la cabeza-, el afecto que desde la infancia me une a Oscar, con el tiempo se transformó en amor, es mi esposa y estoy dispuesto a hacer hasta lo imposible por salvarla, aunque tenga que dar mi vida a cambio de la de ella.
Malesherbes escuchó atentamente. Se despojó de los guantes y se acomodó en el sillón.
-Bien, entonces os escucho. Entiendo que tenéis una historia muy interesante que contarme, ¿no es así?
André tragó saliva. ¡Claro que tenía una historia! Un secreto que había guardado durante años y que pensaba nunca tener que contar, el relato del primer hecho de armas de su carrera.
***
Un puente… el puente del Arco Iris, el que une el Paraíso con la tierra. En el otro extremo del puente, hay praderas y colinas con vegetación exuberante. Allí van a parar las almas de las personas que hemos amado en la Tierra. Juegan todo el día, y vuelven a ser jóvenes y vitales. De pronto, se acuerdan de nosotros, se vuelven, cruzan el puente y nos llaman. Entonces, volveremos a estar juntos para no separarnos jamás. Pero, cuando necesites ayuda, no tienes que hacer más que llamar: “Ojos Azules, ojos azules, te necesito”, y enviarán un ángel a ayudarte...
-Madre... ayúdame... tengo frío, no puedo moverme... tu rostro, oh madre... lo había olvidado, había olvidado tus ojos... Ojos azules, ojos azules, te necesito... acompáñame, toma mi mano, acompáñame, a cruzar el puente del Arco Iris...
Arrastrándose, Étienne de Beauvillier salió de la arboleda, hasta caer desmayado a la vera del camino. La lluvia se apaciguó y consiguió ver el nacimiento de un hermoso Arco Iris. Pero, estaba tan afiebrado que cayó en la inconciencia. Todavía delirante, lo siguiente que vio, fueron los hermosos ojos azules de un ángel, su ángel guardián... Ojos azules era hermosa, con unos bucles dorados, semejantes a los de la diosa Freya, la diosa del amor y de la belleza, la primera valquiria que recibe a los caídos en combate. Y cuando volvió a abrir los ojos, ya se encontraba entre los Lemercier.
***
-Lo que no le dije a nadie, ni siquiera a Oscar, es que volví aquella misma noche al lugar del ataque.
Ante su silencio, Malesherbes decidió alentarlo a continuar.
-¿Habíais olvidado algo o simplemente sentíais curiosidad?
-Yo... al guardar los caballos, había visto una caja de madera, que contenía unos papeles. Cuando vi las iniciales en el tahalí del herido, supuse que le pertenecían. Volví, con la esperanza de que nadie más hubiese encontrado esa caja...
-Porque la habías escondido tú, ¿no es así? ¿Qué eran esos papeles, André? ¿Tú los leíste, no es así?
-La verdad... es que no tuve tiempo para tanto. Oscar me llamaba, así que escondí la caja debajo de unas hojas secas y luego... ocurrió lo demás. Cuando volví por la noche, vi que seguían allí. Se trataba de una genealogía y otrs documentos que demostraban la legitimidad de los Beauvilliers al ducado de Saint-Aignan.
-Que eran los documentos que necesitaba Étienne.
-Sí, era lo que Étienne necesitaba para resolver el pleito y poder sacar de la clandestinidad a su familia.
Hubo un silencio. Jarjayes escuchaba con curiosidad, tratando de rememorar lo que había sucedido en aquellos lejanos días. André humedeció los labios y aspirando un poco de aire, continuó.
-Yo... me llevé aquellos papeles, dejando la caja allí, por si alguien volvía a por ella. Cuando volví al día siguiente la caja ya no estaba, pero supe por la visita del señor de Lemercier que no podía ser Étienne quien se hubiese llevado la caja, pues él seguía en cama. Entonces, supuse que Oscar se encontraría en peligro si seguía husmeando en el asunto, así que decidí no decirle nada. Pero... es que unas semanas después nos encontramos con Étienne, quien le pidió ayuda a Oscar.
-¿Y en qué forma podría mi hija ayudar a aquel muchacho?
André se sobresaltó algo, al sentir la imponente voz de su ex amo. Titubeaba en lo que iría a decir.
-Es que, Étienne creía en un cuento infantil, acerca de Ojos Azules, quién le ayudaría cuando se encontrase en aprietos. Cuando yacía tendido a la vera del camino, lo primero que vio fueron los ojos de Oscar.
Malesherbes buscó su mirada. André, no se atrevía a mirar a nadie a los ojos.
-¿Teníais celos de él, por eso no le entregasteis los papeles?
-Mientras él tuviese problemas, no podría cortejar a Oscar seriamente. Aquel ducado... yo... pensaba que... si... si habían caído en mis manos... ¡Yo también había formulado mi deseo, al ver el Arco Iris! Yo deseaba tener un título nobiliario para poder cortejar a Oscar, pensaba que si pasaba el tiempo, él podría resolver sus problemas y yo, no sé, no sé lo que pensaba, las cosas se precipitaron, yo... tuve tantos celos, sentía tanta rabia, que... decidí que si el señor de Jarjayes me alejaba de Oscar, me convertiría en abogado y me las arreglaría para obtener un titulo de nobleza y poder desposar a Oscar.
-Sin embargo, no necesitaste de ese título para poderla conseguir.
Sentenció Malesherbes tomando su cajita de rapé. André tenía los ojos clavados en el suelo.
-No. Seguí el juicio que le hicieron a Étienne por asesinato de las escoltas reales con la conciencia escindida. Yo sabía que era amigo de Oscar, y tenía la secreta esperanza que embastillado no sería un rival para mí. Intervenir, hubiera sido casi como ayudarle a alejar a Oscar de mí para siempre.
-Pero tú estabas lejos de mi hija, ¿o no?
Intervino Jarjayes, recordando las cartas que concienzudamente había interceptado.
-Es verdad que le escribía con regularidad y que nunca obtuve respuesta, incluso, hubo un momento en mi vida en que pensé que todo había quedado en el pasado, que era un amor infantil, sin futuro. Pero cuando la volví a ver, supe que no era así. ¡Yo amo a Oscar! ¡Jamás he sentido por otra mujer lo que siento por ella, y vaya que he deseado arrancarla de mi corazón pero no he podido! Si no podía ser mía, no quería que fuese de ningún otro, menos de aquel Étienne.
Malesherbes empezó a tamborilear con los dedos.
-Durante todo ese tiempo, tú conservaste esos documentos, ¿sin hacer nada con ellos?
André miró a sus dos interlocutores. El cansancio no le permitía explicarse con claridad.
-Étienne pensaba que eran los Lemercier los que se habían apoderado de aquellos documentos, por eso persuadió a Oscar de ayudarle cortejando a Clémentine.
-¿Y cuándo fue que se te ocurrió embastillar a Étienne?
-Yo no dije...
-Cierto que no, pero entonces, ¿quién acusó a Étienne de asesinato si no había más testigos?
-Eso yo no lo sé, sólo quería que no obtuviese aquel ducado, que estuviese desposeído y perseguido.
Malesherbes suspiró.
-Ahora falta saber, quién acusó a Oscar y por qué.
-Eso es cosa del duque de Chartres. Desea vengarse porque Oscar persiste en cerrar las imprentas que funcionan en los sótanos del Palais Royal.
-¿Sólo por eso, André?
-Oscar es demasiado vehemente al proteger a la realeza, y se ha ganado muchos enemigos entre los detractores de la realeza.
-Y tú, como siempre, andas bien informado.
De pronto, el pálido rostro de André se volvió escarlata. Malesherbes se puso en pie, abriendo su portafolios.
-André, ¿qué tanto estáis dispuesto a hacer por salvar a vuestra esposa de la muerte?
-Ir al mismo infierno si eso es preciso.
-Jarjayes, tengo algo que proponeros...
Con una señal, Malesherbes intercambió algunas palabras con Jarjayes, mientras André luchaba por no dormirse. Se sentía exhausto, como drogado, ni siquiera era capaz de mentir...
***
Me resisto a creerlo, ¡cómo pudiste utilizarme! ¡Yo confiaba en ti, maldita sea! Creía que al volver a verte todo sería como antes, que podría seguir contando contigo. ¡No puede ser verdad que me usases sólo para obtener información sobre la Reina! Cuando estaba entre tus brazos, tus labios sólo sabían decir palabras de amor, palabras tiernas. Y tus manos, ardientes manos que recorrían mi cuerpo con ternura, con ardor. Me dejé engañar por la fuerza de tus besos y de tus brazos. ¡Cómo pude creer que un poco de sexo nos haría una pareja! En realidad, yo ignoraba lo que pensabas, cómo pensabas. ¡Me repugno a mí misma! ¡Me detesto por haber sido tan idiota contigo! ¡Contigo, contigo! ¡Ah, André, André...! ¡Cómo pudiste cambiar tanto! El André que yo conocía era tierno y dulce, reservado y por sobre todas las cosas, me quería a mí, y a ninguna otra cosa. Si pudiese cambiar las cosas, si fuese capaz de volver sobre mis pasos, todo hubiera sido distinto...
En la soledad de su celda, Óscar derramaba amargas lágrimas acompañadas de leves golpes a las paredes. Absolutamente descorazonada, se deslizó por la pared, hasta hacerse un ovillo y ocultar el rostro entre las rodillas. Se sentía cansada, desalentada, pero el peor sentimiento, era la sensación de traición. Se había entregado totalmente a un amor que creía puro, y se encontraba no sólo con la prisión, sino también con la traición. Conforme pasaban las horas y continuaba sin recibir noticias, su desesperación iba creciendo.
En eso, sintió unos ruidos provenientes del otro lado de la puerta, pasos, estocadas y por fin, una voz amiga.
-Oscar, ¿estáis allí? ¡Por el amor de Dios, decidme algo!
-¡Ah, ah... Étienne!
***
-¡Buscarle!
-Sería bueno conseguir más datos acerca de ese tal Étienne. Mis ayudantes especulan con la masonería, ya sabéis lo de su padre.
-¡Cómo ignorarlo! Fue un escándalo muy engorroso, historias de venenos y ceremonias satánicas para retener la voluntad del Rey. ¡Si pudiese, me gustaría torcerle el pescuezo a ese maldito rufián!
-Tranquilizaos, conde de Jarjayes. Matar a André, no os devolverá a Oscar.
-Al menos irá al Paraíso viuda, lejos de ese mequetrefe.
-Si vamos a rastrear el origen de vuestros problemas, vuestra es la culpa por haberlos separado, y ahora que lo pienso, también por haber criado a Oscar como varón.
-¿Y qué hubiera sido mejor? ¿Que este incapaz le metiese las manos a mi hija bajo mis propias narices?
-Igualmente lo hizo, ¿no? Tranquilizaos, entiendo que ese tal Etienne aún sigue guardado en alguna parte de la Bastilla. Os recomiendo mover vuestras relaciones y conseguir retenerle, para hablar con él. Si logramos descubrir quiénes fueron los verdaderos asesinos de los escoltas reales, podremos liberar a Oscar sin tener que develar el secreto de su identidad.
-¿Y si no...?
-Para eso tenemos a su esposo aquí, ¿no?
***
-¡Étienne!
-¿Puedes oírme? No te escucho claramente.
-¡Sí, yo te escucho! ¡Dime qué ha sucedido, por qué...!
-Escúchame Ojos azules y escúchame atentamente: Todo se trata de un error, hay unos testigos, los trabajadores de los Lemercier que aseguran que tú mataste a...
-¡Pero yo no lo hice! ¡Yo no hice los disparos!
-Lo sé, lo sé. Ah... Falsificaron una confesión mía, donde te acusaba de eso y de otras muchas cosas. Yo... he conseguido reducir a mis custodios, pero no tengo las llaves de tu celda... Tengo la pierna fracturada, no puedo moverme...
-¡Étienne!
-No puedo alcanzar la cerradura de la puerta, ah... pronto vendrán refuerzos... Quiero que sepas, que... conocerte, fue lo más hermoso que me pasó en la vida.
-¡Étienne, Étienne! ¿Por qué me dices esto?
-¡No me interrumpas! Ah... ah... Escúchame, la primera vez que te vi, yo había encarado la muerte, me sentía perdido e increíblemente solo. Tú llenaste mi vida, ah, Oscar... si tan solo me hubieses visto de otra manera, tal vez...
-É-tienne....
-No digas nada. Es verdad que nutro por ti un sentimiento muy especial, y si tan solo tu corazón hubiese sido libre. Pero, pero aquí vienen, te voy a pasar unos papeles, son los papeles de tu libertad, úsalos...
Luego de eso, no pudo escuchar más. Sintió pasos, muchos pasos, de soldados que arrastraban a una persona.
Étienne, Étienne...
Oscar empezó a leer. Había una larga carta y unos testimonios. Sus cansados ojos trataban de descifrar algo entre tanta oscuridad y cansancio. Era la explicación a tantos misterios, la resolución de todas las cosas que no encajaban. Más tranquila, al fin, pudo dormirse, en paz.
My Lady d'Arbanville, why do you sleep so still?
I'll wake you tomorrow
and you will be my fill, yes, you will be my fill.
My Lady d'Arbanville why does it grieve me so?
But your heart seems so silent.
Why do you breathe so low, why do you breathe so low,
My Lady d'Arbanville why do you sleep so still?
I'll wake you tomorrow
and you will be my fill, yes, you will be my fill.
My Lady d'Arbanville, you look so cold tonight.
Your lips feel like winter,
your skin has turned to white, your skin has turned to white.
My Lady d'Arbanville, why do you sleep so still?
I'll wake you tomorrow
and you will be my fill, yes, you will be my fill.
La, la, la, la, la....
My Lady d'Arbanville why does it grieve me so?
But your heart seems so silent.
Why do you breathe so low, why do you breathe so low,
I loved you my lady, though in your grave you lie,
I'll always be with you
This rose will never die, this rose will never die.
I loved you my lady, though in your grave you lie,
I'll always be with you
This rose will never die, this rose will never die.
Cat Stevens
***
Cuando abrió los ojos y trató de moverse, se dio cuenta que tenía el cuerpo adormecido y adolorido. Oscar estaba completamente dormida, apoyando su rostro en su hombro, absolutamente abandonada a él. Estuvo tentado de ponerle algunos gusanos por entre la cabellera, para que se dejase de andar presumiendo de sus hermosos bucles rubios, como solía hacer, pero el cuerpo se resistía a obedecerle. Estiró una mano y cogió una hoja seca. La pasó por su rostro alabastrino. Podía distinguir conforme el cielo se iba abriendo y las nubes se iban despejando, algunas venitas azules por su mejilla. Cuando se sintió en dominio de su cuerpo, se levantó de golpe dejándola caer sobre el césped.
-¡Auch!
-¿Qué tal despertar, eh, bella durmiente?
-¡Me duele el pómulo! ¡Idiota bueno para nada! ¿Qué me hiciste?
-Antes de despotricar, Oscar, no debiste usarme como almohada, ¡me babeaste la chaqueta, guácala!
-¡Maldición André! ¡A quién le interesa tu estúpida chaqueta!
Emanando de sus hermosos ojos azules rayos y centellas, Oscar se puso en pie y se aprestó a correr en pos de su víctima para darle una merecida golpiza. Corrieron hasta quedar exhaustos y al ver que las nubes negras volvían a oscurecer el sol, André decidió detener el juego.
-¡Va a llover! Es mejor volver a casa, Oscar.
-¡Cuando te conviene, es hora de volver! Voy a cambiar de amigo, y escogeré a uno con el que me lleve mejor.
Decía ella mientras André llevaba los caballos para que los montase, prácticamente, sin prestarle atención.
-¡Dudo mucho que exista sobre la tierra un ser dispuesto a soportar tu mal carácter! Deberías agradecer mi presencia, por que sin mí, no tendrías a quien tiranizar.
-Lo dicho, ¡te la pasas todo el día quejándote! Le diré a mi padre que te envié muy lejos y que me traiga a un amigo que sea un digno rival para mi espada y que además sea más listo que tú...
Picado en su orgullo, André la miró con esa sonrisa que delataba su molestia y sus ganas de desquite. Oscar echó a la carrera su montura y André fue en pos de ella. De sobra sabía que ella llegaría antes que él. Aunque ambos tenían más o menos la misma edad, André había ganado peso y su cuerpo se estaba anchando, mientras en cuerpo de Oscar seguía siendo menudo y por lo mismo, el caballo podía correr más velozmente a pesar de llevar a cuestas su peso. No, la verdad, es que a él le gustaba dejarla ganar. Pero algo no iba bien. El cielo se había oscurecido, y Oscar se había detenido.
-¡Mira André, ahí, a la vera del camino!
-Parece que es un hombre...
-¿Estará muerto?
-Oscar... ¿Qué... qué piensas hacer?
André detuvo su montura. Oscar parecía dispuesta a descender del caballo, pero André se lo impidió.
-¿Y ahora qué? ¿No ves que podría necesitar nuestra ayuda? ¡André...!
Pero André era más fuerte que ella, y le impedía descender. Tenía una corazonada. De los dos, él siempre había sido el más intuitivo, y sentía como una suerte de alarma que le indicaba que la presencia de ese hombre representaba un gran peligro para él. Tal vez, se había tomado en serio la niñería de Oscar se buscarse otro amigo. Como sea, mientras ese amigo fuese imaginario, para él no representaba peligro alguno.
-¡No seas tonta! Hay muchos bandidos que dejan un muerto extendido por los caminos hasta ver quién es el idiota que se baja a socorrerlos y luego los atacan. ¿Ves aquella arboleda? ¿Quién no te dice que estén allí agazapados, observándonos?
-André, ¿olvidas acaso que soy un gran espadachín? Yo, Oscar, estoy en grado de...
Pero no pudo continuar. Sorpresivamente, André la estrechó entre sus brazos y la besó. No que se hubiese tratado de un grande y apasionado beso. Tampoco que fuese muy perfecto que digamos, porque no había sentido nada, salvo su aliento a manzana, consecuencia de todas las que había devorado un par de horas antes. Iba a replicar, cuando él salió a trote.
-¿Y bien? ¿A qué esperas para darme la zurra que merezco?
Oscar miró de hito en hito al muerto-sabe-Dios-si-bien-muerto y luego a ese vil truhán que le había robado un beso. Prefirió perseguir al segundo.
-¡Oye idiota, ¿qué fue eso?! ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Hey, a ti es a quién estoy hablando, hey!!!!!!!!!!!!!!
Minutos después, de un carruaje descendieron unas mujeres y un gran señor. Recogieron al herido y este murmuraba algo ininteligible.
-Ojos... azules, ojos azules... llévame al Valhalla.
Fin
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